Dentro de los mares que se navegan en el barco de una terapia de pareja, muchas veces nos encontramos con algunas expresiones de desagrado frente a ciertas diferencias que se mencionan.

Y no es porque necesariamente los dos sean completamente distintos a los que fueron en principio. De hecho, muchas veces no han producido cambios radicales, y así pueden verlo y reconocerlo…

Sin embargo, podemos observar que aquello que en un principio pudo atraernos del otro, aquello que pudo ser una coincidencia (“Le gusta tal cosa, como a mí!”) o a lo mejor una diferencia (“Ella es capaz de hablar de lo que siente! ¡A mí me cuesta tanto!”), y que significaba algo más que nos encantaba, de pronto aparece como un hiato o una grieta que separa.

Así nos damos cuenta que aquello que ayer nos unió, hoy construye nuestra distancia. Entonces nos preguntamos, ¿Qué cambió en realidad? Posiblemente, lo que haya cambiado, sea nuestra VALORACIÓN de lo percibido.

Volviendo al primer ejemplo, podríamos pensarlo como ese “ella es capaz de hablar de lo que siente!”, que se transforma ahora en un “ella habla demasiado”…o “resulta que todo hay que hablarlo, es invasiva con tanta conversación, es cansadora!”


Es cierto que también hay cambios individuales que van marcando ciertos rasgos personales, formas de actuar frente a situaciones, etc., que pueden resultar más bien “adquiridas” en el transcurso del tiempo, y que no se ven como presentes desde antes. Por ejemplo, pensemos una pareja que al principio dividía tareas en la casa, con cierto criterio de tiempos o agrados por la tarea (“yo prefiero cocinar, vos preferís lavar los platos…”... ”yo trabajo menos horas que vos, puedo ocuparme de lavar la ropa así no se acumula en los canastos…”). Puede que con el tiempo, las condiciones de cada uno hayan cambiado, los gustos hayan cambiado, o simplemente, uno quiera re pactar el acuerdo y el otro no. Estas diferencias, también pueden volverse puntos de conflicto, instancias donde un punto de confluencia en común, resulte imposible.

Hay cambios que pueden ir desde lo físico, a la idea de cómo llevar adelante la vida sexual, desde proyectos laborales personales, hasta las expectativas respecto a cómo debería ser una pareja o una familia, que también pueden ir planteando nuevos problemas.

Dos autores muy reconocidos en el ámbito de la terapia de parejas, Jacobson y Christensen, opinan que el camino que va “del amor a la guerra”, tiene esencialmente que ver con cómo se manejan esas diferencias entre las partes.

Si en el transcurso del tiempo, planteamos las diferencias como algo que hay que eliminar para poder ser felices, seguramente nos iremos conduciendo de plano a la frustración y la distancia dado que siempre existirán diferencias, dificultades y conflictos (es algo inherente a toda relación humana).


Ahora bien, si en cambio apostamos a integrar esas diferencias, desde la aceptación, desde una postura que implique de ambas partes una profunda y real empatía, comprensión y respeto por el otro, entonces es mucho más probable que se pueda llegar a buen puerto.

Y cuando vemos que esto último no es posible, pero sentimos que aún hay algo que vale, por lo cual luchar, entonces allí es importante poder pedir ayuda.

Que tengan una buena vida!

Lic. Daniela M. Torres Ortiz


En los dibujos animados a veces la vida pareciera algo muy sencillo. El cuento comienza, sucede un conflicto y finalmente hay un “vivieron felices para siempre”.
 
Y yo me pregunto, ¿La felicidad acaso es un estado permanente?…
 
Desde chicos, al menos a los de mi generación -y hacia atrás- nos fueron educando con un modelo de príncipe y princesa versión Disney que, hoy creo, orientaba un rumbo “para ser feliz” (para siempre).
 
El príncipe superaba todas las dificultades, atravesaba inmensos bosques, trepaba hasta torres gigantes,  peleaba contra dragones, sabía manejar con templanza y destreza una espada, así como ser suave y caballero con las damas. Si tenia miedo ni lo mencionaba, o si estaba cansado o desenamorado, jamás actuaba con coherencia a lo que sentía. ¡Pobre príncipe! ¡Cuánto aprendía sobre acallar sus emociones!
 
Por otro lado, las princesas eran sumisas, obedientes a los mandatos paternos, bellas (o al menos para nuestra cultura) y delicadas. Jamás sus manos tomarían una espada, usarían un arado o montarían a pelo un caballo. Ni hablar que hubiese morenas (salvo contadas excepciones) o con algunos kilos extra de la talla “esperable” por los diseñadores de moda...
 
