Todo y Nada




Elegir el todo es quedarse con nada...
El todo no fue hecho para el hombre
de un día...


Elegir el todo
es apretar los puños y tantear el vacío,
Apagar el fuego del deseo,
no aceptar los años,
matar el crecimiento...

Es recorrer espacios sin caminos ni guías,
y olvidarse en un rincón los pasos
la entrada y la salida...

Elegir el todo
es perderse la vida,
por reptar como un loco
la montaña suicida...


(Porque sólo es libre aquel que puede tomar UNA PARTE...
Ése que puede ELEGIR para sí una porción del universo,
y no encadenarse a fusilar el deseo en pos de tener todo...)

                                
 


 
Escribí hace varios años este intento de poesía. En aquel momento, ya me resultaba curioso el comportamiento de aquel que “lo quería todo”.
Justamente porque el todo es un imposible, es una idea demasiado perfecta para lo imperfecto de la condición de ser humano, lleno de hiatos, de carencias y abundancias, de vacíos y llenos.
Cierro los ojos y me imagino al hombre, que dice “Yo no puedo ser fiel! Me gustan todas! Yo quiero a todas las mujeres”….a la madre que se queja de su hijito, que exclama “no, no se… no puedo elegir, quiero la fiesta de cumpleaños, el juego para la play que te pedí, irnos de vacaciones al mar y… y…”.
Pienso en el hombre que después de mucho esfuerzo logra confesarse a sí mismo, “no quiero separarme para no perder la casa que construimos, la persona que me cocina... se que no la amo, pero no puedo perder todo lo que tengo…”
Quien no puede elegir, entonces no es libre…
Quien no acepta que elegir es renunciar, tampoco…

Quien quiere a TODAS LAS MUJERES del universo, en realidad no quiere a ninguna, no se queda con ninguna y no PAGA EL PRECIO que implica construir una relación madura…
El adulto es el padre de ese niño que reclama y que no elige (y que se engaña pensando que en la vida, es posible tenerlo siempre, todo). Y ese niño, en sí, no es libre… porque hay algo fundamental que no puede, y es básicamente HACER UNA ELECCIÓN.

Quien pretende tenerlo TODO, entonces se condenará a la insatisfacción permanente, y padecerá las condiciones que acompañan la búsqueda de este ideal que se construyó y al que se somete.
Cierro los ojos de nuevo, y pienso en los que trabajan hasta derrumbarse o en los que entrenan hasta lesionarse o en los que comen tanto hasta indigestarse: eso es llegar al borde y “desbordar”, volverse esclavo de una idea...

Y no hablo de “conformarse con lo que hay”, de bajar los brazos y no motivarse con nada, justamente lo contrario.

Hablo de crecer aceptando nuestras carencias, junto a la cantidad de hermosos recursos con los que contamos. Aceptar que habrá cosas que tendremos y otras que no. Que obtendremos logros y llegaremos a metas muchas veces! Y otras tantas…no, y eso en sí mismo no será una tragedia. No podremos tenerlo todo, en todo momento y en relación a todas las cosas.

Entonces elegir, implica decir “sí” a esto y “no” a lo otro (si elijo NO estudiar para un examen, por ejemplo, luego no puedo pretender obtener la mejor de las calificaciones. Yo tomé una decisión, y hay cosas que en la vida son mutuamente excluyentes).
Elegir implica asumir los límites de la realidad y también mis propios límites.
Elegir es “jugarse”… es asumir y responsabilizarse por la decisión tomada. Porque por todo (y aquí sí, es TODO) hay un precio que pagamos, y aquel que no es capaz de elegir paga con su libertad.

Por último podemos pensar que elegir, de algún modo es ponerle un freno al niño, y tantear y reconocer con los ojos bien abiertos, los límites y las posibilidades que aparecen en el horizonte.
Poder elegir, entonces, es poder crecer...

¡Bienvenidos a la vida!

Lic. Daniela M. Torres Ortiz.

