¡Cuánto se habla del amor!... Cuánto
se habla de lo que es estar o no estar enamorado.
Cuántas alegrías y tristezas
pasan velozmente por nuestra mente cuando nos referimos a ese concepto, tanto
que a veces llegamos a dudar si es mejor estar solo o estar enamorado (el
clásico “prefiero estar solo, a tener que sufrir por amor”), o incluso llegamos
a preguntarnos si realmente estamos ENAMORADOS.
Desde una mirada psicológica (y
cognitiva, bueno es admitirlo) podríamos pensar el enamoramiento como una emoción. Como tal, surge como resultado
de circunstancias propias y ajenas, y de la evaluación que hacemos de éstas, de
la lectura que de las mismas realizamos.
El enamoramiento nos produce a
nivel fisiológico una gran excitación, que nos provoca sensación de bienestar y
nos predispone a no ver o admitir del todo, los defectos que la otra persona
presentaría. También nos mueve a sentir necesidad de estar a su lado y quizá
incluso a querer estar con ella en todo momento. Asimismo, nos impulsa a
revelar cuestiones de nuestra intimidad, darle apoyo y contención emocional,
interesándonos por todo lo suyo, expresando afecto de diversas formas.
En este contexto, resulta hermoso
estar enamorado…y sobre todo, ser correspondido.
Pero no todo es color de rosa en
las relaciones entre personas.
Basta a veces muy poco para
precipitar una abrupta “caída a la realidad” -a veces es sólo cuestión de
tiempo- y entonces el otro aparece como lo que es: una persona real, con
defectos y con cualidades, que de pronto se alejan diametralmente de nuestras
expectativas (¡muchas veces irracionales!).
Dice Frijda (1988) que según “la ley de la habituación: el placer
continuado se desvanece…el amor mismo pierde gradualmente su magia”,
entonces el problema surge cuando la única base de la pareja es el
enamoramiento, es decir, una emoción.
Esta ley de alguna forma condena
a la pareja basada exclusivamente en el enamoramiento al más horrendo de los
fracasos y justifica el destino de un
gran número de parejas así constituidas. Porque la emoción se extingue y la
pareja se disuelve.
“Aunque este destino no se cumple indefectiblemente, para mantener el
enamoramiento, basta con tener presente frecuentemente qué ocurriría si no se
tuviere esa pareja, para que la emoción del amor se mantenga y se renueve” (Frijda,
1988).
Entonces podemos decir que el
enamoramiento que se va desvaneciendo no implica necesariamente un fracaso en
la relación. Se puede pensar el enamoramiento como un motivador a la actuación,
que nos predispone favorablemente a buscar el bienestar en el otro, no tanto
pensando en una relación equilibrada, sino más bien altruista: dar al otro, sin
esperar mucho a cambio.
Así, el enamoramiento representaría
una emoción propia de una etapa donde empezamos a afianzar la comunicación con
el otro, la conexión emocional empática,
estableciendo una serie de lazos que generan un intercambio de conductas
que refuerzan la elección, y hacen en conjunto que la relación se mantenga en
forma indefinida.
Siempre se trata de apostar a la
comunicación, como vehículo indispensable para sostener cualquier relación, de
forma tal que yo pueda escuchar, recibir y aceptar lo que el otro tiene para
decir, de la misma forma en que yo busco que mi compañero/a me escuche y recepcione
mi mensaje.
Vemos que el enamoramiento como
emoción fuerte, una vez que ha pasado, permite
que aparezca algo más duradero:
la intimidad (que el otro te escuche, te entienda, te permita expresar sin los
filtros que aparecen en otras relaciones sociales) y la validación (que implica
una apertura total, una autorrevelación, que puede incluir hechos y
sentimientos que podrían ser censurados socialmente, pero que serán recibidos
por el otro con aceptación).
Podríamos integrar estas dos
cuestiones a la idea de amor, un amor real, donde el otro puede o no ajustarse
a lo que espero de él, pero al que elegimos porque “basta que en la evaluación subjetiva de cada uno, se valoren como más
importantes o más frecuentes las interacciones positivas que las negativas”
(Gottman, 1998).
Es decir que finalmente, después
del torbellino emocional del principio, llega la calma, llega lo que queda como
simiente y refuerzo en mi elección: el sentimiento de que amamos, la elección
de permanecer sosteniendo un vínculo donde podemos permanecer como otro real,
validado como tal, y donde aceptamos y elegimos al otro como es, porque sabemos
que juntos, como diría Benedetti: “somos mucho más que dos”…
Lic. Daniela M. Torres Ortiz.
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