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… “Es difícil tener compasión por nosotros mismos y por los demás. Es difícil ser un ser humano”…

Steven Hayes

¿Cuántas veces te volvés tu peor enemigo?

¿Cuántas veces te llenás de autorechazo?

¿Cuántas veces te invadís de autoenojo, y desde ese enojo pretendés que funcione lo que crees que si no estás enojado, no funciona?...

Carl Rogers decía “Las personas son tan hermosas como las puestas de sol, si se les permite que lo sean....En realidad, puede que la razón por la que apreciamos verdaderamente una puesta de sol, es porque no podemos controlarla."

Entonces, me pregunto si todas esas veces que uno se planta desde la enemistad con uno mismo, todas esas veces que rechaza en algo o en parte quién uno es, en el fondo lo que busca no es otra cosa que controlar…Y ese control se escapa, una y otra vez.

Y no sólo se escapa ese control, sino que paradójicamente nos volvemos “más ciegos” para vernos, para registrarnos y registrar qué nos está sucediendo… estando tan ocupados marcándonos nuestro “error”.

Ahí es donde a veces escucho que intentan aplicar la “historia” de la voluntad: “si yo tuviera voluntad, haría la dieta”“si yo tuviera voluntad, me separaría”… Y la voluntad no es un cheque que me sirve para comprar cualquier cosa, ni tampoco todo se resuelve con la “mentada voluntad”.

Si caemos en ese lugar, corremos el riesgo de sobreexigirnos bajo el rótulo de que, en última instancia, si no sale como queremos, es porque no estamos poniendo “suficiente fuerza de voluntad”

Así aparecen emociones como culpa, hermana del auto reproche, de la antipatía volcada sobre uno mismo. Aparece la exigencia, la expectativa, y con todo ello, la frustración. Simplemente porque nunca vamos a ser “perfectamente a la talla” de lo que buscamos: siempre algo va a escaparse de esa “perfección”.

Y suponemos que por no “ser eso que consideramos que deberíamos”, entonces “no servimos”.

De esa manera nos juzgamos, etiquetamos, y caemos en una falsa sensación de que, por ponerle rótulo, lo tenemos más “manejado”. Y no… Ni manejado, ni controlado.

Somos simples mortales que hacemos lo mejor que podemos, con eso que somos. Y a veces terminamos incluso creyendo que el camino de la exigencia de “poner más voluntad”, es el que nos conducirá más lejos…

Sin dudas que hay cosas a las que se llega por la senda de la perseverancia, y es asi que necesitamos tener en claro que es nuestra firme decisión la que nos resultará brújula y guía para avanzar en cierta dirección. Pero nunca, NUNCA, es la exigencia el camino. Nunca es el auto desprecio por no haber llegado a donde queríamos, por no ser lo que pensamos que tenemos que ser, por no sentir como suponemos “deberíamos” sentir (“debería querer a mi madre/padre/pareja /tio/abuelo, etc”..)

Te propongo la desafiante tarea de tratarte con más respeto (tal vez con el mismo respeto que tratás a tus amigos, vecinos, conocidos?...).

La hermosa tarea de mirarte con ojos amorosos (esos ojos con que los que miras a esa mujer o ese hombre al que amas, o amaste alguna vez).

La compleja tarea de comenzar a reconocerte, sin pretender tachar, cortar o sobrescribir tu identidad. (El cambio, paradójicamente, aparece detrás de la aceptación más profunda).

Te propongo mirarte con ojos nuevos. Sin apelar a montañas de prejuicios que, como lupas terribles, te amplían o achican cualquier parte tuya…

Te propongo ni más ni menos que abraces ese que sos, sin juzgarte o compararte con ese o esa que te gustaría ser.

Ese/a que SOS, hoy, aquí y ahora, en este momento que -simple y profundamente- nos invita a habitarlo.

Hasta la próxima!

