Con
frecuencia me encuentro corazones rotos en el consultorio.
Pérdidas vividas como abandonos, de distinto tipo: una madre
que en el pasado no estuvo (o estuvo y partió), un padre ausente o que no pudo
cumplir su función, una pareja que se alejó, entre otros.
Claro que también hay abandonos de uno mismo, esos que son
difíciles de descubrir… porque hay mucha gente que está tan acostumbrada a la
postergación, a ese “dejarse para después, para más tarde, para lo último”, que
terminan abandonándose a sí mismos, dejándose atrás sin percatarse en qué lugar
de su repleta agenda de obligaciones, se dejaron olvidados.
Entonces cuando uno pregunta por el deseo, cuando uno trata
de indagar en ese “¿y vos qué querés?”,
pareciera que se está realizando la pregunta más difícil (o casi imposible) de
realizar…
“No sé lo que quiero”, se responden muchas veces…y es lo
más honesto que puede salir de la boca.
Desde ese no sé,
que indica un desconocimiento real del propio querer, se puede pensar un punto
de partida. Se trata de ir descubriendo, redescubriéndose a uno mismo abajo o
atrás de las capas y capas de “deberías”,
“tendrías”, impuestos…
De hecho los duelos (en tanto reacción de dolor frente a una
pérdida) abren, más allá de una herida, enormes posibilidades de descubrirse…
Algo así se ve en parejas que se han fusionado por años y que
luego de una ruptura (separación, o nido vacío porque los hijos ya no están el
hogar, por ejemplo), muchas veces, dan lugar al descubrimiento de dos
desconocidos para sí mismos…que no saben lo que les gusta, lo que quieren o lo
que no quieren. Claro: todo está pensando y acordado en función de dos, o de un
sistema familiar determinado…
Entonces, pensado en estos términos, una separación aún
vivida como “abandono”, puede dar lugar a un preciado y casi olvidado reencuentro
conmigo mismo. Y así, puede que después
de contar los pedazos de corazón que tengo, después de mirarlos, llorarlos,
duelarlos, finalmente me encuentre con que realmente se abren ante mis ojos
nuevas posibilidades, nuevas alternativas, nuevos caminos de conocimiento que
me lleven al centro de mi esencia.
Poder mirar hacia atrás y saber que hay algo que perdí, que
dejó huella, que dejó marca o cicatriz (que no voy a olvidar, obviamente), pero
que ya no duele al percibirla, es una de las tareas cumplidas del duelo.
Claro que para eso hay que poder pasarlo, hay que animarse a
atravesarlo, a mojarse en el dolor, a llorar las lágrimas necesarias, a
empaparse de lo que sentimos.
Sólo hay que saber que un día, aquello habrá pasado…y justamente
para que pase, es fundamental no quemar etapas ni pretender adelantar sucesos.
Todo tiene su tiempo…y hay que respetarlo.
Aunque nadie quisiera que las lecciones dolieran a veces
tanto, hay que aceptar que el dolor es un gran maestro…y que es necesario
entregarse a él, para poder construir no una mascarada, no un andamiaje
escapista…sino un auténtico bienestar interior.
Que los duelos -inevitables por cierto- nos dejen más verdad,
más autenticidad, más autoconocimiento y más aceptación de uno mismo, es mi
deseo para vos.
Feliz vida, siempre!
Lic. Daniela Torres Ortiz
“De vez en cuando la
vida nos besa en la boca…y a colores se despliega como un atlas”…canta Serrat. Y a mi se me agolpan
imágenes de todo tipo.
Creo que un beso de la vida puede darnos grandes señales. Es
decir, venir de frente, verlo a lo lejos, avizorar que de eso se trata: de un
mimo, un cariño, un destello de luz...
Otras veces, sin embargo, creo que no está tan claro lo que
podemos llegar a ver.
Y acá es en donde quiero detenerme: “Poder ver”.
Para muchos de nosotros, poder ver equivale a tener cierto
control, o la posibilidad al menos, de tener las riendas de la situación. Y
tener las riendas podría implicar saber dónde pisar, dónde no. Hasta donde dar,
hasta donde poner un freno.
Pero, ¿qué sucede cuando “no se puede ver claro”? Muchas
cosas, y creo que principalmente aparece una sensación vinculada al desamparo y
a la angustia.
Cuando no podemos ver, nos sentimos tal vez demasiado
expuestos a las inclemencias del tiempo, a lo que “el destino” o “la vida”
deparen para mí.
Pocas cosas angustian tanto o generan tanta tensión (al menos
en gran parte de la gente), como sentirse en medio de una situación
posiblemente novedosa, o desconocida: No sabemos lo que viene, y por ende no
sabemos “si sabremos” defendernos.