Aprendizajes




Aprendemos que el amor
no surge de los espejos...
Que podemos mirarnos,
tocarnos,
y en un segundo no reconocernos...
Sin embargo, ahí estamos...
Sin embargo, en el fondo, nos sabemos...
Como siempre,
los mismos,
los distintos...
Como nunca,
presentes,
haciendo futuro,
tallando un camino...
Aprendemos que el amor
no surge de los espejos.
Que narciso encontró su propia muerte
cuando quiso fundirse con "él mismo"...
No me encuentres tu imagen,
no te quiera yo, reflejo...
Lo igual
no es lo parecido...
Y lo que se parece,
no se asemeja en todo...
Mi similar,
mi alter ego,
mi imagen especular,
mi representación idealizada,
mi gemelaridad tramposa...
Quiero que te rompas
en pedazos...
La fortuna de encontrarnos
sucede,
justamente cuando nos percibimos
diferentes...

Lic. Daniela Torres Ortiz

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"el sólo hecho de que la otra persona sea independiente o diferente, es experimentado como ofensivo por aquellos con necesidades narcisistas intensas" - Kohut (1.978)

"Durante el noviazgo y la luna de miel, cada cónyuge, por primera vez en su vida, acepta al otro y se siente aceptado por lo que es, con sus yoes diferentes...los dos se fusionan en una unidad satisfactoria; la pareja está "enamorada".
(...) Sin embargo, gradualmente uno de los dos comienza a sentir que en vez de que se confirme su PERSONALIDAD REAL, lo están entrenando para que se AJUSTE A LA IMAGEN INTERNA PROYECTADA de su compañero y haciendo mismo a su cónyuge. Cada uno comienza a maniobrar al otro, inconcientemente para que encaje en el molde del imago interior, menospreciado, incitante. Cuanto más se comportan los cónyuges como el objeto interno malo previsto- compuesto de rasgos reales y a veces desconocidos parcialmente de uno mismo- tanto mayor será la probabilidad de que tenga lugar una nueva clase de confirmación, inconcientemente buscada y concientemente temida"... Framo (1.965)


No todo final es una muerte (o al menos, una muerte tal como suele concebirse en nuestra cultura).

El final es un punto. Es una hoja seca que se cae de un árbol que sin dudas tendrá otras miles de hojas verdes, fresquitas, asomando a la luz.
Es un velo que cae y (des)cubre lo que hay detrás; quizá lo que siempre estuvo allí, pero no te atrevías a mirar.
Un final, sin dudas, también es un comienzo. Porque un final, es un límite. Es una línea vertical que divide lo que pasó de lo que está pasando y lo que está pasando, de lo que pasará.

¿Pensaste a cuál de los tramos le prestarás más atención hoy?

¿A lo que quedó atrás? ¿A lo que hoy, simplemente, es RECUERDO?... porque el ayer no nos pertenece, simplemente es recuerdo, imagen guardada, aroma encriptado, sonido encerrado...
El ayer es un recuerdo, al que podés acudir o no, pero sigue allí, en ese cajón de tu memoria.

¿Y qué ocurre con el FUTURO?
El futuro es invención. Es creación a desplegar, es fantasía. El futuro es del color que nuestros ojos quieran pintarlo, según el día o la hora en que lo estemos imaginando. El futuro tampoco tiene entidad, al igual que el pasado, en sí mismo. Pero a diferencia de aquel, todavía no ocurrió, por lo cual está abierto a las modificaciones que decidas hacerle.

Entonces, nos queda pensar en el PRESENTE.
¿Qué es el presente?...Yo diría que es un “aquí y ahora”.
El presente es lo que ocurre ya, para vos mientras lees esto... y mientras lo escribo, para mí. El presente es para mí el sonido de los autos en la calle, mezclándose con el "tic tac tic" del teclado de esta computadora.
El presente es cómo estoy sentada, cómo estás sentado...cómo respirás, cómo están tus músculos, qué aroma está impregnando tu aire.
El presente es lo único -SI, ÚNICO- que realmente tenemos.
Comprender esto, que se escribe y se lee tan fácilmente, es quizá una de las tareas más complejas de la vida. De hecho, muchos necesitan ayuda terapéutica para poder comenzar a aceptarlo.

Suena paradójicamente extraño: El aquí y ahora es lo único que "poseemos", y sin embargo es de lo que menos nos hacemos concientes. Registramos cuidadosamente los escollos de un pasado más o menos doloroso, nos culpamos o culpamos a otros, a la vida o la suerte. Nos enojamos y entristecemos por "lo que no fue", "lo que no hice" o "lo que no hiciste".
Igual de fácil es imaginar un futuro gris, vivir la amenaza de ese amor que se termina, o de esa libertad que se extingue quizá al momento de encontrar pareja, o de comenzar a ser padres y adquirir nuevas responsabilidades.

