“El amor es una cosa ideal. El matrimonio es una cosa real. La confusión entre lo ideal y lo real nunca queda impune”…Goethe.

Desde el inicio de los tiempos los mitos sirvieron al ser humano para explicarse aquello que no acababa de comprender.
Es así que surgen los mitos griegos, los romanos -entre otros- para poder lograr alguna comprensión sobre lo que estaba aconteciendo, lo que ya había ocurrido o lo que temían que ocurriera.

Llevado al plano de la pareja, pensamos en los mitos como creencias, expectativas, ideas que ordenan nuestra percepción y nos ayudan a construir explicaciones de lo que sucede en el vínculo con el otro.

Y ciertamente, estos mitos resultan muy perjudiciales para la relación.

Entre los más comunes que presentan los consultantes, podemos citar: “Las buenas parejas se cuentan todo”, “Casarse implica la realización de cualquier mujer/hombre”, “Aquel que te conoce de verdad sabe lo que estás pensando aunque no lo digas”, “Los celos estimulan y dan vida a la pareja”.
Estas creencias -a veces tan rígidas que un miembro de la pareja puede dar por supuesto que el otro miembro NECESARIAMENTE las comparte-, se convierten en moldes para comprender la realidad, en varas para medir qué tan bien me hace el otro, cuánto me quiere, o qué tan infeliz soy.
Pensemos, por ejemplo, en el primer mito: “Las buenas parejas se cuentan todo”. Si yo adhiero a esta creencia, probablemente esperaré que mi pareja me cuente todo, desde lo que comió anoche hasta la conversación que tuvo con sus compañeros de futbol (a veces, incluso lo que el otro habló en su sesión de terapia, en un relato completo y con todos los pormenores).

¿Qué ocurre en caso de que esto no se cumpla?...

Lo primero puede ser el sufrimiento. En el fondo sucede que me construí una regla que -desde mi mirada- el otro se atrevió a violar, decidió pasar por encima u omitir. Probablemente me enoje o me entristezca, entendiendo consecutivamente que “si no me cuenta todo es porque a) no confía en mí, b) tiene secretos que no quiere revelar, c) no soy lo suficientemente importante en su vida como para saber algo tan simple como lo que le pregunto, d) no me quiere, e) no le importo, no le importa lo que me pase como consecuencia de esto… y así podríamos seguir con más y más ideas.
El punto es ¿SIEMPRE el otro tiene que contar TODO?...y en definitiva, es real que ¿las buenas parejas se cuentan todo?...

Los mitos, devenidos así en cuasi dogmas, convierten un hecho que podría debatirse largamente, y que cada pareja encontraría un acuerdo en diferentes puntos, en una prueba irrefutable de que algo anda mal, o quizá en un motivo de conflicto y pesar.

Y lo cierto es que ya no nos sirven los mitos.

Ya no nos resultan útiles para comprender lo que nos pasa o para encontrar explicaciones, dado que en sí mismos constituyen una creencia propia, y como tal, no puede ser UNIVERSALMENTE VÁLIDA.

Esperar ello, entonces, nos hace incurrir en una expectativa irracional… donde el otro tiene que acomodarse, amoldarse, ceder y compartir, o sino… pagar las consecuencias del desastre.
Ir al encuentro del otro, también supone abrir diálogo y estar dispuesto a escuchar lo que el otro tiene para decir, darse el espacio, corriéndonos de la exigencia de que nuestra pareja cumpla siempre nuestras expectativas o comparta nuestro sistema de creencias.
El trabajo terapéutico con parejas incluye también esto: explorar mitos, encontrar creencias profundamente arraigadas que -convertidas en expectativas irracionales- vuelven más vulnerable y frágil el equilibrio de la relación, así como la existencia y el transcurrir del vínculo en sí mismo.

Hasta el próximo encuentro, buena vida!

Lic. Daniela Torres Ortiz

 

NO...



¿Por qué cuesta tanto decir no?...
A veces esta imposibilidad se extiende como una mancha de aceite en un pañuelo, y aparece en distintas áreas: la familia, el trabajo, los amigos.
“No puedo decir que no”, dicen algunos.
“No sé decir que no”, expresan otros.
Pero muy pocos… muy, muy pocos, hablan de “No quiero decir que no”.

