“Cero ganas, pero bueno…Vamos a viajar, porque su familia es de allá”…

“Nos juntamos en casa de mi mamá, porque vienen todos…pero no tengo ganas de ir y no sé cómo plantearlo”…

Relatos, preguntas, dudas, cuestionamientos de la época. Diciembre parece un mes demasiado cargado, no sólo de festejos y “cierres de”… ¡Sino también de conflictos!

El tema de las fiestas, queda instalado en más de una sesión. Y creo que esto tiene mucho que ver con aquellos conflictos justamente, que han quedado pendientes de resolución el resto del año. Conflictos con uno mismo, que impactan inevitablemente en las relaciones que se sostienen con los demás…

¿Qué estoy haciendo por mí?, ¿Qué considero que hago por el otro?

¿Hasta dónde permito que la culpa, esa sensación incómoda que a veces nos inunda, domine e incline la balanza en favor de acciones que nada tengan que ver con mi deseo más genuino?

Tal vez allí este una de las claves: respeto por mi propio deseo. Autorespeto.

Es claro que no siempre podemos hacer sólo lo que deseamos. Pero también es cierto que en más de una ocasión donde sí podríamos hacerlo, respondemos más bien desde el miedo o el apego a responder de la misma forma, creyendo que eso es lo que se espera de nosotros (y sin siquiera, permitirnos cuestionarnos qué nos mueve a operar de esa forma).

“Porque el otro quiere”, “porque en casa me matan”, “porque se van a ofender”, y así sigue la lista de justificaciones.

Sería bueno pensar qué tipo de amor se “intercambia” en nuestras relaciones, porque tal vez, puede que no esté en juego en esa elección que estamos tomando. Me refiero a que no NECESARIAMENTE el otro nos va a querer menos, o nos va a dejar de querer porque tomemos una decisión diferente a lo que entendemos es su deseo. Tal vez eso esté simplemente instalado en mi cabeza como  un temor, una fantasía, que nada tenga que ver con la realidad de las consecuencias que tendría el hecho de que mi conducta obedezca en favor de lo que quiero para mí.

Y me atrevería a ir más allá y plantearles: Si esto fuera así, si realmente el otro me deja de querer porque no hago lo que quiere, o desea que haga… ¿Qué tipo de amor me está ofreciendo?, ¿Qué tipo de vínculo estamos sosteniendo?, ¿Qué precio estamos pagando por ese “amor”?... ¿Vale la pena, pagar con mi “sacrificio” por mantener la aceptación del otro?...

Todas estas preguntas no están vinculadas solo a una fecha en particular, el problema no es el 25 de diciembre o la cena del 31. Tal vez uno de los problemas sea mi percepción sobre mis relaciones, y la forma de sostenerlas que vengo instaurando.

A esto me refiero con viejos conflictos. A esto me refiero con postergar enfrentarlos durante todo el año, y encontrarlos todos juntos, ahí al acecho, sentados en la mesa de fin de año.

Brindo por la pregunta sobre el propio deseo, y el coraje para descubrir nuestras respuestas.

Brindo por más elecciones personales, auténticas y fieles a uno mismo!

Brindo por un año donde seamos más conscientes de lo que realmente estamos haciendo por nosotros, y donde podamos encontrar un lugar en nuestra lista de prioridades!

Un abrazo sincero!

Daniela

Hoy, 15 de octubre, es un día muy especial para todas aquellas personas que han perdido un bebito: es el día que se conmemora la concientización de la muerte gestacional y perinatal.

Me interesa hablar de esto, porque creo realmente que sigue siendo un tema tabú. En una sociedad que tiene poco tiempo para duelar, que tiene poca paciencia para acompañar, que pareciera que tiene demasiada ansiedad con la que pretende resolver mágicamente aún las situaciones más complicadas de la vida, considero muy importante hablar de algo tan tremendo como es la pérdida de un hijo.

Porque sea que no llegó a nacer vivo, sea que nació y al poquito tiempo dejó de vivir, el dolor es el mismo, el dolor es terrible y cruel, es por momentos insoportable y suele sumergir a quien lo atraviesa en la más profunda de las soledades.

