Cuando la pareja se termina

A veces es con un portazo, y resuena fuerte… Claro que ese portazo no siempre es concreto, ni algo literal. A veces los portazos del final son simbólicos…

A veces descubrir o encontrar que te fuiste (tal vez hace mucho, aunque siguieras durmiendo a mi lado), que ya no me querés, puede ser incluso hasta menos difícil que darme cuenta que ya no te quiero… (o que yo también me había ido, aun antes de ese portazo…)

La mirada suele ponerse en el otro. “Porque hiciste esto, estamos acá…”… “Porque siempre aquello, y entonces como consecuencia terminamos en esto”… Y es tal vez, menos doloroso y difícil que ver mi parte…

Se hacen listados imaginarios de los actos que nos mostraron tanto amor, como desamor: “Me traía el desayuno a la cama…”… “Hasta empezamos a buscar un bebe, ¿y ahora se da cuenta?”… Y sin dudas, es parte de ese proceso de ir adentrándonos en la aceptación de que, como sea que se haya escrito la historia, se terminó.

Incluso si agudizamos la mirada, seguramente en algún momento  del camino podamos encontrar algo que realmente nos sorprenda: ya había señales, nosotros tal vez las vimos, pero preferimos no ver…

Es que no es sencillo asumir que aquello que quisimos, lo que asumimos como empresa, se va cayendo… No es sencillo admitir que hay fisuras, que hay desmoronamientos que indican que tenemos que hacer algo. Paradojas de algunas historias: cuando es tiempo de hacer, preferimos esperar que la situación cambie sola… y cuando ya no hay nada por lo que pelear, o cuando ya no hay energía que poner al servicio de la reparación (o cuando ya nos herimos tanto que no hay manera de trascender el dolor) ahí queremos ver qué podemos hacer, cómo actuar para no perder… eso que ya se perdió.

En ocasiones también suele ser difícil salir de las culpas… y pasar de las auto incriminaciones “Es que yo le hice que sintiera” (como si tuviéramos ese poder!)… a la culpabilización del otro: “Pero él también tiene la culpa, porque nunca me dio…”. Y vuelvo al punto anterior: Si “nunca te dio”, ¿qué hacías ahí?... ¿Por qué tanto tiempo en una posición donde no estabas a gusto, donde no eras feliz?... Es esa mi parte, es eso de lo que podemos ocuparnos real y concretamente: de lo mío.

El otro ya no está en nuestro camino, nos quedan nuestros pensamientos sobre él, lo que sentimos (aún), sea dolor, sea enojo o sea un hilo de amor. Pero ese otro, ya no está para mí y nosotros ya no estamos, (ni seremos lo que fuimos) para el otro. Ahí está el verdadero dolor…

Y de ninguna manera la salida de la “cueva” estará en culpar o culparnos de estar en esa cueva...

En todo caso me enredará más, como cuando buscamos causas y más causas y más causas de algo, como si la clave para salir adelante fuera simplemente saber cuál fue el puntapié de todo. Y no pasa solo por saber: para salir, hay que pasar.

Pasar por el dolor, por la pena, por la angustia…

Pasar por lo que sea que aparezca como emoción, vivirla, llorarla, enojarme, volver a reír y a llorar otra vez…

No se trata de encontrar si fue “A o B” quienes produjeron el colapso. Sin dudas si la pareja era de A y B, estarán los dos implicados, así sea uno por hacer y el otro por habilitar (por su no intervención, o por no haber impedido) que se haga…

Lo cierto es que en los caminos del amor, son dos los individuos implicados, dos las personas que van cambiando con el tiempo  y que van construyendo nuevos horizontes individuales. El desafío es que esa relación de pareja acompañe esos cambios, guarde para sí una porción de horizonte desde una idea de “nosotros”.

Y si eso no pasa, si eso no sucede…animarse a ver. Animarse a enfrentar, animarse a cuestionar… Para que el miedo a perder no nos juegue una trampa, donde finalmente terminemos llorando lo que “fuimos”…


Que tengas un gran día!

Daniela

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