Si pensamos un momento en esta última frase, quizá nos suene algo más dura. No querer no habla de imposibilidad… o en todo caso, es una imposibilidad habilitada por un “no deseo”.
Ahora bien: En ese caso, tengo que hacerme cargo (sí, mejor es en negrita y subrayado) hacerme cargo de mi NO deseo, en todo caso, de algo que voluntaria y concientemente asumo que no elijo.

Y podrán decirme “es que son muy pocos los que se van a aguantar que les diga “no voy a tu fiesta porque no quiero, porque no tengo ganas”… y es real.
Socialmente no estamos muy preparados para la sinceridad. Pero entonces ¿es mejor una “mentira piadosa”, que una cruda verdad?
La respuesta está en cada uno.
Yo no puedo elegir por vos, pero sí puedo hacerlo por mí.
Luego, si yo elijo no mentirme, no mentirte, no tengo que elaborar artimañas ni difíciles justificaciones. Simplemente expreso mi no deseo, mi ausencia de ganas.

Tenemos el caso de quien prefiere el engaño al otro con un triste “no puedo… se enfermó mi gato”, y el engaño a sí mismo “es que no puedo decirle que no… no se cómo lo tomará… prefiero la mentirita piadosa”, que de piadosa, no tiene nada. Miento o no miento, no miento un poquito, apenitas, un cachito… miento o no.
El caso del que, luego de construirse la creencia de que “no estoy autorizado a decir que no, porque eso me haría una mala persona y eso a su vez implicaría no ser querido, sino más bien rechazado”, se dice a sí mismo que “no puede (por ese impedimento, por esa inhabilitación) decir que no”. Y simplemente hace lo que no quiere, dice lo que no piensa y muestra lo que no siente.
Qué maravilla… “No quiero, PERO mejor lo hago así todos contentos”… ¿y todos contentos?...
Quizá tendríamos que preguntarnos quiénes son esos “todos” que prefieren que yo someta mi deseo al suyo. O también podríamos pensar si ese otro realmente prefiere que le diga “no puedo porque se enfermó el gato”, a que le diga “no voy porque no tengo ganas”.

Quizá tendríamos que preguntarnos, en el fondo, QUÉ CREEMOS sobre el otro, QUÉ CREEMOS sobre nosotros mismos, QUÉ CREEMOS sobre las expectativas que supongo que el otro tiene de mí.
Porque si el otro realmente espera que yo haga todo lo que él quiere, más allá de mi deseo, entonces el otro está en problemas…. y yo también, que cedo mi voluntad a su tiranía.
Y si el otro no espera nada, y es mi propia construcción mental la que se pone en juego, y en realidad son mis creencias las que me impiden comportarme como yo desearía, como yo quisiera… entonces tengo que revisar qué creo, qué pienso, qué me digo a mí mismo en estas circunstancias.
No olvidemos que son nuestras creencias y explicaciones las que construyen nuestro mundo de significados. Y si creemos que no podemos decir que no, porque eso sería algo terrible e insoportable para el otro, al punto que me rechazaría y me expulsaría de su vida, entonces… tengo que replantearme mis ideas… y por qué no, experimentar qué pasa con eso que tanto temo, ser sincero, ser yo mismo.
Porque por todo se paga un precio: también por ir disfrazado por la vida.
Porque en todo caso, repito, yo no puedo elegir por vos y suponer que preferís una mentira a una verdad… ni que preferís que me fabrique una sonrisa de payaso y comparta tu mesa “como si” todo estuviera bien.
Sólo puedo elegir por mí, por lo que a mí me hace bien, por lo que a mí me representa como persona ante vos.
Y entonces vas a saber que cuando estoy, ESTOY porque QUIERO. Y que estoy en cuerpo y en alma, con mi sentir y mi pensar.
Vas a saber que cuando te digo No, es porque NO… y cuando te digo Sí, también es sí. Sin dobleces, sin máscaras, sin falacias.
Ser lo que soy, con vos… y permitirte ser quien sos, conmigo… es respetarte y respetarme. Es relacionarnos desde la aceptación y la autenticidad, construir desde la verdad, sin ambigüedades.
Te deseo que tengas una feliz vida!