 
 
 
Crecimos con un modelo de elección de pareja y de amor idealizado, donde en manos del hombre está toda la rudeza hacia afuera y la dulzura hacia adentro… y en el lugar de la mujer, se esconde la sumisión, la pasividad y la capacidad de esperar cual bella durmiente, el tiempo -infinito tal vez- necesario para ser “liberada”…
 
Cuántas cosas implican estos supuestos, ya en el mundo real…
 
Para algunas mujeres, significa seguir esperando (así sea en algún rinconcito escondido de la mente) esa suerte de “Liberación” de los “males de un afuera peligroso”. Significa esperar  que haya un otro que sea quien cuide, quien proteja… (asumiendo cierta fragilidad, también, en ese mismo acto). Ni hablar que implica encajar en el estereotipo de belleza de la cintura de avispa, y el cabello largo y rubio.
 
Eso que de pequeñas se nos va metiendo por las pantallas, nos va indicando qué lugar ocupar para ser seres “socialmente aceptables”, o incluso, “deseables”, o elegidas por alguien que nos rescate de ¿las garras de la soledad, por ejemplo?
Así, vemos personas luchando contra el paso del tiempo en su cuerpo, contra una balanza o contra la angustia de sentir que no se “encaja”. Vemos también aquellas (o aquellos) a los que les alcanza con ser “elegidos” por otro, sin plantearse si en lo profundo eligen esa relación.
 
Y podríamos seguir por horas mencionando consecuencias de la adherencia a los modelos “princesita”… (ojo, no sólo ingresa esa información por un dibujo animado, simplemente es uno de los caminos que considero, nos “induce” a cierto lugar).
 
Ni que hablar del “hombre”, quien muchas veces se siente exigido a ser “el proveedor” (de recursos económicos, de respuestas a dilemas, de soluciones a los problemas, entre tantas otras cosas). Del príncipe pareciera que se espera una suerte de escisión de personalidad!...que sea rudo, áspero con algunos, y “papel tissue” con otros…
 
¡Qué difícil! ¡Cuántos riesgos pueden correrse por intentar ir tras el papel que nos comimos tomando chocolatadas y vainillas!

 
 
 
 
Y con todo esto no digo que una pareja no pueda brindar protección. Todo lo contrario, una buena pareja muchas veces es refugio, contención, lugar donde guarecerse de la lluvia…
 
Pero lo es en el vínculo, en la unión, en la dinámica. Lo es “alternando” los protagonistas que brindan esa contención, esa fortaleza.
 
No se trata de un rol a ejercer rígidamente por uno de los dos. Tampoco de un lugar que tenga que ocuparse en forma permanente.
Se trata de un ida y vuelta, de una retroalimentación positiva y enriquecedora…
 
La vida en pareja, como la vida en sí misma, nos ofrece diversos lugares para ocupar, diversas funciones y cualidades…y la riqueza y el disfrute tienen que ver con explorar y explotar las posibilidades que aparecen.
 
No esperar tanto...ni tan poco, de uno mismo…ni del otro. He aquí una de las claves… No exigir desde un ideal tirano, que las cosas “encajen” en el libreto que nos contaron.
 
 
Buena y real vida, siempre!
 
Lic. Daniela M. Torres Ortiz

LAS HUELLAS DEL DUELO



Con frecuencia me encuentro corazones rotos en el consultorio.

Pérdidas vividas como abandonos, de distinto tipo: una madre que en el pasado no estuvo (o estuvo y partió), un padre ausente o que no pudo cumplir su función, una pareja que se alejó, entre otros.

Claro que también hay abandonos de uno mismo, esos que son difíciles de descubrir… porque hay mucha gente que está tan acostumbrada a la postergación, a ese “dejarse para después, para más tarde, para lo último”, que terminan abandonándose a sí mismos, dejándose atrás sin percatarse en qué lugar de su repleta agenda de obligaciones, se dejaron olvidados.

Entonces cuando uno pregunta por el deseo, cuando uno trata de indagar en ese “¿y vos qué querés?”, pareciera que se está realizando la pregunta más difícil (o casi imposible) de realizar…

“No sé lo que quiero”, se responden muchas veces…y es lo más honesto que puede salir de la boca.

Desde ese no sé, que indica un desconocimiento real del propio querer, se puede pensar un punto de partida. Se trata de ir descubriendo, redescubriéndose a uno mismo abajo o atrás de las capas y capas de “deberías”, “tendrías”, impuestos…

De hecho los duelos (en tanto reacción de dolor frente a una pérdida) abren, más allá de una herida, enormes posibilidades de descubrirse…

Algo así se ve en parejas que se han fusionado por años y que luego de una ruptura (separación, o nido vacío porque los hijos ya no están el hogar, por ejemplo), muchas veces, dan lugar al descubrimiento de dos desconocidos para sí mismos…que no saben lo que les gusta, lo que quieren o lo que no quieren. Claro: todo está pensando y acordado en función de dos, o de un sistema familiar determinado…

Entonces, pensado en estos términos, una separación aún vivida como “abandono”, puede dar lugar a un preciado y casi olvidado reencuentro conmigo mismo.  Y así, puede que después de contar los pedazos de corazón que tengo, después de mirarlos, llorarlos, duelarlos, finalmente me encuentre con que realmente se abren ante mis ojos nuevas posibilidades, nuevas alternativas, nuevos caminos de conocimiento que me lleven al centro de mi esencia.