Entre otras cosas, la gente en general no sabe qué decir, cómo hacer, cómo estar frente a tanta tristeza.

Y dicen lo que pueden: “ya vas a tener otro”; “se fuerte!”, “tenés que ponerte bien por tus otros chicos” (en caso que los hubiera).

Otros tantos escapan, prefieren evitar, prefieren no estar porque simplemente NO SABEN CÓMO.

Y no, no es fácil. Para quien lo pasa, es uno de los hechos más terriblemente trascendentales de su vida… y para quien está en el entorno de alguien que se encuentra en tal situación, esto se vuelve un gran interrogante donde muchas veces se oscila entre hacer silencio porque “si le hablo, va a volver a llorar”, o llenarse la boca de palabras que lejos de ser bálsamo, tal vez hasta irritan más a quien está en duelo.

Cierto es que sólo sabe de aquel dolor, en lo profundo, quien lo atravesó.

Pero también es cierto que hay maneras de estar, que sí pueden colaborar al menos para que aquella mamá o papá doliente, se sienta acompañada, contenida, registrada. Y no es poco.

Brindar un hombro para llorar, una mirada y una escucha atenta, un abrazo, una caricia, son regalos muy preciados en momentos así. Es cierto que a veces la persona prefiere optar por la soledad y hay que respetarlo. Pero también es cierto que, si cuando sale de ella, el entorno lo único que le devuelve es el imperativo de que “todo sigue igual, el mundo sigue girando, bienvenida a la vida”, de nuevo se la está invitando a recluirse, a sumergirse en las profundidades de su alma donde al menos puede sufrir sin sentirse exigida. Porque para la persona, el mundo no es igual, y tal vez tampoco lo vuelva a ser nunca...

Por eso es muy importante no hacer como que “nada pasó”…no pretender tampoco tener la palabra mágica, una suerte de “sana sana, colita de rana” que pretenda borrar de un plumazo esa lágrima que quiere salir. Dejar llorar, en todo caso, y estar para brindar un pañuelo, o para simplemente acompañar aquel momento, es mucho más sano y más fructífero que cualquier otra conducta.

Esos papás tienen mucho para reconstruir, tienen un largo camino que atravesar, y lo mejor que podemos hacer por ellos es no intentar marcarles el paso ni pretender que el olvido se lo coma todo (por otra parte, nadie quiere -ni puede- olvidar lo que amó…).

Tiempo a los duelos, tiempo y paciencia para con uno y para con los demás…

La flor nace cuando llega a su estación, ni antes ni después.

Un abrazo al alma!

Daniela


Mucho se habla del estrés laboral, casi como si fuera una condición inherente a cualquier trabajo. Todo trabajo estresa, cree la gente… y tal vez en esto haya un poco de razón.

¿Por qué?...porque el estrés, como creo haberlo mencionado en algún otro artículo, nos prepara para la acción. Por definición, el estrés se trata de una respuesta, donde todo nuestro sistema se “prepara” para algo…que puede vincularse a lo que es percibido como aquello que nos alista al  enfrentamiento o la huida.

En este contexto, podemos comprender que la vida laboral nos enfrenta permanentemente a situaciones que podemos percibir como instancias que indican obstáculos que hay que vencer (o contra los cuales luchar), así como otros que nos señalan que es mejor buscar la salida, el escape (como dice el refrán…una suerte de “soldado que huye, sirve para otra batalla”).

De esta manera podemos plantearnos ¿Cuáles son obstáculos en nuestra vida laboral?...Tal vez puede ser una tarea (¿o varias?) que no nos gusta realizar, o las condiciones en las que se realiza…o la confusión respecto a mi rol y el de los demás, o la figura de un jefe que no me resulta respetable pero sí al que le temo por su carácter. Cierto es que a veces los hay explosivos, a veces autoritarios o sumamente cambiantes…para los cuales podemos pasar de ser “los mejores”, a ser “una pérdida para la empresa” en cuestión de horas, días o semanas (capítulo aparte merece el impacto que genera en las personas este tipo de jefes -que están muy lejos de considerarse líderes-). La lista de “obstáculos”, o situaciones percibidas como tal podría seguir al infinito, multiplicarse y teñirse de los colores de cada cultura organizacional.

