Cuántas veces nos habremos visto inmersos en una charla que al final, hasta podemos evaluar como estéril.
Si sacáramos la cuenta, me pregunto cuántos minutos, cuántas horas o cuántos días (¿tal vez, hasta meses?...) habremos perdido de nuestro tiempo, discutiendo con el otro sobre algo. Y no es que la discusión en sí misma, -valga como juego de palabras- esté en discusión.
El problema, nunca son las cosas, sino lo que hacemos con ellas. Dicho de otro modo, el problema sería no saber discutir, o más profundamente, no saber comunicarnos.
De qué me sirve gritarte durante horas, llorar (por angustia, rabia o frustración), oír tus quejas o incluso en casos más complejos, llegar a las amenazas, los insultos o cualquier otro acto intimidatorio, si quizá no puedas escucharme, si quizá tampoco pueda yo hacerlo.
Un dato no menor, es que debajo de los problemas por los que con frecuencia consultan las parejas, se esconden las dificultades (serias, muchísimas veces) para comunicarse.
Se llega incluso a asumir, cansados y llenos de enojo, que "es imposible hacerse comprender por el otro", o que "ella/ él no me escucha" o que "no hacemos más que pelear cuando tocamos ÉSE (cualquiera que sea) tema"...
Y así nos vamos distanciando.
Y así cada vez tenemos menos ganas de hacer el intento.
Esperando que lo que ya ocurrió ayer, vuelva a suceder hoy o mañana, dejamos de probar nuevas maneras, de buscar nuevos caminos, de experimentar diferentes formas de decir y de escuchar.

Creo que en todo esto surgen preguntas fundamentales, que deberemos responder a conciencia cada uno internamente:
¿Qué es lo importante cuando intentamos comunicarnos?...
¿Qué quiero lograr cuando te digo lo que te digo?...
¿Cuál es mi predisposición al momento de escucharte?

Pienso que en esto tenemos que ser muy sinceros y cuidadosos...porque realmente detrás de muchas discusiones (sobre todo de pareja) se esconde el deseo de "tener la razón". Entonces, cada charla deviene en batalla: en realidad no me interesa lo que tengas para decir, sino ganar la pulseada o de alguna manera "sentir que conservo el poder".
Y el poder -tenemos vastos ejemplos- vuelve muy locas a las personas. Luego, es un semáforo en rojo que nos indicaría parar, respirar y reflexionar...
Si me centro en ganar, si detrás de mis argumentos se esconde la obsesiva idea de convencerte de que mi parecer es "LA verdad", de que lo que yo quiero es "LO mejor" o de que simplemente, lo mío vale más que lo tuyo, cuidado...posiblemente no me permita escucharte, y sin dudas comenzaré a andar el camino del alejamiento emocional.
¿De qué nos sirve compartir un café, estar pegaditos en el living o en el dormitorio, pasarnos horas "batallando" o "discutiendo", si hay distancia emocional, si no hay deseo de empatizar con vos, si no hay un intento de comunicarnos más allá de quién "tenga razón"?

Comunicarse, partiendo de la premisa de lograr que me des esa bendita razón, es la mejor manera de no llegar a ningún lado: nos predispone negativamente a ambas partes y nos saca del verdadero foco de la cuestión, que es el INTERCAMBIO.
Si sólo escucho mi discurso, se trataría sólo de un monólogo, y de ese modo jamás habrá un ida y vuelta: habré cerrado la puerta para que algo de mi salga y lo recibas, tanto como para recibir lo que vos quieras darme. Así, lejanos, sombríos y cansados, terminaremos aislados rumiando nuestro discurso, generando un círculo vicioso de distancias y encuentros fallidos.

Para ser escuchado, nada mejor que escuchar.
Para poder escuchar, nada mejor que cultivar la paciencia: dejar de lado la idea de "si no te lo digo YA, entonces después es tarde", porque eso nos centra la atención en nuestra respuesta ante tu palabra, más que en el intento de comprender lo que realmente me querés decir.
Es un proceso complejo, sí. Es difícil, sí (además, ¿quién dijo que la vida era fácil?)...pero es susceptible de ser aprendido.