Daniela

 

 

 


Salir de la Jaula



Imaginemos que construimos una jaula... Una jaula que nos protege de “enemigos”, una jaula que nos evita lidiar con “fantasmas”…
Imaginemos que cada barrote de esa jaula es una defensa “anti-algo”, que nos sirve para evitar el ataque, para evitar la confrontación, para evitar el enojo, para evitar la tristeza, para evitar la pérdida... ¡De cuántas cosas nos protege!...

Ahora, cuidado: porque de muchas otras cosas, tampoco nos permite siquiera su disfrute.
En la jaula del miedo me siento “tranquilo”, porque aunque a través de la EVITACIÓN, me estoy resguardando.
Pero ¿acaso soy conciente de todo lo que también me pierdo, a cambio de adquirir cierta “sensación de protección”?...
Me pierdo crear un vínculo con otro, por MIEDO a perderlo… y por MIEDO a sufrir si lo pierdo.
Me pierdo salir a la vida vestido como quiera, con mis colores preferidos, con lo que para mí es la ropa más bonita o más cómoda, por MIEDO la crítica del otro.
Me pierdo dar un examen, por MIEDO a quedar “expuesto” si no sé alguna parte de la materia.
Me pierdo un cumpleaños, por MIEDO a las miradas de los que no me conocen.
Cuando no me atrevo a separarme, a tener un hijo, a casarme, a mudarme o lo que sea, por MIEDO a la opinión del entorno, de mis familiares, conocidos, o compañeros de trabajo, ahí también estoy perdiendo...

Cuántas prohibiciones para no sentir MIEDO… cuántas postergaciones, negaciones u omisiones hacemos, para no contactarnos con esa emoción.
Y entonces nos parece tan grande el monstruo, tan fuerte, tan pesado, tan duro… que necesitamos una jaula más fuerte, aumentar las prohibiciones, reforzar candados y barrotes, para evitar sentir…

Y creo que, en lo profundo, es también para evitar DARME CUENTA: La jaula del miedo, en realidad, me protege DE VIVIR. De buscar mis propias certezas, más allá de las que “me entregaron como herencia”.

Me protege de encontrar y alimentar las relaciones más hermosas de mi vida, más allá de que alguna vez pueda o no perderlas. De mojarme los pies en el agua y ver si esta fría, tibia o calentita PARA MI (aunque otro nos haya enseñado que era agua helada). De encontrarme con mis propias elecciones, y por ende mis propios errores…pero también MIS ACIERTOS.

Salir de la jaula, romper los barrotes, implica EXPONERME a la vida… y radicalmente asumir que no hay nada totalmente dicho, nada escrito de forma inmutable, nada sellado y definitivo. Y aceptar que la magia, lo maravilloso (y trágico también) de la vida, tiene que ver justamente con eso: el misterio, la incertidumbre, los cambios. Nunca sé lo que me ocurrirá, nunca sabré qué era mejor o qué peor, en definitiva, no existe la SEGURIDAD así como NO existe una jaula “anti-miedo” que me permita ser feliz.
Porque podré resguardarme de muchas cosas, pero también con esas cosas, irá algo de la alegría de vivir cada día, aceptando las reglas del juego: la vida es un abanico de posibilidades, y ninguna es más segura o estable o permanente, que otra.

Salir de la jaula es el desafío, y disfrutar el regalo maravilloso que es la vida, es la recompensa.

Lic. Daniela Torres Ortiz

Nota: El miedo en sí mismo no es “perjudicial”, dado que surge como una respuesta del organismo que permite no incurrir en situaciones riesgosas para nuestra subsistencia. Pero esa misma “herramienta natural” con que nacemos, se vuelve en nuestra contra cuando le damos el dominio y la llave de nuestra existencia, cuando lo dejamos crecer y fortalecerse, marcarnos el rumbo y las decisiones de nuestra vida. Entonces el miedo deja de ser funcional y se vuelve nuestra trampa, nuestra propia jaula.