Pero aquí algo que considero fundamental, es plantearnos qué nos pasa a nosotros con esto: dónde quedamos atrapados, en qué lugar nos situamos.

Me gustaría que de todo esto quedara algo para pensar: Eso que me pasa, que percibo como obstáculo o dificultad, eso que en otros términos “me estresa”, ¿Se repite en otras situaciones? ¿Hay otras personas con las cuales tengo las mismas dificultades y no necesariamente pertenecen al ámbito laboral?...Son buenos puntos para empezar a reflexionar hasta dónde yo mismo puedo colaborar en el sostenimiento en el tiempo de esa dificultad o en la creación (continua y quizá repetida en diversos ámbitos) de la misma. Por ende, también podría pensar que puedo intentar generar una solución creativa (al menos una distinta a la que vengo implementando) que,  por sobre todas las cosas, me permita correrme de ese lugar de lucha o huida.

Por ejemplo, puede que me enrede en querer complacer en todo a mi jefe, quien no delega adecuadamente o quien me confunde con sus instrucciones (o con los objetivos que me plantea o con los procedimientos que quiere que utilice, etc.). Entonces, si pretendo que aun con cualquiera de esas dificultades mi tarea sea óptima, muy probablemente no sólo no lo logre, sino que permanezca bajo un estado de estrés sumamente perjudicial para mi salud física, psíquica y emocional.

Sería bueno replantearme hasta dónde vale la pena luchar (o con qué “luchar”), o hasta dónde tendría que usar diversos caminos para resolver lo que a mí me afecta puntualmente, y no focalizarme simplemente en cumplir con una meta, bajo cualquier circunstancia y con cualquier tipo de escenario.

Aquí también vale pensar cuántas veces no ponemos límites, y nos quedamos adheridos a lo que creemos que se espera de nosotros, buscando “cumplir”, agradar o simplemente conservar el preciado trabajo.

Tratar de poner distancia entre lo que nos asusta, preocupa o enoja y nuestra reacción ante eso, sin dudas es un buen ejercicio para tratar de pensar diversas respuestas ante un estímulo que probablemente siga repitiéndose (no puedo esperar a que el otro, o los otros, cambien…para yo recién cambiar), pero que puede  dar oportunidad a soluciones que no tengan tan alto costo para nuestro organismo todo.

Feliz vida, siempre!

Daniela




Dentro de los mares que se navegan en el barco de una terapia de pareja, muchas veces nos encontramos con algunas expresiones de desagrado frente a ciertas diferencias que se mencionan.

Y no es porque necesariamente los dos sean completamente distintos a los que fueron en principio. De hecho, muchas veces no han producido cambios radicales, y así pueden verlo y reconocerlo…

Sin embargo, podemos observar que aquello que en un principio pudo atraernos del otro, aquello que pudo ser una coincidencia (“Le gusta tal cosa, como a mí!”) o a lo mejor una diferencia (“Ella es capaz de hablar de lo que siente! ¡A mí me cuesta tanto!”), y que significaba algo más que nos encantaba, de pronto aparece como un hiato o una grieta que separa.

Así nos damos cuenta que aquello que ayer nos unió, hoy construye nuestra distancia. Entonces nos preguntamos, ¿Qué cambió en realidad? Posiblemente, lo que haya cambiado, sea nuestra VALORACIÓN de lo percibido.

Volviendo al primer ejemplo, podríamos pensarlo como ese “ella es capaz de hablar de lo que siente!”, que se transforma ahora en un “ella habla demasiado”…o “resulta que todo hay que hablarlo, es invasiva con tanta conversación, es cansadora!”


Es cierto que también hay cambios individuales que van marcando ciertos rasgos personales, formas de actuar frente a situaciones, etc., que pueden resultar más bien “adquiridas” en el transcurso del tiempo, y que no se ven como presentes desde antes. Por ejemplo, pensemos una pareja que al principio dividía tareas en la casa, con cierto criterio de tiempos o agrados por la tarea (“yo prefiero cocinar, vos preferís lavar los platos…”... ”yo trabajo menos horas que vos, puedo ocuparme de lavar la ropa así no se acumula en los canastos…”). Puede que con el tiempo, las condiciones de cada uno hayan cambiado, los gustos hayan cambiado, o simplemente, uno quiera re pactar el acuerdo y el otro no. Estas diferencias, también pueden volverse puntos de conflicto, instancias donde un punto de confluencia en común, resulte imposible.