Lic. Daniela Torres Ortiz



¡Cuánto se habla del amor!... Cuánto se habla de lo que es estar o no estar enamorado.
Cuántas alegrías y tristezas pasan velozmente por nuestra mente cuando nos referimos a ese concepto, tanto que a veces llegamos a dudar si es mejor estar solo o estar enamorado (el clásico “prefiero estar solo, a tener que sufrir por amor”), o incluso llegamos a preguntarnos si realmente estamos ENAMORADOS.
Desde una mirada psicológica (y cognitiva, bueno es admitirlo) podríamos pensar el enamoramiento como una emoción. Como tal, surge como resultado de circunstancias propias y ajenas, y de la evaluación que hacemos de éstas, de la lectura que de las mismas realizamos.
El enamoramiento nos produce a nivel fisiológico una gran excitación, que nos provoca sensación de bienestar y nos predispone a no ver o admitir del todo, los defectos que la otra persona presentaría. También nos mueve a sentir necesidad de estar a su lado y quizá incluso a querer estar con ella en todo momento. Asimismo, nos impulsa a revelar cuestiones de nuestra intimidad, darle apoyo y contención emocional, interesándonos por todo lo suyo, expresando afecto de diversas formas.
En este contexto, resulta hermoso estar enamorado…y sobre todo, ser correspondido.
Pero no todo es color de rosa en las relaciones entre personas.

Basta a veces muy poco para precipitar una abrupta “caída a la realidad” -a veces es sólo cuestión de tiempo- y entonces el otro aparece como lo que es: una persona real, con defectos y con cualidades, que de pronto se alejan diametralmente de nuestras expectativas (¡muchas veces irracionales!).
Dice Frijda (1988) que según “la ley de la habituación: el placer continuado se desvanece…el amor mismo pierde gradualmente su magia”, entonces el problema surge cuando la única base de la pareja es el enamoramiento, es decir, una emoción.
Esta ley de alguna forma condena a la pareja basada exclusivamente en el enamoramiento al más horrendo de los fracasos y justifica  el destino de un gran número de parejas así constituidas. Porque la emoción se extingue y la pareja se disuelve.
“Aunque este destino no se cumple indefectiblemente, para mantener el enamoramiento, basta con tener presente frecuentemente qué ocurriría si no se tuviere esa pareja, para que la emoción del amor se mantenga y se renueve” (Frijda, 1988).

Entonces podemos decir que el enamoramiento que se va desvaneciendo no implica necesariamente un fracaso en la relación. Se puede pensar el enamoramiento como un motivador a la actuación, que nos predispone favorablemente a buscar el bienestar en el otro, no tanto pensando en una relación equilibrada, sino más bien altruista: dar al otro, sin esperar mucho a cambio.
Así, el enamoramiento representaría una emoción propia de una etapa donde empezamos a afianzar la comunicación con el otro, la conexión emocional empática,  estableciendo una serie de lazos que generan un intercambio de conductas que refuerzan la elección, y hacen en conjunto que la relación se mantenga en forma indefinida.

Siempre se trata de apostar a la comunicación, como vehículo indispensable para sostener cualquier relación, de forma tal que yo pueda escuchar, recibir y aceptar lo que el otro tiene para decir, de la misma forma en que yo busco que mi compañero/a me escuche y recepcione mi mensaje.

Vemos que el enamoramiento como emoción fuerte, una vez que ha pasado, permite que aparezca algo más duradero: la intimidad (que el otro te escuche, te entienda, te permita expresar sin los filtros que aparecen en otras relaciones sociales) y la validación (que implica una apertura total, una autorrevelación, que puede incluir hechos y sentimientos que podrían ser censurados socialmente, pero que serán recibidos por el otro con aceptación).
Podríamos integrar estas dos cuestiones a la idea de amor, un amor real, donde el otro puede o no ajustarse a lo que espero de él, pero al que elegimos porque “basta que en la evaluación subjetiva de cada uno, se valoren como más importantes o más frecuentes las interacciones positivas que las negativas” (Gottman, 1998).

