“Porque nos peleamos mucho, ya no tenemos momentos en paz”... “porque deje de cuidarme, engordé... y siento que eso, indirectamente afectó nuestra vida sexual”… “porque nos amamos, en todo nos llevamos bien, menos en el tema de nuestras familias, odio los domingos cuando hay que decidir a la casa de qué madre iremos a comer”... “porque no lo queremos…pero ya hemos pensado en separarnos, la convivencia va de mal en peor...”
Las parejas están llegando heridas al consultorio. Motivos de consulta como éstos se multiplican y cambian de matices y colores, según la voz del hablante. Y quien habla es el síntoma, arrojando mensajes -a veces más crípticos, a veces más claros- debajo de la piel de los problemas cotidianos. Lo que sucede es que, como bien dice el refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver” y no hay peor enemigo de un conflicto, que la omnipotencia de quien cree SIEMPRE puede resolverlo SOLO.
Están los que buscan ayuda cuando se cansaron de pensar en los porqués dando vueltas en la cama, cuando se hartaron de escuchar soluciones simplistas del amigo que, con la mejor de las intenciones, los quiso aconsejar. Están los que han probado con “tener un hijo” (cuando quizá no coincidía el deseo de tener ese hijo con el de QUERER SER PADRES), como los que han probado con el escaparse cotidiano: ese escape extraño -cuando no adictivo- del trabajo full time de doce, catorce o veinte horas diarias.

Es decir, que siempre existirán los que consulten cuando todo el resto de las opciones a las que prefirieron dar curso antes, no han dado resultado y cuando ya tienen un pie en el abogado y una mano preparando la valija.

Por eso, así como varían los problemas o las crisis que cada pareja atraviesa, así también varían los pronósticos: porque cada pareja intentó e intenta sanarse a su manera, usando sus recursos, los cuales son distintos en calidad y cantidad.
No es lo mismo llegar con el hilo de aliento que tiene quien da el manotazo de ahogado, la brazada final, que con la energía que tiene aquel que apuesta desde el primer momento al trabajo duro, pero no por eso menos satisfactorio, de una buena terapia de pareja.
Y hablo de “trabajo duro” porque realmente lo es: se plantea el desafío de contar a otro sobre esos “trapos sucios” que siempre se creyó que “sólo se lavaban en casa”. Este contar, sin embargo, es un contar diferente, muy alejado del “contarle al confidente de turno”. Es un abrirse a otro con un sentido, con un propósito: el de encontrar el mejor de los caminos para atravesar y resolver las situaciones conflictivas que siento que embotan, confunden o paralizan en un momento dado.

Porque como dice el refrán: “de terapia se saca tanto como se pone”, y quien elige la consulta psicológica ya tiene un grado de salud mental suficiente que le permite decir hasta acá hicimos solos… si no llegamos a buen puerto, busquemos por otro lado.
Porque no hay soluciones mágicas, sino respuestas a encontrar dentro de uno, que a veces requieren de un tercero ajeno al entorno nuestro, que pueda preguntar lo que es preciso, en el momento oportuno…que es justo el momento en que se siente, que aún hay  un vínculo de amor que vale la pena rescatar.

Daniela M. Torres Ortiz
Licenciada en Psicología

0 opiniones:

Publicar un comentario