Hoy, 15 de octubre, es un día muy especial para todas aquellas personas que han perdido un bebito: es el día que se conmemora la concientización de la muerte gestacional y perinatal.

Me interesa hablar de esto, porque creo realmente que sigue siendo un tema tabú. En una sociedad que tiene poco tiempo para duelar, que tiene poca paciencia para acompañar, que pareciera que tiene demasiada ansiedad con la que pretende resolver mágicamente aún las situaciones más complicadas de la vida, considero muy importante hablar de algo tan tremendo como es la pérdida de un hijo.

Porque sea que no llegó a nacer vivo, sea que nació y al poquito tiempo dejó de vivir, el dolor es el mismo, el dolor es terrible y cruel, es por momentos insoportable y suele sumergir a quien lo atraviesa en la más profunda de las soledades.

Entre otras cosas, la gente en general no sabe qué decir, cómo hacer, cómo estar frente a tanta tristeza.

Y dicen lo que pueden: “ya vas a tener otro”; “se fuerte!”, “tenés que ponerte bien por tus otros chicos” (en caso que los hubiera).

Otros tantos escapan, prefieren evitar, prefieren no estar porque simplemente NO SABEN CÓMO.

Y no, no es fácil. Para quien lo pasa, es uno de los hechos más terriblemente trascendentales de su vida… y para quien está en el entorno de alguien que se encuentra en tal situación, esto se vuelve un gran interrogante donde muchas veces se oscila entre hacer silencio porque “si le hablo, va a volver a llorar”, o llenarse la boca de palabras que lejos de ser bálsamo, tal vez hasta irritan más a quien está en duelo.

Cierto es que sólo sabe de aquel dolor, en lo profundo, quien lo atravesó.

Pero también es cierto que hay maneras de estar, que sí pueden colaborar al menos para que aquella mamá o papá doliente, se sienta acompañada, contenida, registrada. Y no es poco.

Brindar un hombro para llorar, una mirada y una escucha atenta, un abrazo, una caricia, son regalos muy preciados en momentos así. Es cierto que a veces la persona prefiere optar por la soledad y hay que respetarlo. Pero también es cierto que, si cuando sale de ella, el entorno lo único que le devuelve es el imperativo de que “todo sigue igual, el mundo sigue girando, bienvenida a la vida”, de nuevo se la está invitando a recluirse, a sumergirse en las profundidades de su alma donde al menos puede sufrir sin sentirse exigida. Porque para la persona, el mundo no es igual, y tal vez tampoco lo vuelva a ser nunca...

Por eso es muy importante no hacer como que “nada pasó”…no pretender tampoco tener la palabra mágica, una suerte de “sana sana, colita de rana” que pretenda borrar de un plumazo esa lágrima que quiere salir. Dejar llorar, en todo caso, y estar para brindar un pañuelo, o para simplemente acompañar aquel momento, es mucho más sano y más fructífero que cualquier otra conducta.

Esos papás tienen mucho para reconstruir, tienen un largo camino que atravesar, y lo mejor que podemos hacer por ellos es no intentar marcarles el paso ni pretender que el olvido se lo coma todo (por otra parte, nadie quiere -ni puede- olvidar lo que amó…).

Tiempo a los duelos, tiempo y paciencia para con uno y para con los demás…

La flor nace cuando llega a su estación, ni antes ni después.

Un abrazo al alma!

Daniela

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