Todo y Nada




Elegir el todo es quedarse con nada...
El todo no fue hecho para el hombre
de un día...


Elegir el todo
es apretar los puños y tantear el vacío,
Apagar el fuego del deseo,
no aceptar los años,
matar el crecimiento...

Es recorrer espacios sin caminos ni guías,
y olvidarse en un rincón los pasos
la entrada y la salida...

Elegir el todo
es perderse la vida,
por reptar como un loco
la montaña suicida...


(Porque sólo es libre aquel que puede tomar UNA PARTE...
Ése que puede ELEGIR para sí una porción del universo,
y no encadenarse a fusilar el deseo en pos de tener todo...)

                                
 


 
Escribí hace varios años este intento de poesía. En aquel momento, ya me resultaba curioso el comportamiento de aquel que “lo quería todo”.
Justamente porque el todo es un imposible, es una idea demasiado perfecta para lo imperfecto de la condición de ser humano, lleno de hiatos, de carencias y abundancias, de vacíos y llenos.
Cierro los ojos y me imagino al hombre, que dice “Yo no puedo ser fiel! Me gustan todas! Yo quiero a todas las mujeres”….a la madre que se queja de su hijito, que exclama “no, no se… no puedo elegir, quiero la fiesta de cumpleaños, el juego para la play que te pedí, irnos de vacaciones al mar y… y…”.
Pienso en el hombre que después de mucho esfuerzo logra confesarse a sí mismo, “no quiero separarme para no perder la casa que construimos, la persona que me cocina... se que no la amo, pero no puedo perder todo lo que tengo…”
Quien no puede elegir, entonces no es libre…
Quien no acepta que elegir es renunciar, tampoco…

Quien quiere a TODAS LAS MUJERES del universo, en realidad no quiere a ninguna, no se queda con ninguna y no PAGA EL PRECIO que implica construir una relación madura…
El adulto es el padre de ese niño que reclama y que no elige (y que se engaña pensando que en la vida, es posible tenerlo siempre, todo). Y ese niño, en sí, no es libre… porque hay algo fundamental que no puede, y es básicamente HACER UNA ELECCIÓN.

Quien pretende tenerlo TODO, entonces se condenará a la insatisfacción permanente, y padecerá las condiciones que acompañan la búsqueda de este ideal que se construyó y al que se somete.
Cierro los ojos de nuevo, y pienso en los que trabajan hasta derrumbarse o en los que entrenan hasta lesionarse o en los que comen tanto hasta indigestarse: eso es llegar al borde y “desbordar”, volverse esclavo de una idea...

Y no hablo de “conformarse con lo que hay”, de bajar los brazos y no motivarse con nada, justamente lo contrario.

Hablo de crecer aceptando nuestras carencias, junto a la cantidad de hermosos recursos con los que contamos. Aceptar que habrá cosas que tendremos y otras que no. Que obtendremos logros y llegaremos a metas muchas veces! Y otras tantas…no, y eso en sí mismo no será una tragedia. No podremos tenerlo todo, en todo momento y en relación a todas las cosas.

Entonces elegir, implica decir “sí” a esto y “no” a lo otro (si elijo NO estudiar para un examen, por ejemplo, luego no puedo pretender obtener la mejor de las calificaciones. Yo tomé una decisión, y hay cosas que en la vida son mutuamente excluyentes).
Elegir implica asumir los límites de la realidad y también mis propios límites.
Elegir es “jugarse”… es asumir y responsabilizarse por la decisión tomada. Porque por todo (y aquí sí, es TODO) hay un precio que pagamos, y aquel que no es capaz de elegir paga con su libertad.

Por último podemos pensar que elegir, de algún modo es ponerle un freno al niño, y tantear y reconocer con los ojos bien abiertos, los límites y las posibilidades que aparecen en el horizonte.
Poder elegir, entonces, es poder crecer...

¡Bienvenidos a la vida!

Lic. Daniela M. Torres Ortiz.