Ya lo dijo el poeta, “los amores cobardes no llegan a amores ni a
historias, se quedan ahí”. Y pienso cuánta verdad encierran sus versos.
Sin dudas de las crisis se aprende muchísimo, y el amor...el amor también es un gran maestro.
Amar, amar de verdad, exige un
acto de valentía muy grande.
Supone exponerse, abrirse,
mostrarse… Supone “dejarse ser”…Supone ir sin disfraz…
¡Y vaya acto de arrojo, animarse
a ir sin disfraz frente al otro!... Sino pensemos con cuántas capas de
maquillaje podemos cubrirnos para hablar con la gente, incluso con aquellos que
de pronto consideramos “nuestros íntimos”… Y cierto es que más allá de las
palabras, a nuestra auténtica intimidad, no dejamos pasar a cualquiera.
Pero el amor nos hace abrir
puertas, ventanas, mostrar ruidos, silencios, luces y sombras. Nos hace
mostrarnos…
Y adentrándonos en el tema de
hoy, creo que la palabra “Crisis”, de por sí habla de esto…de un mostrar,
mostrarse, descubrir al otro y descubrirme, claro, a mí mismo.
Si algo tienen las situaciones
críticas, es un componente de “revelación”. Revelación en sentido hasta
fotográfico si se quiere, como aquello que me encuentro cuando voy a observar
la imagen que capté. Revelación también en el sentido de quitar un “velo”,
desenmascarar algo…en el sentido, entonces, de “descubrimiento”.
Entonces -uniendo ideas-, podemos
ver que en toda crisis hay descubrimientos maravillosos, como por ejemplo, que
tengo más herramientas de las que creía, o que tengo una pareja más fuerte que
lo que la había valuado, o que tengo buenos amigos que están firmes para lo que
necesite. Así como hay otros descubrimientos que pueden ser más dolorosos (puedo
ver que me harían falta más recursos o que aquellos que creía amigos están más
ausentes que nunca, etc. etc.).
Por otro lado, la palabra crisis
viene de “cribar”, de pasar por una criba, que vendría a ser una zaranda o tamiz.
Cuando pensamos en ello, podemos figurarnos que algo queda de un lado, y algo
del otro (pensemos cuando colamos por ejemplo un jugo de naranjas, que dejamos
el hollejo y las pepitas separadas del jugo). Por eso luego de una crisis, nada
es igual…aunque después de reordenarse las cosas, parezcan las mismas.
Pasar por la zaranda implicó
dejar de lado algunas cosas con las que voy a seguir adelante…y otras que
quedarán como recuerdo de un pasado “pre-revolución”, podría decirse.
El amor, entonces, pensado en términos
de una relación de pareja, sufre también el zarandeo.
Hay que ser valiente, dije al
principio, para amar. Agrego entonces que hay que ser valiente, para SEGUIR
AMANDO, cuando se está en crisis.
Porque si algo tienen las crisis,
son movimientos. Algunos como un dulce balanceo de mecedora, y otros como
bruscos movimientos de choque. Un huracán que pasa…un viento que arrastra y se
lleva ciertas cosas…
Y los amores “frágiles” -por así
decirlo-, sufren los embates del “mal tiempo”. Y digo mal tiempo, porque por lo
general, una de las primeras percepciones que aparece tiene un fuerte sesgo
negativo: focalizamos la atención en todo aquello que tememos perder…o que
creemos haber perdido ya, y aparecen conductas que intentan compensar la
inestabilidad y el miedo que se genera.
El amor, de nuevo, no es inmune a
todo esto.
Pensemos en una crisis laboral.
Pensemos qué suele suceder cuando alguno de los miembros queda sin trabajo (¡ni
hablar si les toca a ambos!). Tires y aflojes, malas respuestas, nervios a flor
de piel que se convierten en conductas reactivas, en impulsos, en frases a
veces hirientes y gestos de acorazamiento.
Y es que en toda crisis, hay
momentos de estrés más o menos intensos…y por ende estresados, preocupados,
tensos, vemos surgir la irritabilidad (y hacen falta pocas brasas para encender
el fuego).