Es decir que finalmente, después del torbellino emocional del principio, llega la calma, llega lo que queda como simiente y refuerzo en mi elección: el sentimiento de que amamos, la elección de permanecer sosteniendo un vínculo donde podemos permanecer como otro real, validado como tal, y donde aceptamos y elegimos al otro como es, porque sabemos que juntos, como diría Benedetti: “somos mucho más que dos”…

Lic. Daniela M. Torres Ortiz.



Mañana...

siempre mañana,

a veces ahora...

algunos días "ayer"...



Ayer fue "tal vez"...

y ahora es "todo el tiempo"...



Daniela Torres Ortiz


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Cuántas quejas se emiten entre las cuatro paredes de una casa. Cuántos “siempre”, “nunca”, “todo el tiempo” o “casi siempre”…retumban entre las paredes del consultorio.

Y esos “siempre”, esos “nunca”, implican una básica “distorsión” cognitiva, que en definitiva terminará reflejando lo que en terapia cognitiva se llama “generalización”.



Pensar “todos/as los/as hombres/mujeres son iguales”, por ejemplo, es una de ellas. En el contexto de una relación, este tipo de pensamiento conducirá a connotaciones posiblemente negativas y distorsiones cognitivas varias.

Observando la vida con esos “anteojos”, cualquier conducta, pensamiento o emoción del otro, no hará más que reafirmar  -forzadamente, tal vez- mi postulado (que “todos/as los/las hombres/mujeres, son iguales”).



Y lo más importante de todo son los efectos: el desencuentro con el otro.



Voy construyéndome una realidad donde a mí mismo me voy contando por ejemplo que “nunca llega a horario, no le importa lo que yo pienso y jamás va a cambiar”… ¡Jamás va a cambiar! Idea fatal para poder trabajar con un problema. Si no creo en la posibilidad del cambio, ¿cómo operar?, ¿qué esperar, sino la repetición de lo que me duele o molesta, por parte del otro?…

Entonces lo que alguna vez pude ver como “tal vez”, ahora se vuelve certeza: “jamás”, “siempre”, “todo el tiempo”.



Por experiencia sabemos que no hay nada (sí, nada) que siempre sea igual, que estamos sumergidos en el cambio y que todo está en constante movimiento. La idea de continuidad de un hecho que se repite en el tiempo y es constante, es emitida por el ojo humano, el mismo ojo que le da un sentido y “crea una regla” para ese suceso que se repite.



Es por ello que la terapia aparece en el horizonte como una oportunidad de construir nuevas miradas, que faciliten asimismo construir una nueva historia.

Aparece entonces, la posibilidad de flexibilizar mi mirada, sobre el otro y sobre mí, y comenzar a contactarme con las excepciones a mis reglas, con lo que “se sale del molde”, con lo que cuestiona mi paradigma cerradito (y coherente, hasta entonces) a fin de que lo enriquezca con nueva información.



Y podemos ver que en todo lo que recibimos del otro (y en todo lo que damos al otro), estamos nosotros, otorgándole a eso un sentido personal -como digo yo, mirando “con nuestros anteojos”-.



Asumiendo que somos los protagonistas de la historia, seremos los “dueños” de nuestros problemas. Por ende, también estará en nuestras manos construir sus soluciones, dejando de esperar que casi milagrosamente un día, un día, “todo vuelva a estar en su lugar”.

Entonces dejamos de postergar, poniendo en manos del mañana, del futuro, de la vida o la suerte, la instancia de generar un cambio en mi vida, en mis vínculos, en mi relación de pareja.



La vida es cambio, y el cambio puede ser la oportunidad para un nuevo reordenamiento en tu rol de mujer o de hombre, como parte de una pareja, como miembro de una familia, al fin de cuentas, como ser humano. ¡No te pierdas la oportunidad del cambio!



Te deseo una buena vida, hasta la próxima!


Lic. Daniela Torres Ortiz