Poder mirar hacia atrás y saber que hay algo que perdí, que dejó huella, que dejó marca o cicatriz (que no voy a olvidar, obviamente), pero que ya no duele al percibirla, es una de las tareas cumplidas del duelo.

Claro que para eso hay que poder pasarlo, hay que animarse a atravesarlo, a mojarse en el dolor, a llorar las lágrimas necesarias, a empaparse de lo que sentimos.

Sólo hay que saber que un día, aquello habrá pasado…y justamente para que pase, es fundamental no quemar etapas ni pretender adelantar sucesos. Todo tiene su tiempo…y hay que respetarlo.

Aunque nadie quisiera que las lecciones dolieran a veces tanto, hay que aceptar que el dolor es un gran maestro…y que es necesario entregarse a él, para poder construir no una mascarada, no un andamiaje escapista…sino un auténtico bienestar interior.

Que los duelos -inevitables por cierto- nos dejen más verdad, más autenticidad, más autoconocimiento y más aceptación de uno mismo, es mi deseo para vos.

Feliz vida, siempre!

Lic. Daniela Torres Ortiz


“De vez en cuando la vida nos besa en la boca…y a colores se despliega como un atlas”…canta Serrat. Y a mi se me agolpan imágenes de todo tipo.

Creo que un beso de la vida puede darnos grandes señales. Es decir, venir de frente, verlo a lo lejos, avizorar que de eso se trata: de un mimo, un cariño, un destello de luz...
Otras veces, sin embargo, creo que no está tan claro lo que podemos llegar a ver.

Y acá es en donde quiero detenerme: “Poder ver”.

Para muchos de nosotros, poder ver equivale a tener cierto control, o la posibilidad al menos, de tener las riendas de la situación. Y tener las riendas podría implicar saber dónde pisar, dónde no. Hasta donde dar, hasta donde poner un freno.

Pero, ¿qué sucede cuando “no se puede ver claro”? Muchas cosas, y creo que principalmente aparece una sensación vinculada al desamparo y a la angustia.

Cuando no podemos ver, nos sentimos tal vez demasiado expuestos a las inclemencias del tiempo, a lo que “el destino” o “la vida” deparen para mí.

Pocas cosas angustian tanto o generan tanta tensión (al menos en gran parte de la gente), como sentirse en medio de una situación posiblemente novedosa, o desconocida: No sabemos lo que viene, y por ende no sabemos “si sabremos” defendernos.

Y hablo de defensa porque ya de por sí esa situación, al generar tanto estrés, genera también cierta sensación de que se trata de algo con lo que habré de luchar, de lo que tendré que tratar de salir lo más ileso posible.

Llegado este punto, quisiera plantearles otra mirada de las cosas. Tal vez porque  la vida me ha dado sobradas muestras de que no siempre se cumplía la profecía de que “no ver, no poder anticiparme, implicaba necesariamente que se venía algo negativo”.

A veces detrás de la incertidumbre aparece el beso. Ese beso de la vida que tan bien nos hace. A veces simplemente no ver venir, no quiere decir otra cosa que “prepararse para algo muy bueno”.

Y tal vez si pudiéramos cambiar la mirada, cambiar el tinte de la expectativa, simplemente podríamos tratar de conectarnos con lo que nos va pasando, de modo de aceptar que hay que ir enfrentando las situaciones de a una por vez, paso a paso.

Cada día trae su problema, su duda o incógnita. Ir paso a paso, tratando de descubrir nuestras propias respuestas, sería tal vez un buen camino para no llegar tan agotados al final del recorrido.

Porque real y concretamente, lo único seguro es la finitud de la existencia. Entonces que una decisión que hoy vimos acertada, mañana deje de ser así percibida y nos implique tener que dar una vuelta de timón, no quiere decir que nos equivocamos sin remedio. Ni siquiera quiere decir que NOS EQUIVOCAMOS.

En todo caso, para aquel momento, lo que vimos y sentimos, nos dio la pauta para construir cierta respuesta. Si hoy ya no es adecuada para mí, lo más sano es aceptarlo y reconstruirla, readaptarla a la nueva circunstancia que me rodea (y no seguir obstinadamente implantando una rígida respuesta que no encaja con lo que atravieso).

No sólo se trata de saber esperar que de vez en cuando la vida nos bese en la boca…gran parte de las veces habrá que salir a la calle a buscarla, ir a su encuentro y saber disfrutarla. Y muchas veces eso signifique también dejarse sorprender con los resultados: porque no siempre que en la galera entra una paloma, una paloma sale. A veces salen tres naipes, a veces cinco monedas, a veces una mariposa…

Buena y disfrutada vida!

Daniela