Por eso es importante saber quién
es quién, darse tiempo para pensar en soledad, buscar espacios propios,
respirar profundo…e identificar que quizá, todo aquello que hoy particularmente
me molesta del otro, tiene más que ver con las circunstancias en las que me
encuentro o incluso conmigo, que con el otro en sí mismo…
Quizá todo eso que le reprocho,
que hoy me molesta más que nunca, que hoy casi, casi se me vuelve insoportable...tiene
que ver con mi percepción, con mi particular estado de tensión y estrés, donde
cualquier cosa me inquieta y altera, más que con mi pareja…
Claro está que a veces las
crisis, entre las cosas que revela, pueden aparecer “fallas” en el vínculo…y es
cierto que puede permitir, repensar y replantearme mi relación con el otro.
Pero también es cierto que a veces, en un estado así, puedo llegar a tomar una
decisión incluso de separarme, pensando que será una forma de aliviar la carga
(porque “además de todo lo malo que me está pasando, encima vos que haces tal
cosa o tal otra…).
Y la realidad es que no sólo no alivia (y si lo hace, es sólo momentáneo), sino que me hará pagar las consecuencias de una decisión que tomé en un estado de estrés y ansiedad tan grande, que seguramente no medí bien ni calculé la magnitud de las implicancias de lo que estaba haciendo.
Por eso, muchas veces es bueno darse un tiempo a que la crisis haya pasado
para poder tomar decisiones.Y la realidad es que no sólo no alivia (y si lo hace, es sólo momentáneo), sino que me hará pagar las consecuencias de una decisión que tomé en un estado de estrés y ansiedad tan grande, que seguramente no medí bien ni calculé la magnitud de las implicancias de lo que estaba haciendo.
Porque siempre es válido
replantearse quién soy yo y quién sos vos...y claro, también quién te volvés
cuando te necesito quizá más cerca que antes…
Viene a mí una frase conocida “quiéreme cuando menos lo merezca, porque
será cuando más lo necesite”
Abrazar (¡y dejarse abrazar,
claro!), en tiempos de crisis, es de valientes. Permanecer bajo la tempestad,
al lado de aquel a quien amo, también.
Tal vez, cuando salga el sol
tenga otra mirada de mí mismo, de vos y de la relación…y pueda evaluar mejor si
vale la pena o no, seguir adelante juntos, con los proyectos, con los acuerdos
que tuvimos o si hay que re-pactarlos.Sin dudas de las crisis se aprende muchísimo, y el amor...el amor también es un gran maestro.
Feliz vida, hasta la próxima!
Lic. Daniela Torres Ortiz
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¿A cuántos de nosotros nos habrán
dicho, en distintos momentos de la vida, bajo diversas circunstancias, esa
famosa frase: “tiempo al tiempo”?
Si bien resultará de apoyo para
algunos, real es que para gran parte de la población hablar -o pensar- en
términos de “dar /darse tiempo”, genera paradójicamente, más sensación de
ansiedad.
Pero, ¿Qué sería entonces, dar
tiempo? Cierto es que uno no puede “dar lo que no tiene”, y la realidad es que
nadie, nunca, tuvo ni tendrá tiempo, por la sencilla razón de que el tiempo no
es algo que se pueda poseer, que pueda llevar en un bolsillo y ni siquiera
contar con él. Más allá de lo dramático que suene, no sé cuándo será la fecha
de mi propia muerte, por ende no puedo saber REAL Y ACABADAMENTE, “CUÁNTO
TIEMPO TENGO”…
Como todo en la vida del hombre, está
limitado. Puedo hacer un plan, trazar un mapa de rutas o disponer de un
cronograma…pero no sabré nunca si exactamente eso que imaginé, será aquello que
yo pueda concretar.
Entonces, ¿Por qué surge esa
incomodidad cuando pienso que “falta mucho…”, o que “tengo que darme tiempo
para…”, o que “tengo que dejar que el tiempo pase y….”? Como en todas estas
cuestiones, nunca hay una sola causa.
Sin embargo, probablemente una de
las más comunes que podamos pensar, sea esta palabrita que mencione más arriba:
la ansiedad.