Y hablo de defensa porque ya de por sí esa situación, al
generar tanto estrés, genera también cierta sensación de que se trata de algo
con lo que habré de luchar, de lo que tendré que tratar de salir lo más ileso
posible.
Llegado este punto, quisiera plantearles otra mirada de las
cosas. Tal vez porque la vida me ha dado
sobradas muestras de que no siempre se cumplía la profecía de que “no ver, no
poder anticiparme, implicaba necesariamente que se venía algo negativo”.
A veces detrás de la incertidumbre aparece el beso. Ese beso
de la vida que tan bien nos hace. A veces simplemente no ver venir, no quiere
decir otra cosa que “prepararse para algo muy bueno”.
Y tal vez si pudiéramos cambiar la mirada, cambiar el tinte
de la expectativa, simplemente podríamos tratar de conectarnos con lo que nos
va pasando, de modo de aceptar que hay que ir enfrentando las situaciones de a
una por vez, paso a paso.
Cada día trae su problema, su duda o incógnita. Ir paso a
paso, tratando de descubrir nuestras propias respuestas, sería tal vez un buen
camino para no llegar tan agotados al final del recorrido.
Porque real y concretamente, lo único seguro es la finitud de
la existencia. Entonces que una decisión que hoy vimos acertada, mañana deje de
ser así percibida y nos implique tener que dar una vuelta de timón, no quiere
decir que nos equivocamos sin remedio. Ni siquiera quiere decir que NOS
EQUIVOCAMOS.
En todo caso, para aquel momento, lo que vimos y sentimos,
nos dio la pauta para construir cierta respuesta. Si hoy ya no es adecuada para
mí, lo más sano es aceptarlo y reconstruirla, readaptarla a la nueva
circunstancia que me rodea (y no seguir obstinadamente implantando una rígida
respuesta que no encaja con lo que atravieso).
No sólo se trata de saber esperar que de vez en cuando la vida
nos bese en la boca…gran parte de las veces habrá que salir a la calle a
buscarla, ir a su encuentro y saber disfrutarla. Y muchas veces eso signifique también
dejarse sorprender con los resultados: porque no siempre que en la galera entra
una paloma, una paloma sale. A veces salen tres naipes, a veces cinco monedas,
a veces una mariposa…
Buena y disfrutada vida!
Daniela
No es casual plantear una
pregunta, para iniciar esta aventura discursiva.
No es casual interrogarse sobre
un tema tan delicado, y siempre vigente, como es el de la infidelidad. Y es que
sucede que la respuesta, en tanto construcción de un sujeto, varía según la
mirada, las vivencias, la estructura, de cada individuo y de cada relación.
Todos venimos con historias que
nos precedieron, que nos sirvieron de cuna y de contexto para ir creciendo,
para ir construyendo nuestros esquemas mentales. Y será a través de ellos que
miremos y conformemos nuestra realidad.
La Infidelidad, como planteamos
en otro escrito, puede tener muchas vertientes,
muchos colores. Para algunos bastaría que su pareja esté pensando en
otra persona (en tanto objeto de deseo, claro), y para otros sería algo mucho
más terrenal como puede ser un beso o un acto sexual.
Podemos ir más lejos y considerar
que para ciertas personas, una llamada
“aventura”, (léase una relación breve por fuera de la relación más estable y
duradera), no es sinónimo de ser infiel…mientras que hay quienes con algo así ya
se sentirían francamente estafados.
¿Y…quién tiene la razón? Cada uno
tendrá que descubrir la propia.
Cada uno deberá encontrar la
respuesta sobre si puede o no seguir adelante, después de haber atravesado una
situación donde se ve cuestionada la fidelidad.
Porque lo que significa “ser
fiel” o “ser infiel”, son construcciones propias, que se ven atravesadas por otras
diversas construcciones como valores, creencias, etc., y que conllevan
diferentes consecuencias o implicancias.
A veces después de vivirla, se
abre un panorama completamente diferente respecto a lo que yo mismo/a creía
sobre mi…y claro está, sobre el otro. Y esto hace que mis conductas también
puedan ser diferentes a lo que esperaba. En ocasiones las personas creen que no
tolerarían tal o cual cosa (por considerarlo una injuria, una ofensa, una
herida imposible de cicatrizar por ejemplo) y sin embargo, cuestionados por una
realidad que puede ser distinta a lo que pensaban, se encuentran con un deseo
también nuevo de seguir, de buscar nuevas alternativas, de intentar otra vez
confiar.
Y acá también hay una palabra
clave: la confianza. No es fácil,
por lo general, recuperarla. Es un trabajo intenso y arduo que implica tiempo,
esfuerzo, intención de ambas partes, coherencia, perseverancia.
A veces se puede, a veces no.