Hay cambios que pueden ir desde lo físico, a la idea de cómo llevar adelante la vida sexual, desde proyectos laborales personales, hasta las expectativas respecto a cómo debería ser una pareja o una familia, que también pueden ir planteando nuevos problemas.

Dos autores muy reconocidos en el ámbito de la terapia de parejas, Jacobson y Christensen, opinan que el camino que va “del amor a la guerra”, tiene esencialmente que ver con cómo se manejan esas diferencias entre las partes.

Si en el transcurso del tiempo, planteamos las diferencias como algo que hay que eliminar para poder ser felices, seguramente nos iremos conduciendo de plano a la frustración y la distancia dado que siempre existirán diferencias, dificultades y conflictos (es algo inherente a toda relación humana).


Ahora bien, si en cambio apostamos a integrar esas diferencias, desde la aceptación, desde una postura que implique de ambas partes una profunda y real empatía, comprensión y respeto por el otro, entonces es mucho más probable que se pueda llegar a buen puerto.

Y cuando vemos que esto último no es posible, pero sentimos que aún hay algo que vale, por lo cual luchar, entonces allí es importante poder pedir ayuda.

Que tengan una buena vida!

Lic. Daniela M. Torres Ortiz


En los dibujos animados a veces la vida pareciera algo muy sencillo. El cuento comienza, sucede un conflicto y finalmente hay un “vivieron felices para siempre”.
 
Y yo me pregunto, ¿La felicidad acaso es un estado permanente?…
 
Desde chicos, al menos a los de mi generación -y hacia atrás- nos fueron educando con un modelo de príncipe y princesa versión Disney que, hoy creo, orientaba un rumbo “para ser feliz” (para siempre).
 
El príncipe superaba todas las dificultades, atravesaba inmensos bosques, trepaba hasta torres gigantes,  peleaba contra dragones, sabía manejar con templanza y destreza una espada, así como ser suave y caballero con las damas. Si tenia miedo ni lo mencionaba, o si estaba cansado o desenamorado, jamás actuaba con coherencia a lo que sentía. ¡Pobre príncipe! ¡Cuánto aprendía sobre acallar sus emociones!
 
Por otro lado, las princesas eran sumisas, obedientes a los mandatos paternos, bellas (o al menos para nuestra cultura) y delicadas. Jamás sus manos tomarían una espada, usarían un arado o montarían a pelo un caballo. Ni hablar que hubiese morenas (salvo contadas excepciones) o con algunos kilos extra de la talla “esperable” por los diseñadores de moda...
 
 
 
 
Crecimos con un modelo de elección de pareja y de amor idealizado, donde en manos del hombre está toda la rudeza hacia afuera y la dulzura hacia adentro… y en el lugar de la mujer, se esconde la sumisión, la pasividad y la capacidad de esperar cual bella durmiente, el tiempo -infinito tal vez- necesario para ser “liberada”…
 
Cuántas cosas implican estos supuestos, ya en el mundo real…
 
Para algunas mujeres, significa seguir esperando (así sea en algún rinconcito escondido de la mente) esa suerte de “Liberación” de los “males de un afuera peligroso”. Significa esperar  que haya un otro que sea quien cuide, quien proteja… (asumiendo cierta fragilidad, también, en ese mismo acto). Ni hablar que implica encajar en el estereotipo de belleza de la cintura de avispa, y el cabello largo y rubio.
 
Eso que de pequeñas se nos va metiendo por las pantallas, nos va indicando qué lugar ocupar para ser seres “socialmente aceptables”, o incluso, “deseables”, o elegidas por alguien que nos rescate de ¿las garras de la soledad, por ejemplo?
Así, vemos personas luchando contra el paso del tiempo en su cuerpo, contra una balanza o contra la angustia de sentir que no se “encaja”. Vemos también aquellas (o aquellos) a los que les alcanza con ser “elegidos” por otro, sin plantearse si en lo profundo eligen esa relación.
 