La ansiedad crece cuando siento
que no puedo “manejar” algo, cuando percibo que alguna cuestión determinada se
“escapa de mi control” (como si realmente fuera posible “controlarlo todo”). La
ansiedad se asoma y se nutre de darme cuenta que “estoy esperando algo, que
probablemente no pueda a mi voluntad hacer que YA suceda, o esté ocurriendo y
que entonces debo “esperar” a que intervengan otras variables que lo hagan
posible”… llámese tiempo, llámese conducta de un tercero o lo que fuera.
Siempre hay algo de lo que yo no puedo hacer, de lo que no depende
exclusivamente de mi o de mi voluntad, que se pone en juego.
Entonces me pongo ansioso cuando
me dicen: “tiempo al tiempo, ya vas a olvidar a esa chica”…o “dale tiempo, ya
se le va a pasar el enojo”... o “date tiempo, ya vas a poder entender”.
Pareciera que el tiempo se viste
de ese amigo que no llega, que no está “a tiempo” con mis ganas, que no
acompaña mis deseos o voluntades. Y el problema no es el tiempo (o lo que yo
deje “en sus manos”, sea curar una herida de amor, o sea aprender a tocar un
instrumento musical…), el problema es, como casi siempre, lo que a mí me pasa
con esto, con esta sensación de “pérdida de control”, de que hay cosas que
tienen su propio ritmo o que no dependen exclusivamente de que yo las espere,
busque o desee.
Ojo que con esto no quiero lucir
acomodaticia, diciendo que “hay que saber esperar que suceda lo que yo quiero”
sentándome en la vereda de mi casa a ver cómo pasan las horas. Sin dudas que
hay mucho o poco que probablemente pueda hacer por aquello que anhelo, que
probablemente pueda acercarme a ese resultado. Lo que no puedo obviar, es que
muchas veces, y más allá de lo que yo haga activamente, hay cosas que sucederán
en el momento en que simplemente estén “listas” para suceder.
Más allá de que practique
muchísimo, no puedo controlar que mañana y no pasado, sea el día en que me
salga perfecto el giro en el aire con los patines. Más allá de que hable mucho
con vos, no puedo controlar que tu enojo ceda y podamos otras vez hacer las
paces (justamente a veces sucede lo contrario, no le damos tiempo al otro a
procesar, a autorregular su torbellino emocional, y dejar que brinde una
respuesta más madura o aunque sea, más “propia” y no tan influenciada por mis
intervenciones). A veces por ansiedad, buscando que “ya esté listo” lo que
quiero, intento que un proceso que debe darse naturalmente, con su propio
ritmo, con sus vicisitudes… se detenga, se cristalice, o tal vez tome un rumbo que
no era el más adecuado.
En síntesis: el tiempo no se
posee, sin embargo es una coordenada que nos atraviesa. Nos movemos en él, pero
no somos sus dueños.
Aprender que hay cosas que
requieren maduración, y en ese madurar interviene como eje central el factor
tiempo, es muy saludable.
Claro que no sirve sólo dejarlo
en sus manos.
Por ejemplo, yo no voy a “perdonar”
sólo porque paso el tiempo, si mi voluntad profunda no es hacerlo. De hecho las
personas que guardan rencores, muchas veces se encuentran con que más pasa el
tiempo, y pareciera que esa herida del pasado está más viva que nunca, que
duele más que antes o que en su memoria incluso se mezcla con otros hechos que
la vuelve más presente.
El tiempo por sí solo no basta,
pero es un aliado indispensable para poder caminar sintiendo paz, sabiendo que
si bien puedo ayudar a que suceda lo que deseo, también es cierto que hay
sucesos que reclaman esperas, que necesitan reposo de nuestra parte y paciencia
para poder aguardar en calma.
Pretender desoír esto, es
sumergirme en ansiedades y expectativas muy probablemente frustrantes, que me
envuelvan en un círculo vicioso de temor, irritabilidad y angustia.
Buena vida, “buenos tiempos” para
todos!
Lic. Daniela Torres Ortiz
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