A veces se logra perdonar,
perdonarse…y esto sin dudas facilita continuar el vínculo, cuando es lo que se
desea. Otras veces ese mismo perdón es el que permite dar vueltas la página,
sin guardar rencores y miedos, culpas y reproches, y buscar nuevos horizontes.
Lo claro, es que no hay un único
camino. NO hay una sola posibilidad, sino muchas y muy distintas. Y también es
bueno saber que a veces, por más que se busque y se intente, no se puede. Y
esto tiene que ver con las limitaciones de cada uno, en cada situación.
Es así como la infidelidad
también puede resultar una oportunidad de aprendizaje (doloroso como lo son
algunas lecciones de la vida), sobre uno mismo y sobre el otro, y sobre todo
aquello que a veces uno cree que puede o no puede...
Feliz vida, siempre!
Daniela Torres Ortiz
Licenciada en Psicología
Mat. Santa Fe 6.149
Etiquetas: Psicologa Rosario, Psicologo Rosario, Terapia Parejas
"Hay que saber perder, para ganar", reza un dicho muy conocido... Y más de uno se pregunta, cuántas veces deberá "jugárselas", cuántas enfrentar el miedo de "tirarse a la pileta"...
Pienso que quizá la respuesta sea: "siempre, mientras vivas".
Precisamente porque vivir, implica riesgos. Y no está bueno, por temor al "resultado" de la vida, elegir no vivir...¿o si?
Esta es la historia del miedo: miedo a sentir, miedo a pensar, miedo a arriesgar, miedo ¿a existir?.
Cuántas veces escucho, por ejemplo "me da miedo enamorarme"... "no quiero compromisos, pero...y si me enamoro?"
Pensemos cómo puede ser que esto suceda, que estos temores nazcan...
Puede que se vincule a otro u otros miedos, como puede ser el tema de hoy: el miedo a perder.
Entonces: ¿Qué podemos perder, enamorándonos? Algunos contestarán: nada menos que la tan preciada "Libertad". Otros pueden sentir que perder, implicaría haberse "expuesto" ante el otro, sin recibir del otro aquello que esperaban...
Y es que el amor, ineludiblemente supone entrega y compromiso. Y cuidado, que estoy hablando de amor y enamoramiento en forma indistinta (cuando no son lo mismo). Y ahí cuando dije "entrega" algunos seguramente temblaron: porque no cualquiera está dispuesto a entregar/se.
Para amar hay que estar dispuesto a "ceder" algo de uno, algo propio...con el otro, ese con quien comparto mis horas o mis días.
Es una pérdida, sí. Y puede dar miedo perder... Tanto miedo, que a veces algunos prefieren perderse la oportunidad de amar y ser amados, con tal de quedarse encerraditos y seguros en la cotidianeidad de su transcurrir perfectamente "bajo control".
Por otro lado, no olvidemos que el amor supone vulnerabilidad.Y a nadie le gusta mostrarse (y mucho menos verse a si mismo) vulnerable. Y sucede que paradógicamente, el punto máximo de coincidencia con el otro, la fase más alta de "sensación de plenitud", coincide particularmente con la fase de mayor vulnerabilidad.
¿Qué perdemos entonces? ¿Acaso, nuestra imagen de fortaleza, nuestra imagen de "completud" relacionada a ese "yo no necesito nada de nadie!"..."yo soy feliz como estoy"... o el simple: "yo no creo en el amor"?
Se puede tener tanto miedo, que haya que protegerse con frases hechas, con certezas construidas a medida, para evitar "el cataclismo"...Porque no olvides que detrás de tanta parafernalia se encuentra la verdad de que nadie se protege de lo que no teme. Y cuanta más protección, más miedo.
Pero aún hay más...una verdad mayor: justamente el miedo a perder (tantas cosas!) nos imposibilita ganar (tantas otras!).
¿Cómo recibir un abrazo si tengo mis manos ocupadas en sostener mi disfraz de autosuficiencia?...
No es un problema buscar la autosuficiencia (que de todas formas, habría que aceptar que en forma completa no existe), sino que en pretender alcanzarla, podemos caer en construirnos una meta inalcanzable y terminar obteniendo una victoria pírrica: la soledad.
Cuando empezamos a aceptar que hay algo que no tengo, que "no soy completo", que no me autoabastezco, también nos damos cuenta de que podemos recibir sin temor a quedar en falta, endeudado, comprometido de por vida o encarcelado en las garras de nada.
También entonces empiezo a aceptar que puedo dar (léase, "perder algo propio") sin temor a "vaciarme", a perderme, a olvidarme o dejarme relegado en un rincón, porque justamente cuanto más doy, menos necesito...(y sin dudas, "más recibo").
Es la maravilla del encuentro, de abrir las alas y dejar las rejas del miedo atrás.