La comunicación es algo riquísimo y VITAL para cualquier vínculo, y por eso creo plenamente que es muy importante poner energía en reaprender cómo mejorar el proceso.

Vale la pena escucharte. Vale la pena sentirme escuchado.
Vale la pena poder encontrarnos, en una charla profunda y sin disfraces de por medio, cara a cara yo con vos y vos conmigo...
Vale la pena el encuentro.

Buena vida!
Lic. Daniela Torres Ortiz


De los temas recurrentes en el consultorio, éste es uno de los más presentes.

Siempre hubo infieles y traicionados, pero actualmente la palabra “infiel” como la de “traición”, han ido tomando otros matices.

Y es que, si bien para muchos qué es infidelidad puede estar muy claro, para otros los límites se tornan más que borrosos…al punto que aparecen entre sus cuestionamientos, expresiones de este tipo: “miró a otra chica…eso ya es infidelidad! Porque convengamos que me está siendo infiel CON EL PENSAMIENTO!!! ¿o no?”… “revisé su teléfono y había mensajes, me mintió…me dijo que ya no hablaba más con ella ¡Eso es ser infiel!”... “mira a otras chicas por Facebook…yo me doy cuenta, porque cuando paso cerca se hace el tonto y sube el cursor…para mí que mire a otra gente, es un signo de que me es infiel”… “lo encontré besándose en mi propia cama con mi mejor amiga!!!! Nunca me había imaginado que podía ser tan infiel!!!”… “me da celos que mire a otros flacos en una película, pienso que eso podría implicar que tiene ganas de estar con otro, que me compara…y que un día puede tentarse y serme infiel!”

Frente a situaciones tan dispares como éstas planteadas, nos cabe preguntar ¿Es lo mismo que mire a una chica cuando pasa caminando frente al auto, en un semáforo…que besarse con una amiga o que mire una foto en Facebook?...

No, no es lo mismo. Pero para diferentes personas, tales situaciones caen bajo el mismo rótulo: infidelidad.

Como en tantas otras cosas, no podemos universalizar el término. Es un concepto que se vuelve más amplio o más estrecho, de acuerdo a la mirada del sujeto: no hay una regla general. Porque qué es ser FIEL o INFIEL, es un concepto que vale de una forma particular según quien lo vea.

Muchísimas veces en las parejas hay un suceso, que por cada uno de los miembros tiene una lectura diferente. Para uno es infidelidad y para el otro no. ¿Entonces, qué hacemos?...

Como siempre, la clave es la comunicación…

Poder hablar, poder hacer explícito lo que yo creo que es “obvio” y que se entendería implícitamente, allana los caminos, simplifica las cuestiones.

Si ambos acordamos que la relación, para que funcione bien para ambos, para que nos haga “felices” a ambos, tiene que basarse en ciertas premisas…será más fácil comprender las cosas y tener una mirada un poco más cabal respecto al comportamiento propio o ajeno.

Sin dudas que no siempre se puede estar de acuerdo con todo, pero nuevamente para enfrentar esta realidad hay que apelar al respeto, la escucha y la comprensión, de forma tal de acordar en lo que sea factible de ser acordado, como de disentir y resolver qué se hace, frente a lo que no hay acuerdo o lo que no me resulta negociable.

Recapitulando: qué es infidelidad y qué no lo es, se trata de algo subjetivo, con matices y límites específicos para cada miembro de cada pareja. Hablar sobre ello, permite en lo básico, saber de qué se habla cuando se habla de traicionar, así como delimitar qué será permitido y qué no, en cada pareja o relación.

