Vivir ya supone,
en sí mismo, el riesgo de poder perecer en cualquier momento. Sin embargo esa
posibilidad, a gran parte de nosotros no nos detiene: seguimos saliendo a la
calle, yendo al trabajo, comiendo con amigos, haciendo deportes…
Entonces ¿por
qué en tantas ocasiones, nos tomamos tanto trabajo para intentar reducir los
riesgos, y “saltar sobre seguro”?...
No terminamos de
aceptar que la seguridad no existe, que podemos tener un mapa perfectamente
marcado, con sus caminos y puntos de descanso, que jamás será igual al
territorio. Y en esa diferencia, entre el mapa y el territorio, se juega la
incertidumbre… y contra la incertidumbre luchamos.
Nos empeñamos en
tomar “medidas de precaución”, en sacar cuentas e imaginar mil escenarios
diferentes, con sus posibles respuestas… Nos llenamos de ansiedad, porque
pretendemos controlarlo todo, y viendo que ese todo se escapa, se NOS escapa,
nos angustiamos y a veces, quedamos paralizados.
Nunca lo que
imaginamos sobre cualquier futuro, será idéntico a ese futuro mismo. Es tan
simple y tan complejo, como aceptar que la experiencia sólo se adquiere
transitándola…
¿Pero mientras
tanto?... mientras tanto la vida. El tiempo que transcurre, aún cuando nosotros
permanezcamos inmóviles, detenidos…pensando.
Y es tan
perjudicial tomar acciones sin el uso de la razón, como quedarse varado en el
ámbito de la planificación sin su ejecución correspondiente…
Entre ser
proactivo y ser extremadamente cauteloso al momento de dar cualquier paso
(desde uno pequeño, como elegir el color del vestido para la fiesta de fin de
año, hasta uno mayor, como pensar en cambiar de empleo, mudarse de ciudad o irse
a vivir solo, por ejemplo), hay un abanico de respuestas posibles…
El desafío,
entonces, es poder pensar ASUMIENDO EL RIESGO, como parte de la vida, la
posibilidad de errar como aprendizaje y recompensa por haber HECHO, por haber
actuado, por haberme puesto en movimiento. Conlleva riesgos tanto quedarse
parado en la vereda, como animarse a dar un salto y cruzar la calle.
No hay vida sin
riesgos, como dije al principio… En palabras de Carl Rogers “me doy cuenta que
si fuera estable, prudente y estático, viviría en la muerte. Por consiguiente,
acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales,
porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida,
perpleja y excitante”…
Feliz vida,
feliz final y comienzo de año.
Hasta cualquier
momento!
Lic. Daniela Torres Ortiz
“El amor es una cosa ideal. El matrimonio es una cosa real. La
confusión entre lo ideal y lo real nunca queda impune”…Goethe.
Desde el inicio de los tiempos
los mitos sirvieron al ser humano para explicarse aquello que no acababa de
comprender.
Es así que surgen los mitos
griegos, los romanos -entre otros- para poder lograr alguna comprensión sobre
lo que estaba aconteciendo, lo que ya había ocurrido o lo que temían que
ocurriera.
Llevado al plano de la pareja,
pensamos en los mitos como creencias, expectativas, ideas que ordenan nuestra
percepción y nos ayudan a construir explicaciones de lo que sucede en el
vínculo con el otro.
Y ciertamente, estos mitos
resultan muy perjudiciales para la relación.
Entre los más comunes que presentan
los consultantes, podemos citar: “Las
buenas parejas se cuentan todo”, “Casarse implica la realización de cualquier
mujer/hombre”, “Aquel que te conoce de verdad sabe lo que estás pensando aunque
no lo digas”, “Los celos estimulan y dan vida a la pareja”.
Estas creencias -a veces tan
rígidas que un miembro de la pareja puede dar por supuesto que el otro miembro
NECESARIAMENTE las comparte-, se convierten en moldes para comprender la
realidad, en varas para medir qué tan bien me hace el otro, cuánto me quiere, o
qué tan infeliz soy.
Pensemos, por ejemplo, en el
primer mito: “Las buenas parejas se cuentan todo”. Si yo adhiero a esta creencia, probablemente esperaré que mi
pareja me cuente todo, desde lo que comió anoche hasta la conversación que tuvo
con sus compañeros de futbol (a veces, incluso lo que el otro habló en su
sesión de terapia, en un relato completo y con todos los pormenores).
¿Qué ocurre en caso de que esto
no se cumpla?...
Lo primero puede ser el
sufrimiento. En el fondo sucede que me construí una regla que -desde mi mirada-
el otro se atrevió a violar, decidió pasar por encima u omitir. Probablemente
me enoje o me entristezca, entendiendo consecutivamente que “si no me
cuenta todo es porque a) no confía en mí, b) tiene secretos que no
quiere revelar, c) no soy lo suficientemente importante en su vida como para
saber algo tan simple como lo que le pregunto, d) no me quiere, e) no le
importo, no le importa lo que me pase como consecuencia de esto… y así
podríamos seguir con más y más ideas.
El punto es ¿SIEMPRE el otro
tiene que contar TODO?...y en definitiva, es
real que ¿las buenas parejas se cuentan todo?...
Los mitos, devenidos así en cuasi
dogmas, convierten un hecho que podría debatirse largamente, y que cada pareja
encontraría un acuerdo en diferentes puntos, en una prueba irrefutable de que
algo anda mal, o quizá en un motivo de conflicto y pesar.
Y lo cierto es que ya no nos
sirven los mitos.
Ya no nos resultan útiles para
comprender lo que nos pasa o para encontrar explicaciones, dado que en sí
mismos constituyen una creencia propia, y como tal, no puede ser UNIVERSALMENTE
VÁLIDA.
Esperar ello, entonces, nos
hace incurrir en una expectativa irracional… donde el otro tiene que
acomodarse, amoldarse, ceder y compartir, o sino… pagar las consecuencias del
desastre.
Ir al encuentro del otro,
también supone abrir diálogo y estar dispuesto a escuchar lo que el otro tiene
para decir, darse el espacio, corriéndonos de la exigencia de que nuestra
pareja cumpla siempre nuestras expectativas o comparta nuestro sistema de
creencias.
El trabajo terapéutico con
parejas incluye también esto: explorar mitos, encontrar creencias profundamente
arraigadas que -convertidas en expectativas irracionales- vuelven más
vulnerable y frágil el equilibrio de la relación, así como la existencia y el
transcurrir del vínculo en sí mismo.
Hasta el próximo encuentro,
buena vida!
Lic. Daniela Torres Ortiz
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