Y podríamos seguir por horas mencionando consecuencias de la adherencia a los modelos “princesita”… (ojo, no sólo ingresa esa información por un dibujo animado, simplemente es uno de los caminos que considero, nos “induce” a cierto lugar).
 
Ni que hablar del “hombre”, quien muchas veces se siente exigido a ser “el proveedor” (de recursos económicos, de respuestas a dilemas, de soluciones a los problemas, entre tantas otras cosas). Del príncipe pareciera que se espera una suerte de escisión de personalidad!...que sea rudo, áspero con algunos, y “papel tissue” con otros…
 
¡Qué difícil! ¡Cuántos riesgos pueden correrse por intentar ir tras el papel que nos comimos tomando chocolatadas y vainillas!

 
 
 
 
Y con todo esto no digo que una pareja no pueda brindar protección. Todo lo contrario, una buena pareja muchas veces es refugio, contención, lugar donde guarecerse de la lluvia…
 
Pero lo es en el vínculo, en la unión, en la dinámica. Lo es “alternando” los protagonistas que brindan esa contención, esa fortaleza.
 
No se trata de un rol a ejercer rígidamente por uno de los dos. Tampoco de un lugar que tenga que ocuparse en forma permanente.
Se trata de un ida y vuelta, de una retroalimentación positiva y enriquecedora…
 
La vida en pareja, como la vida en sí misma, nos ofrece diversos lugares para ocupar, diversas funciones y cualidades…y la riqueza y el disfrute tienen que ver con explorar y explotar las posibilidades que aparecen.
 
No esperar tanto...ni tan poco, de uno mismo…ni del otro. He aquí una de las claves… No exigir desde un ideal tirano, que las cosas “encajen” en el libreto que nos contaron.
 
 
Buena y real vida, siempre!
 
Lic. Daniela M. Torres Ortiz

LAS HUELLAS DEL DUELO



Con frecuencia me encuentro corazones rotos en el consultorio.

Pérdidas vividas como abandonos, de distinto tipo: una madre que en el pasado no estuvo (o estuvo y partió), un padre ausente o que no pudo cumplir su función, una pareja que se alejó, entre otros.

Claro que también hay abandonos de uno mismo, esos que son difíciles de descubrir… porque hay mucha gente que está tan acostumbrada a la postergación, a ese “dejarse para después, para más tarde, para lo último”, que terminan abandonándose a sí mismos, dejándose atrás sin percatarse en qué lugar de su repleta agenda de obligaciones, se dejaron olvidados.

Entonces cuando uno pregunta por el deseo, cuando uno trata de indagar en ese “¿y vos qué querés?”, pareciera que se está realizando la pregunta más difícil (o casi imposible) de realizar…

“No sé lo que quiero”, se responden muchas veces…y es lo más honesto que puede salir de la boca.

Desde ese no sé, que indica un desconocimiento real del propio querer, se puede pensar un punto de partida. Se trata de ir descubriendo, redescubriéndose a uno mismo abajo o atrás de las capas y capas de “deberías”, “tendrías”, impuestos…

De hecho los duelos (en tanto reacción de dolor frente a una pérdida) abren, más allá de una herida, enormes posibilidades de descubrirse…

Algo así se ve en parejas que se han fusionado por años y que luego de una ruptura (separación, o nido vacío porque los hijos ya no están el hogar, por ejemplo), muchas veces, dan lugar al descubrimiento de dos desconocidos para sí mismos…que no saben lo que les gusta, lo que quieren o lo que no quieren. Claro: todo está pensando y acordado en función de dos, o de un sistema familiar determinado…

Entonces, pensado en estos términos, una separación aún vivida como “abandono”, puede dar lugar a un preciado y casi olvidado reencuentro conmigo mismo.  Y así, puede que después de contar los pedazos de corazón que tengo, después de mirarlos, llorarlos, duelarlos, finalmente me encuentre con que realmente se abren ante mis ojos nuevas posibilidades, nuevas alternativas, nuevos caminos de conocimiento que me lleven al centro de mi esencia.