Y sí... porque "algo tiene que terminar, para que algo empiece". El final de una etapa, de un momento, de una hora, indica el comienzo de otra. Tan simple y tan difícil a la vez.

¿Y dónde queda el presente?...Vivimos en él, pero no somos concientes de ello. Vivimos en él, pero nuestra mente se confunde entre los recuerdos de algo que "ya no es" y la desesperación por "avizorar lo que vendrá", quizá ingenuamente apostando a que el futuro es previsible, controlable, "atrapable" por la mente humana.

Entonces me pregunto y te pregunto: ¿Hasta cuándo?
¿Cuándo podrás poner punto final a aquello que te daña y que es preciso soltar?...
¿Cuándo aceptarás conocerte, bucear en vos, para encontrarte con ese que realmente sos debajo de la ropa que llevás encima?...
¿Cuándo te conectarás con el presente, ese que te llama, que te reclama, ese que te implica y en el cual -aunque existís- pareciera que la mayoría de las veces no habitás?....

Poner un punto final, para comenzar a escribir una nueva historia, es tarea impostergable. Tiene que ver con la autorrealización, tiene que ver con el autoconocimiento y con la autoaceptación.
Es tarea de uno y para uno, y en el ejercicio de esa tarea, la psicoterapia también resulta de gran utilidad.
Frederic Perls dijo que "la terapia era algo demasiado bueno como para reservársela únicamente a los enfermos". Y a mí me gusta agregar que no hace falta sentirse enfermo para poder aprovecharla.

La vida sigue su curso, pero la diferencia entre "sobrevivir" y "vivir" la construye uno, a partir de sus propias decisiones.
Entonces ser feliz, también es una elección y exige un compromiso ineludible.

Te deseo una feliz vida, siempre.

Lic. Daniela Torres Ortiz


La frase que elegí para titular esta nota es simple, pero encierra una riqueza infinita: No vivimos sólo de lo material.
Si bien los objetos que nos rodean adquieren su importancia en cuanto a la utilidad que nos prestan en diferentes sentidos, al momento de mirarnos como personas, como seres humanos, se presenta ese misterio maravilloso que es la esencia personal. Y en esa instancia nos conectamos con nuestras necesidades más profundas, que simplemente no son “comprables” con dinero: el amor, la sensación de bienestar, el buen humor, la autoestima, la confianza, la seguridad en nosotros mismos, entre otras cosas…
Siguiendo con este buceo existencial, podemos afirmar que a veces erramos al buscar la saciedad de estas necesidades en las cosas. Porque las cosas son eso: cosas, que no nos brindarán el amor que no tenemos, o el bienestar que no nos autogeneramos. Esto no les resta importancia, claro, pero tampoco nos induce a sobreestimarlas.
Nadie da lo que no tiene. Tampoco “nada” puede dar más de lo que su esencia misma contiene.