Finalmente, podemos pensar que hay quienes consideran que sólo hay infidelidad cuando hay un vínculo de amor, porque otro tipo de relación basada en otras cuestiones (atracción física, sexo casual, etc.) no permitirían hablar de ello. ¿De qué fidelidad hablamos si vos podés estar con cualquiera y yo también, porque sólo nos vemos cuando aparecen las ganas de compartir un momento de sexo?...

Claro que hablar de fidelidad, nos lleva a plantearnos en lo profundo, qué tipo de relación queremos establecer con el otro, y de esto también hay que hablar. Si no se habla, dejo librado al azar de lo que “se supone” que el otro también sabe, también quiere conmigo o espera de mí, y corro el riesgo de abrir espacio para grandes equívocos y “sorpresas”.

El diálogo es la gran clave en toda relación. La disposición para escuchar abiertamente y para ser francos y sinceros con nosotros mismos y con la otra parte, es un desafío que se presenta siempre y que vale la pena asumir, para construir un vínculo honesto y despojado de tabúes.

Feliz vida, siempre!

Lic. Daniela Torres Ortiz





Sin dudas que la literatura ha dedicado bastante tinta a tratar el tema… Será por la universalidad del sentimiento, será por su complejidad para ser resuelto, será por esa suerte de “sensación de in manejabilidad” que provoca.
Lo cierto es que no por antiguo es un tema menos actual.
Y resulta que a primera vista, serían dos los actores que padecen los celos. Uno (o los dos, depende cada pareja…pero en este caso hablaremos de una unidad celoso - celado) es quien lo siente, y el otro quien recibe sus consecuencias (claro que para el celoso, también esto tiene consecuencias! ). Los dos quedan atrapados en una suerte de acción - reacción, que retroalimenta con cualquier excusa la circularidad de las conductas.
 “Yo hice esto porque vos aquello”…uno suele escuchar por allí, donde “esto”, puede ser desde un acto de curiosidad y control, como revisar el correo electrónico o mirar el celular o abrir un sobre de correspondencia conteniendo un informe detallado de los gastos bancarios, hasta un golpe…o cualquier otro acto intimidatorio, que persigue un intento de control y de “corrección” del partenaire, en su -al menos supuesta-  “sospechosa” conducta.
Y esta conducta, ese “porque vos aquello”, puede ser desde mirar a otra persona, ser “demasiado reservado/a” con cierta información, ocultar una clave de acceso a algo, etc. etc. etc.
El celoso, cierto es que siempre encontrará una justificación para ese torbellino de emociones viscerales, donde desfilan la ira, el enojo, la tristeza, la indignación, probablemente seguidas de una acción coherente con ello. Otra particularidad del caso es que esas sensaciones pueden (y gran parte de las veces es así) responder simplemente a una suerte de “ilusiones” mentales, un creer ver lo que en concreto no existe…
De hecho si existiera, si el celoso tuviera un conocimiento acabado de que el otro no es fiel (que es en definitiva, el monstruo que se pretende atrapar) ya se enfrentaría a otro problema: qué hacer con eso.
Esa ilusión, entonces realizada, indicaría que el gran temor a perder al ser amado y al vínculo que con éste se tiene, en manos de un rival, se ha concretado.
Ahora bien…esta suerte de conductas muchas veces destinadas a la “prevención” de tal circunstancia, es decir, conductas tendientes a evitar que el otro se relacione con alguien y ese alguien lo desplace, son paradójicamente las que potencialmente pueden lograr el mismo efecto: la pérdida.

Pensemos desde el otro lado…aquel que es “husmeado” en su privacidad, que simbólicamente es colocado bajo la luz de la investigación más minuciosa, que sistemáticamente es perseguido y confrontado para que dé explicaciones de tal o cual circunstancia que lo envuelve, no está siendo respetado. Más bien resulta expuesto a una suerte de interrogatorio, a una especie de persecución variada en matices, que lejos está de relacionarse con un vínculo de amor, ternura, confianza…
Entonces quien se quede en ese lugar, en ese rol, y pueda permanecer allí…tiene que tener muy buenas razones para hacerlo (razones que pueden pasar en más o en menos desapercibidas por la conciencia). Se pueden encontrar allí viejos patrones de relación, patrones aprendidos y repetidos con diferentes actores y escenarios.
Y es que celado y celoso, forman una dupla muchas veces complementaria…pero ese será tema para otro día.