Poder mirar hacia atrás y saber que hay algo que perdí, que dejó huella, que dejó marca o cicatriz (que no voy a olvidar, obviamente), pero que ya no duele al percibirla, es una de las tareas cumplidas del duelo.

Claro que para eso hay que poder pasarlo, hay que animarse a atravesarlo, a mojarse en el dolor, a llorar las lágrimas necesarias, a empaparse de lo que sentimos.

Sólo hay que saber que un día, aquello habrá pasado…y justamente para que pase, es fundamental no quemar etapas ni pretender adelantar sucesos. Todo tiene su tiempo…y hay que respetarlo.

Aunque nadie quisiera que las lecciones dolieran a veces tanto, hay que aceptar que el dolor es un gran maestro…y que es necesario entregarse a él, para poder construir no una mascarada, no un andamiaje escapista…sino un auténtico bienestar interior.

Que los duelos -inevitables por cierto- nos dejen más verdad, más autenticidad, más autoconocimiento y más aceptación de uno mismo, es mi deseo para vos.

Feliz vida, siempre!

Lic. Daniela Torres Ortiz


“De vez en cuando la vida nos besa en la boca…y a colores se despliega como un atlas”…canta Serrat. Y a mi se me agolpan imágenes de todo tipo.

Creo que un beso de la vida puede darnos grandes señales. Es decir, venir de frente, verlo a lo lejos, avizorar que de eso se trata: de un mimo, un cariño, un destello de luz...
Otras veces, sin embargo, creo que no está tan claro lo que podemos llegar a ver.

Y acá es en donde quiero detenerme: “Poder ver”.

Para muchos de nosotros, poder ver equivale a tener cierto control, o la posibilidad al menos, de tener las riendas de la situación. Y tener las riendas podría implicar saber dónde pisar, dónde no. Hasta donde dar, hasta donde poner un freno.

Pero, ¿qué sucede cuando “no se puede ver claro”? Muchas cosas, y creo que principalmente aparece una sensación vinculada al desamparo y a la angustia.

Cuando no podemos ver, nos sentimos tal vez demasiado expuestos a las inclemencias del tiempo, a lo que “el destino” o “la vida” deparen para mí.

Pocas cosas angustian tanto o generan tanta tensión (al menos en gran parte de la gente), como sentirse en medio de una situación posiblemente novedosa, o desconocida: No sabemos lo que viene, y por ende no sabemos “si sabremos” defendernos.

Y hablo de defensa porque ya de por sí esa situación, al generar tanto estrés, genera también cierta sensación de que se trata de algo con lo que habré de luchar, de lo que tendré que tratar de salir lo más ileso posible.

Llegado este punto, quisiera plantearles otra mirada de las cosas. Tal vez porque  la vida me ha dado sobradas muestras de que no siempre se cumplía la profecía de que “no ver, no poder anticiparme, implicaba necesariamente que se venía algo negativo”.

A veces detrás de la incertidumbre aparece el beso. Ese beso de la vida que tan bien nos hace. A veces simplemente no ver venir, no quiere decir otra cosa que “prepararse para algo muy bueno”.

Y tal vez si pudiéramos cambiar la mirada, cambiar el tinte de la expectativa, simplemente podríamos tratar de conectarnos con lo que nos va pasando, de modo de aceptar que hay que ir enfrentando las situaciones de a una por vez, paso a paso.

Cada día trae su problema, su duda o incógnita. Ir paso a paso, tratando de descubrir nuestras propias respuestas, sería tal vez un buen camino para no llegar tan agotados al final del recorrido.

Porque real y concretamente, lo único seguro es la finitud de la existencia. Entonces que una decisión que hoy vimos acertada, mañana deje de ser así percibida y nos implique tener que dar una vuelta de timón, no quiere decir que nos equivocamos sin remedio. Ni siquiera quiere decir que NOS EQUIVOCAMOS.

