Es común oír en el consultorio
quejas sobre “cómo me trata el otro”. Este otro, que puede ser la pareja, los
padres, un hermano, un amigo o un grupo cualquiera (en la escuela, en la facu o
el trabajo) nos brinda muchas veces cierta respuesta, que puede llevarnos de la
indignación a la tristeza en un solo paso.
Si nos permitimos bucear en esa
instancia, podemos encontrar varios actores. Por un lado yo, con mi sensación a
cuestas, que condicionará obviamente cierta respuesta (no es lo mismo sentirse
“injuriado”, que sentirse “herido” o “dañado”. Cada sensación irá de la mano de
cierto pensamiento, cierta postura corporal, cierta manifestación verbal o
paraverbal, en consonancia con lo que interpretamos respecto a aquello que escuchamos).
Del otro lado está “el Otro”, a quien intentaremos -con suerte- comprender para
poder contextualizar su mensaje emitido.
Y es que la comunicación con el
otro es vehículo esencial no sólo para generar y sostener la relación, sino
también para ir construyéndonos nuestra propia imagen.
Pensemos en un niño al cual la
madre, cuando se enoja, le dice “¡¡Sos malo!!”. Probablemente, en su
autoimagen, aquellas escenas, con sus frases, aromas, colores, interpretación y
sentido, quedarán cristalizadas e integradas. No digo que necesariamente
pensará de sí que “es malo”, pero sí que habrá una huella vinculada al concepto
de “maldad” y las connotaciones que esto implica, en la imagen que tiene de él
mismo.
Esa autoimagen, que vamos
“fabricando” día a día (y en este sentido es importante remarcar el criterio de
“actualidad” y “actualización” que posee el auto concepto), desde nuestro
nacimiento, se vincula en forma directa a la imagen que generamos en los otros.
Por ello, alguien que realmente no se cree merecedor de afecto, sin dudas
tenderá a crear vínculos con personas que confirmen su hipótesis (muchas veces,
incluso pudiendo descartar relaciones que desmientan su creencia, tan arraigada
puede estar la misma y tan fundante puede ser su papel en esa historia).
Hay una frase hermosa, que he
leído por allí, que reza “Cada uno vive en el mundo que es capaz de imaginar”,
lo cual se agregaría a lo antes dicho: Si creo que no merezco afecto, viviré en
un mundo donde “nadie es capaz de brindármelo”, y generaré historias que acaben
siempre igual, dejándome triste, sólo o decepcionado.
Volviendo a nuestra pregunta
inicial “Como nos vemos… ¿nos tratan?”…yo considero que la mayoría de las veces después de un exhaustivo análisis de la situación, la respuesta se termina convirtiendo en un profundo ¡SI!
Claro que no podemos determinar
cómo nos tratarán en un Banco, en un local comercial o la oficina. Pero sí
podemos generar cierta influencia de factores, que orientarán el trato en uno u
otro sentido.
Por ejemplo, hay gente que se
comporta como si “viviera pidiendo disculpas”. Son personas a las cuales muchas
veces les cuesta expresar directamente su deseo y viven muy atentos a la
opinión del otro respecto de sus actos. Este tipo de personas, probablemente
serán más vulnerables a recibir cierto trato del entorno, muy distinto al que
recibe aquel que cuenta con mayores habilidades vinculadas, por ejemplo, a la asertividad.
Éste último, en lugar de decir “disculpe,
yo venía a molestarlo, para preguntarle si tenía algún pullover blanco talle
dos”, dirá quizá “Quisiera ver un
pullover blanco, en talle dos por favor”.
Siguiendo con este ejemplo, quien
“vive como pidiendo disculpas”, probablemente tendrá una percepción de sí, más
vinculada a la idea de que “haga lo que haga, está molestando a su
interlocutor”. Y esto generará en el otro, respuestas que en mayor o menor
grado desembocarán en la re afirmación de dicha creencia irracional.
Es por ello que vale la pena
revisar interiormente qué creencias sustentan nuestras acciones, y qué tipo de
imagen de nosotros mismos estamos creando. Siempre les digo a mis pacientes que
hacia atrás, no podemos cambiar nada…pero nuestra apuesta es hacia el futuro,
para lograr que el ayer no nos persiga toda la vida, determinándonos,
generándonos un circuito cerrado de respuestas siempre iguales.
No podemos cambiar el pasado.
Podemos crear un mejor presente, mirando hacia un mañana distinto, renovado y
elegido. Más cerca de la libertad de mandatos aprendidos, más cerca de la
libertad de construir lo que queremos para nosotros mismos.
Lic. Daniela Torres Ortiz
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