Focalizándonos ahora en la comida, como objeto de consumo, podemos hacernos sencillas preguntas que nos llevarán a conectar lo antes dicho con el tema en cuestión que tratamos hoy: -¿Cuándo comemos?, -¿Qué elegimos para comer?, -¿Cuánto comemos?, -¿Cómo comemos? (refiriéndome a los modos: ¿sentado, o de pie?, ¿urgido de “terminar el plato” o tranquilo?).
Son preguntas básicas, que si nos las planteamos podrán brindarnos un esbozo de “mapa” de nuestra relación con la comida.
Repasemos por ejemplo la primera pregunta: ¿Cuándo comemos? Podemos comer cuando sentimos hambre o por “apetito”, que no es lo mismo. Hambre refiere a una necesidad vital, es visceral, es un llamado del cuerpo. Apetito implica capacidad de elegir, deseo, selectividad u orientación en algún sentido (por ejemplo: elijo comer unas frutillas con crema o un yogurt con frutas). Por otro lado, podemos comer cuando estamos aburridos (y la comida se vuelve aquello que “mata el tiempo”), podemos comer cuando sentimos rabia (y no discriminar si era queso o pizza lo que ingerimos. La cuestión, como dicen algunos pacientes, es “calmarse”), podemos comer cuando nos sentimos tristes, y en muchas otras circunstancias más.
Sólo esta pregunta abre un abanico de respuestas que reflejan distintos estados emocionales, distintas actitudes mentales y corporales.
No es lo mismo que María llegue enojada a su casa, luego de una discusión con su novio, y coma lo primero que encuentre en la heladera “para calmarse”, que lo haga un domingo relajada, disfrutando el encuentro familiar de la semana.
Sin dudas en el primer caso, no se discrimina. No se selecciona concientemente, no hay un “comer con los ojos abiertos”. María estará intentando “calmarse” justamente usando, sin saber o sin tenerlo claramente presente en ese momento al menos, el poder “opiáceo” que tiene la comida (y especialmente los hidratos de carbono,  nivel de química cerebral).
Siguiendo con esta pequeña escena, podemos pensar ¿Qué le está pidiendo María a la comida?...las respuestas pueden variar: calma, tranquilidad, sosiego para su enojo, distracción de su rabia.
Pero la comida no resolverá el problema o los problemas de María consigo misma, con su pareja o con su familia. Las situaciones que hoy generaron tensión volverán a presentarse, una y otra vez, porque la vida simplemente nos expone a ello. Entonces, podemos plantearnos que si no adquirimos recursos para afrontarlo, recursos que resulten más flexibles y saludables, ¿Cuánto estaremos dispuestos a engordar?
¿Con qué moneda estamos pagando la ansiada calma, la paz del momento, la tranquilidad buscada o simplemente, el medio para disminuir la tensión e interrumpir la escalada de enojo suscitado?...
Por ello, cuando se quiere bajar de peso, la mayor parte de las veces no alcanza sólo con tener un plan alimentario en las manos. Es básico, sí, una guía nutricional, un plan de alimentación balanceado que nos brinde un profesional en el tema. Es fundamental, repito, pero NO suficiente.

Porque no sólo se trata de saber qué comer, sino también, de qué hacer con el manojo de emociones que gatillan nuestras conductas ante la comida. Porque podemos tener el mejor de los planes, llevar el mejor de los conteos de calorías, que quizá si vivimos una ruptura de una relación, caigamos en lo dicho: “comer para calmarnos”…y entonces llevarnos comida a la cama, elegir importantes cantidades de hidratos de carbono simples y refinados (que son los que disparan la glucosa en la sangre, perjudicando severamente las arterias y llevando a la fijación de tejido adiposo en el cuerpo), comer sin pensar o pensar sólo en comer (evitando quizá de este modo, contactarnos con el dolor que el acontecimiento vivido nos generó).

El apoyo psicológico, y puntualmente el que brindan las terapias cognitivas, es de suma importancia en estos casos, tanto para prevenir conductas, como para aprender nuevos modos de relación con la comida, con el peso, con el cuerpo, con nuestra imagen y claro: con nosotros mismos.
De lo contrario, quedaremos atrapados en un pedido de respuestas equivocado, pagando con nuestra salud y nuestra autoestima, por no saber cómo enfrentar las situaciones ansiógenas,  dolorosas o los simples conflictos de la vida.
Podemos ir más allá: con nuestras conductas estamos transmitiendo un “saber vivencial” a nuestros hijos, acerca de qué hacer cuando se está triste, enojado o incluso alegre (el famoso “¡vamos a festejar comiéndonos un helado!”), usando la comida como castigo, autocastigo o premio, y otorgándole de este modo una función multivalente según las distintas circunstancias.
Por ello es que vale la pena pensar en un cambio, dejar de repetir el que “esta vez sí, el lunes empiezo la dieta que salió en la revista”, apostando a la ilusión de creer que las cosas se acomodan de un día para el otro, por arte de magia.
Abordar seriamente el problema, es hacernos cargo de nuestras necesidades más profundas, reconociéndolas y buscando ayuda para aprender a resolverlas o convivir con ellas de la forma más saludablemente posible. El desafío está planteado, sólo hay que tomar las riendas del asunto y disponerse a trabajar. El fin lo vale: es nuestra calidad de vida y la de nuestros hijos, nada menos, lo que está en juego.


Daniela Torres Ortiz
Licenciada en Psicología