En todo caso, para aquel momento, lo que vimos y sentimos, nos dio la pauta para construir cierta respuesta. Si hoy ya no es adecuada para mí, lo más sano es aceptarlo y reconstruirla, readaptarla a la nueva circunstancia que me rodea (y no seguir obstinadamente implantando una rígida respuesta que no encaja con lo que atravieso).

No sólo se trata de saber esperar que de vez en cuando la vida nos bese en la boca…gran parte de las veces habrá que salir a la calle a buscarla, ir a su encuentro y saber disfrutarla. Y muchas veces eso signifique también dejarse sorprender con los resultados: porque no siempre que en la galera entra una paloma, una paloma sale. A veces salen tres naipes, a veces cinco monedas, a veces una mariposa…

Buena y disfrutada vida!

Daniela



No es casual plantear una pregunta, para iniciar esta aventura discursiva.

No es casual interrogarse sobre un tema tan delicado, y siempre vigente, como es el de la infidelidad. Y es que sucede que la respuesta, en tanto construcción de un sujeto, varía según la mirada, las vivencias, la estructura, de cada individuo y de cada relación.


Todos venimos con historias que nos precedieron, que nos sirvieron de cuna y de contexto para ir creciendo, para ir construyendo nuestros esquemas mentales. Y será a través de ellos que miremos y conformemos nuestra realidad.


La Infidelidad, como planteamos en otro escrito, puede tener muchas vertientes,  muchos colores. Para algunos bastaría que su pareja esté pensando en otra persona (en tanto objeto de deseo, claro), y para otros sería algo mucho más terrenal como puede ser un beso o un acto sexual.

Podemos ir más lejos y considerar que para ciertas personas,  una llamada “aventura”, (léase una relación breve por fuera de la relación más estable y duradera), no es sinónimo de ser infiel…mientras que hay quienes con algo así ya se sentirían francamente estafados.

¿Y…quién tiene la razón? Cada uno tendrá que descubrir la propia.


Cada uno deberá encontrar la respuesta sobre si puede o no seguir adelante, después de haber atravesado una situación donde se ve cuestionada la fidelidad.

Porque lo que significa “ser fiel” o “ser infiel”, son construcciones  propias, que se ven atravesadas por otras diversas construcciones como valores, creencias, etc., y que conllevan diferentes consecuencias o implicancias.

A veces después de vivirla, se abre un panorama completamente diferente respecto a lo que yo mismo/a creía sobre mi…y claro está, sobre el otro. Y esto hace que mis conductas también puedan ser diferentes a lo que esperaba. En ocasiones las personas creen que no tolerarían tal o cual cosa (por considerarlo una injuria, una ofensa, una herida imposible de cicatrizar por ejemplo) y sin embargo, cuestionados por una realidad que puede ser distinta a lo que pensaban, se encuentran con un deseo también nuevo de seguir, de buscar nuevas alternativas, de intentar otra vez confiar.

Y acá también hay una palabra clave: la confianza. No es fácil, por lo general, recuperarla. Es un trabajo intenso y arduo que implica tiempo, esfuerzo, intención de ambas partes, coherencia, perseverancia.

A veces se puede, a veces no.

A veces se logra perdonar, perdonarse…y esto sin dudas facilita continuar el vínculo, cuando es lo que se desea. Otras veces ese mismo perdón es el que permite dar vueltas la página, sin guardar rencores y miedos, culpas y reproches, y buscar nuevos horizontes.

Lo claro, es que no hay un único camino. NO hay una sola posibilidad, sino muchas y muy distintas. Y también es bueno saber que a veces, por más que se busque y se intente, no se puede. Y esto tiene que ver con las limitaciones de cada uno, en cada situación.

Es así como la infidelidad también puede resultar una oportunidad de aprendizaje (doloroso como lo son algunas lecciones de la vida), sobre uno mismo y sobre el otro, y sobre todo aquello que a veces uno cree que puede o no puede...

Feliz vida, siempre! 


Daniela Torres Ortiz
Licenciada en Psicología
Mat. Santa Fe 6.149

"Hay que saber perder, para ganar", reza un dicho muy conocido... Y más de uno se pregunta, cuántas veces deberá "jugárselas", cuántas enfrentar el miedo de "tirarse a la pileta"...
Pienso que quizá la respuesta sea: "siempre, mientras vivas".
Precisamente porque vivir, implica riesgos. Y no está bueno, por temor al "resultado" de la vida, elegir no vivir...¿o si?