Por hoy me gustaría simplemente dejar planteada la paradoja: por temor a perderte, es que te pierdo… Por temor a que un día te alejes, es que termino causándote rechazo…
Porque no todo -por suerte- se tolera, siempre…y todo -por suerte, otra vez- tiene sus límites. Los celos también, y muchas veces si uno no hace prevalecer los límites propios frente a la situación, es la realidad la que impone los suyos.

Cuidar al otro supone respetarlo, cuidar el vínculo supone alimentarlo desde el respeto por la individualidad de cada uno, con todo lo que ello implica (tolerar ciertos silencios, respetar el mundo privado, que no todo siempre es “compartible” en una pareja, entre otras cosas). Finalmente, amar al otro supone preservarlo, incluso de mi mismo y mis celos.
Por eso es importante pedir ayuda cuando algunos de estos pilares comienzan a resquebrajarse…

Les deseo muy buena vida! Hasta la próxima!

Lic. Daniela Torres Ortiz  
 



psicologo neuquen, psicologa neuquen

Asumir los riesgos



No hay vida sin riesgos…
Vivir ya supone, en sí mismo, el riesgo de poder perecer en cualquier momento. Sin embargo esa posibilidad, a gran parte de nosotros no nos detiene: seguimos saliendo a la calle, yendo al trabajo, comiendo con amigos, haciendo deportes…
Entonces ¿por qué en tantas ocasiones, nos tomamos tanto trabajo para intentar reducir los riesgos, y “saltar sobre seguro”?...

No terminamos de aceptar que la seguridad no existe, que podemos tener un mapa perfectamente marcado, con sus caminos y puntos de descanso, que jamás será igual al territorio. Y en esa diferencia, entre el mapa y el territorio, se juega la incertidumbre… y contra la incertidumbre luchamos.
Nos empeñamos en tomar “medidas de precaución”, en sacar cuentas e imaginar mil escenarios diferentes, con sus posibles respuestas… Nos llenamos de ansiedad, porque pretendemos controlarlo todo, y viendo que ese todo se escapa, se NOS escapa, nos angustiamos y a veces, quedamos paralizados.
Nunca lo que imaginamos sobre cualquier futuro, será idéntico a ese futuro mismo. Es tan simple y tan complejo, como aceptar que la experiencia sólo se adquiere transitándola…
¿Pero mientras tanto?... mientras tanto la vida. El tiempo que transcurre, aún cuando nosotros permanezcamos inmóviles, detenidos…pensando.
Y es tan perjudicial tomar acciones sin el uso de la razón, como quedarse varado en el ámbito de la planificación sin su ejecución correspondiente…

Entre ser proactivo y ser extremadamente cauteloso al momento de dar cualquier paso (desde uno pequeño, como elegir el color del vestido para la fiesta de fin de año, hasta uno mayor, como pensar en cambiar de empleo, mudarse de ciudad o irse a vivir solo, por ejemplo), hay un abanico de respuestas posibles…
El desafío, entonces, es poder pensar ASUMIENDO EL RIESGO, como parte de la vida, la posibilidad de errar como aprendizaje y recompensa por haber HECHO, por haber actuado, por haberme puesto en movimiento. Conlleva riesgos tanto quedarse parado en la vereda, como animarse a dar un salto y cruzar la calle.

No hay vida sin riesgos, como dije al principio… En palabras de Carl Rogers “me doy cuenta que si fuera estable, prudente y estático, viviría en la muerte. Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante”…

Feliz vida, feliz final y comienzo de año.
Hasta cualquier momento!
Lic. Daniela Torres Ortiz