“Cuando el orgullo es simplemente orgullo, y cuando es dignidad”
expresa en una de sus rimas, el poeta Becquer.
Cuántas veces la gente se
pregunta cuál es el límite para “el amor”. Hasta dónde se puede hacer, hasta
dónde decir, hasta dónde incluso pensar en “cambiar” cuestiones propias, en pos
de mejorar el vínculo con el otro amado.
Y el límite es finito, delgado,
pero no por eso deja de existir, de forma clara y contundente.
El límite en el amor al otro,
está dado por el amor a uno mismo…o dicho de otra manera: es muy difícil que
pueda amar a otro, con todo lo que representa el otro (lo que no es, lo que me
“choca” de sí, lo que me disgusta o frustra en mis expectativas) si no tengo
amor para darme a mi mismo. Y en ese sentido quiero hablar de dignidad y
límites, en el sentido de ese amor que ante todo se conecta con mi auto
valoración, con mi propio reconocimiento como ser único e irrepetible.
Encontrarse frente al espejo,
saber que uno vale independientemente de cualquier opinion externa, más allá de
las vicisitudes de la vida, de los aciertos (“éxitos”) y errores (“fracasos”), no
es tarea fácil, pero sí transcendental.
Aceptándome en mis luces y
sombras, es que también puedo aceptar al otro con sus luces y sombras. Y saber
que yo no soy vos, ni vos sos yo.
Teniendo los límites claros,
puedo pensar en amarte sin pretender fusionarnos, o que seas mi espejo o mi
doble, ni siquiera mi complemento y mucho menos que me pertenezcas o que yo sea
tuya.
Teniendo los límites claros,
tampoco pretenderé para mi un destino de ir “maquillando” tu retrato, a fin que
luzca negación mediante, como mi mente proyecta…Ni hare el papel de la cazadora
de tus expectativas, a fin de ocuparme de cumplirlas una a una.
Tarea afanosa si las hay, eso de
“ocuparme de ser todo lo que el otro quiere”(o al menos lo que yo creo que
quiere), y trae muchos problemas…pero de eso hablaremos otro día.
Volviendo al tema central, me
gustaría dejar en claro que el amor no exige sacrificios, expiaciones,
cumplimiento de contratos firmados con sangre. Más bien puede pensarse como un
camino compartido, como un entramado de cuidados, cercanía emocional, y un
profundo respeto por la individualidad de cada miembro.
Esa es la brújula: ahí es donde
el “orgullo”, del que hablaba Becquer, es amor propio y dignidad.
Feliz vida, siempre!
Daniela
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