Es la maravilla de aprender que saber perder, en definitiva, implica una "ganancia" infinita, no cuantificable.
Perder los miedos a perder, es liberador.
Aceptar que vivir, es en sí mismo riesgoso, nos ayuda a soltar amarras y abrazar la existencia con pasión e intensidad, sabiendo que no hay borradores en nuestra historia como para dejar que en ella escriban los miedos, nada más...
Feliz vida, siempre! Porque como dijo el poeta, "hoy es siempre..."
Lic. Daniela Torres Ortiz
Si te gustó este artículo podés compartirlo: Compartir en Facebook
Pienso que quizá la respuesta sea: "siempre, mientras vivas".
Precisamente porque vivir, implica riesgos. Y no está bueno, por temor al "resultado" de la vida, elegir no vivir...¿o si?
Esta es la historia del miedo: miedo a sentir, miedo a pensar, miedo a arriesgar, miedo ¿a existir?.
Cuántas veces escucho, por ejemplo "me da miedo enamorarme"... "no quiero compromisos, pero...y si me enamoro?"
Pensemos cómo puede ser que esto suceda, que estos temores nazcan...
Puede que se vincule a otro u otros miedos, como puede ser el tema de hoy: el miedo a perder.
Entonces: ¿Qué podemos perder, enamorándonos? Algunos contestarán: nada menos que la tan preciada "Libertad". Otros pueden sentir que perder, implicaría haberse "expuesto" ante el otro, sin recibir del otro aquello que esperaban...
Y es que el amor, ineludiblemente supone entrega y compromiso. Y cuidado, que estoy hablando de amor y enamoramiento en forma indistinta (cuando no son lo mismo). Y ahí cuando dije "entrega" algunos seguramente temblaron: porque no cualquiera está dispuesto a entregar/se.
Para amar hay que estar dispuesto a "ceder" algo de uno, algo propio...con el otro, ese con quien comparto mis horas o mis días.
Es una pérdida, sí. Y puede dar miedo perder... Tanto miedo, que a veces algunos prefieren perderse la oportunidad de amar y ser amados, con tal de quedarse encerraditos y seguros en la cotidianeidad de su transcurrir perfectamente "bajo control".
Por otro lado, no olvidemos que el amor supone vulnerabilidad.Y a nadie le gusta mostrarse (y mucho menos verse a si mismo) vulnerable. Y sucede que paradógicamente, el punto máximo de coincidencia con el otro, la fase más alta de "sensación de plenitud", coincide particularmente con la fase de mayor vulnerabilidad.
¿Qué perdemos entonces? ¿Acaso, nuestra imagen de fortaleza, nuestra imagen de "completud" relacionada a ese "yo no necesito nada de nadie!"..."yo soy feliz como estoy"... o el simple: "yo no creo en el amor"?
Se puede tener tanto miedo, que haya que protegerse con frases hechas, con certezas construidas a medida, para evitar "el cataclismo"...Porque no olvides que detrás de tanta parafernalia se encuentra la verdad de que nadie se protege de lo que no teme. Y cuanta más protección, más miedo.
Pero aún hay más...una verdad mayor: justamente el miedo a perder (tantas cosas!) nos imposibilita ganar (tantas otras!).
¿Cómo recibir un abrazo si tengo mis manos ocupadas en sostener mi disfraz de autosuficiencia?...
No es un problema buscar la autosuficiencia (que de todas formas, habría que aceptar que en forma completa no existe), sino que en pretender alcanzarla, podemos caer en construirnos una meta inalcanzable y terminar obteniendo una victoria pírrica: la soledad.
Cuando empezamos a aceptar que hay algo que no tengo, que "no soy completo", que no me autoabastezco, también nos damos cuenta de que podemos recibir sin temor a quedar en falta, endeudado, comprometido de por vida o encarcelado en las garras de nada.
También entonces empiezo a aceptar que puedo dar (léase, "perder algo propio") sin temor a "vaciarme", a perderme, a olvidarme o dejarme relegado en un rincón, porque justamente cuanto más doy, menos necesito...(y sin dudas, "más recibo").
Es la maravilla del encuentro, de abrir las alas y dejar las rejas del miedo atrás.
Es la maravilla de aprender que saber perder, en definitiva, implica una "ganancia" infinita, no cuantificable.
Perder los miedos a perder, es liberador.
Aceptar que vivir, es en sí mismo riesgoso, nos ayuda a soltar amarras y abrazar la existencia con pasión e intensidad, sabiendo que no hay borradores en nuestra historia como para dejar que en ella escriban los miedos, nada más...
Feliz vida, siempre! Porque como dijo el poeta, "hoy es siempre..."
Lic. Daniela Torres Ortiz
Si te gustó este artículo podés compartirlo: Compartir en Facebook
Suscribirse a:
Entradas (Atom)