Esta es la historia del miedo: miedo a sentir, miedo a pensar, miedo a arriesgar, miedo ¿a existir?.
Cuántas veces escucho, por ejemplo "me da miedo enamorarme"... "no quiero compromisos, pero...y si me enamoro?"
Pensemos cómo puede ser que esto suceda, que estos temores nazcan...
Puede que se vincule a otro u otros miedos, como puede ser el tema de hoy: el miedo a perder.
Entonces: ¿Qué podemos perder, enamorándonos? Algunos contestarán: nada menos que la tan preciada "Libertad". Otros pueden sentir que perder, implicaría haberse "expuesto" ante el otro, sin recibir del otro aquello que esperaban...

Y es que el amor, ineludiblemente supone entrega y compromiso. Y cuidado, que estoy hablando de amor y enamoramiento en forma indistinta (cuando no son lo mismo). Y ahí cuando dije "entrega" algunos seguramente temblaron: porque no cualquiera está dispuesto a entregar/se.
Para amar hay que estar dispuesto a "ceder" algo de uno, algo propio...con el otro, ese con quien comparto mis horas o mis días.
Es una pérdida, sí. Y puede dar miedo perder... Tanto miedo, que a veces algunos prefieren perderse la oportunidad de amar y ser amados, con tal de quedarse encerraditos y seguros en la cotidianeidad de su transcurrir perfectamente "bajo control".
Por otro lado, no olvidemos que el amor supone vulnerabilidad.Y a nadie le gusta mostrarse (y mucho menos verse a si mismo) vulnerable. Y sucede que paradógicamente, el punto máximo de coincidencia con el otro, la fase más alta de "sensación de plenitud", coincide particularmente con la fase de mayor vulnerabilidad.

¿Qué perdemos entonces? ¿Acaso, nuestra imagen de fortaleza, nuestra imagen de "completud" relacionada a ese "yo no necesito nada de nadie!"..."yo soy feliz como estoy"... o el simple: "yo no creo en el amor"?
Se puede tener tanto miedo, que haya que protegerse con frases hechas, con certezas construidas a medida, para evitar "el cataclismo"...Porque no olvides que detrás de tanta parafernalia se encuentra la verdad de que nadie se protege de lo que no teme. Y cuanta más protección, más miedo.
Pero aún hay más...una verdad mayor: justamente el miedo a perder (tantas cosas!) nos imposibilita ganar (tantas otras!).

¿Cómo recibir un abrazo si tengo mis manos ocupadas en sostener mi disfraz de autosuficiencia?...
No es un problema buscar la autosuficiencia (que de todas formas, habría que aceptar que en forma completa no existe), sino que en pretender alcanzarla, podemos caer en construirnos una meta inalcanzable y terminar obteniendo una victoria pírrica: la soledad.

Cuando empezamos a aceptar que hay algo que no tengo, que "no soy completo", que no me autoabastezco, también nos damos cuenta de que podemos recibir sin temor a quedar en falta, endeudado, comprometido de por vida o encarcelado en las garras de nada.

También entonces empiezo a aceptar que puedo dar (léase, "perder algo propio") sin temor a "vaciarme", a perderme, a olvidarme o dejarme relegado en un rincón, porque justamente cuanto más doy, menos necesito...(y sin dudas, "más recibo").

Es la maravilla del encuentro, de abrir las alas y dejar las rejas del miedo atrás.

Es la maravilla de aprender que saber perder, en definitiva, implica una "ganancia" infinita, no cuantificable.

Perder los miedos a perder, es liberador.

Aceptar que vivir, es en sí mismo riesgoso, nos ayuda a soltar amarras y abrazar la existencia con pasión e intensidad, sabiendo que no hay borradores en nuestra historia como para dejar que en ella escriban los miedos, nada más...


Feliz vida, siempre! Porque como dijo el poeta, "hoy es siempre..."

Lic. Daniela Torres Ortiz

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