Tenemos que hablar

Las crisis, las relaciones familiares cada vez más complejas y la caída de los prejuicios con respecto a la terapia vincular hacen que las sesiones de pareja ya no sean un exotismo. El boom de la tira Tratame bien y lo que sucede en la vida real, según terapeutas y pacientes.

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¿Querés aparecer con tu nombre real en la nota o buscamos uno de fantasía?
–Poneme Torino.
–Perfecto.
–¿A mi mujer también la vas a entrevistar?
–Sí.
–A ella ponele Blanca. Me gusta la cupé Torino blanca.

Torino es el típico caso de alguien que te cuenta que está haciendo terapia de pareja y contestás: "¿Torino? ¿Terapia de pareja?" Y el hombre, que al parecer hoy no asimila una vida lejos de su cupé Blanca, pone primera y arremete. "Jamás pensé que alguna vez haría terapia de pareja. Ella fue la que insistió. Y ahora pienso que fue de gran utilidad, si estás convencido de que se puede salvar, no hay que tener miedo", dice este contador, de 41 años, en un intento de animar a otros escépticos, como era él.

La psicoterapeuta de Torino y Blanca (aunque inseparables en su concepto, acá vamos a escindirlos para evitar cualquier interpretación a priori de simbiosis) precisamente los menciona para graficar en qué estados suelen llegar al consultorio las parejas que se deciden a una terapia conjunta. "Llega gente que te sorprende, con buenos índices afectivos y problemas de convivencia", como Torino y cupé Blanca, ejemplifica Olga Ladovsky, psicoanalista especializada en terapias vinculares.

"En esos casos –prosigue– es más maravillosa la aventura de trabajar. Pero también llegan otras parejas con bajos niveles afectivos, que se expresan en indiferencia o distancia, y quieren componer el vínculo a la fuerza. Ahí la psicoterapia se hace más difícil".
La psicóloga Ana María Muchnik tiene su top ten de crisis conyugales: llegan parejas con distorsiones en la comunicación, controversias de intereses, falta de respeto por la individualidad del otro, diferencias en la crianza de los hijos, hijos con síntomas por problemas de la pareja, infidelidad y celos.

Blanca, la de la cupé, confirma el momento en que, cuando ya casi estaba decidida a patear el tablero después de varios meses de no llegar a ningún destino apacible, su terapeuta le hizo ver esa realidad que estaba servida y el oscuro panorama empezó a aclarar. "Un día que yo veía todo roto e irrecuperable, ella me paró el carro y me dijo: 'Ojo, porque acá hay un montón de cosas en común y encontrar el amor no es fácil y si uno siente que lo encontró tiene que cuidarlo y luchar'. Ella intentaba demostrar que, pese al desencuentro, lo que sí había era un vínculo y eso parecía importante más allá de la decisión que después termináramos tomando", explica esta mujer de 35 años.

EL DOLOR DE YA NO SER

Son tiempos difíciles para mantener una pareja, quién puede dudarlo. Pero también lo son para encontrarla. Y, en términos meramente cuantitativos, tampoco son momentos como para tomar la decisión de dejar de compartir gastos, alquileres y demás desembolsos en común. Es por eso que, mientras el unitario Tratame bien es uno de los programas favoritos de la pantalla de 2009 –en lo que puede diagnosticarse como un típico síntoma de catarsis televisiva–, es cada vez más usual que las parejas decidan reservar la palabra crisis para el contexto financiero mundial y se planteen pedir un salvataje externo a los especialistas en terapias vinculares.

Pedro Horvat, médico psicoanalista, admite: "Es un esfuerzo muy importante buscar un terapeuta, porque implica haber tolerado varios dolores: el dolor de lo que nos pasa, el dolor de que no podemos con aquello que nos pasa y, por último, el dolor y la valentía de mostrarse delante de un tercero con lo más íntimo y lo más secreto. La pareja que consulta tiene una parte del camino recorrido".

Las razones para, finalmente, levantar el teléfono y pedirle ayuda a un tercero son muchas. "Cuando llegan al consultorio –dice Horvat–, las parejas suelen decir que están distanciadas, que pelean mucho, que no tienen la vida sexual de antes y sobre todo, que sienten que ya nada es igual. Es una desilusión con respecto al proyecto que tenían, algo que funcionaba y los hacía felices cambió. Todos los acuerdos conscientes o inconscientes que habían hecho cuando se casaron, sea por el paso del tiempo, el crecimiento personal de cada uno, la llegada de hijos, los duelos o las circunstancias laborales o económicas, dejan de estar vigentes y los roles que se habían distribuido también cambian. O como decía Pablo Neruda: 'Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos'".

Claudia, poeta, con cuatro hijos y 30 años de matrimonio, pinta inmejorablemente el escenario previo a recurrir a un extraño como último salvavidas posible. "Uno se sincera con amigos, hermanos y hasta con desconocidos, pero con la pareja muchas veces no te sincerás en puntos donde realmente está jugada la instancia del otro. Con tu pareja te deprimís, te enojás o te peleás y no le decís 'me tenés harta por esto y aquello', eso es muy fuerte. Es como estar viviendo con el enemigo, con la persona que más dolor te provoca. Entonces me acuerdo de que un domingo me paré en el medio del patio de mi casa y dije, 'si doy un paso, me separo', y ese día tomé la decisión de pedir un turno".

Mientras Claudia se encuentra en pleno proceso terapéutico con la esperanza de recomponer su matrimonio, Agustín Delelis, un actor de 31 años, ya lo atravesó con un resultado también posible: la separación. "Tomamos con mi novia la decisión de hacer terapia juntos posteriormente a una consulta con un sexólogo y después de varios meses de no andar bien. La decisión fue de los dos".

Fuente:
Revista C

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