Qué tema tan delicado!

Frente a tantas contradicciones que podés llegar a sentir con esto, es importante que consideres algo fundamental: el niño merece alguna explicación.

Cuando fallece un familiar, sea por la causa que sea (es cierto que no es lo mismo en una familia procesar un suicidio que una muerte por enfermedad, por ejemplo), el niño -que es parte de ese sistema familiar-, también requerirá un acompañamiento. Y lo que surge primero es la dificultad para muchos papás, de decidir qué hacer con ese tema.

Siempre dependerá de qué signifique la muerte para esos adultos, y en particular  ESA muerte. No es lo mismo que muera una mascota, que NUESTRA mascota…o que muera nuestro abuelo, a que sea el vecino de enfrente.

Como primer punto, es importante tratar de aceptar que no será fácil. Pero que no por ello, hay que evitarlo. Por el contrario, por lo general al hablar de lo que sucede se obtiene un gran alivio, contar cómo se siente esa persona frente a ello, y también introducir una mirada positiva hacia el futuro: en algún momento ese dolor pasará.

¿Cuánto tiempo llevará? Depende de cada persona…

Como segunda cuestión importante, quiero contarles que los niños muy pequeños, sobre todo en edad preescolar, no tienen un pensamiento capaz de comprender metáforas. ¿Esto qué quiere decir?... que debemos cuidarnos de brindar explicaciones donde esté implícito un simbolismo, como por ejemplo “se fue al cielo”…o “se durmió”…

Puede que ese niño, mire al cielo por ejemplo y crea que esa persona realmente, y fácticamente está ahí. Que crea que está entre los aviones por ejemplo, y desarrollar fantasías de cualquier tipo, que generen complicaciones.

Entonces, el lenguaje siempre debe ser adecuado a la edad del niño.

En los más peques,  la información debe ser muy precisa, concreta, incluso vinculado a lo que ellos conocen como lo que es “vivir”.

Por ejemplo: “fulanito murió… ¿sabes lo que es eso?... (darles siempre la oportunidad de que nos hablen, nos cuenten qué idea tienen de esto) Quiere decir que ya no va a venir a casa a comer, porque fulanito ya no come más, que no se mueve, que no respira…” etc. Es llevarlo a contrastar con las funciones vitales que el niño puede observar en sí mismo (él, que está vivo), y que le servirá para empezar a pensar la muerte como algo donde eso que a él sí le sucede, en ese otro que falleció, ya no se produce…

Es doloroso. Para todos lo es, pero creeme que finalmente alivia. Y es mucho mejor para tu hijo/a que te acerques, lo abraces, le pongas palabras a lo que sucedió y te permitas incluso mostrar tu tristeza… que hacer como que no pasó nada. Es fundamental contarle que es NORMAL sentirse así cuando uno ya no va a estar más con alguien a quien quería mucho.

 A los niños, sobre todo los menores de 6 o 7 años, les cuesta mucho construir una idea de finitud. Que algo NUNCA MÁS va a suceder… (pueden aparecer fantasías de que algún día va a volver a su casa, por ejemplo).

Es importante que valides sus emociones… permitile que hable de lo que le pasa, explicale que puede contar con vos, para hablar o llorar con vos, siempre que lo necesite. Que si tiene dudas, estás ahí para escucharlas y buscar alguna respuesta (no siempre sabemos todo lo que ellos pueden preguntar).

La muerte es un misterio. Y es cierto que no se vive de igual forma en todas las familias ni culturas.

Pero lo que quiero que sepas es que los niños, como cualquier persona, cuando vivencia una pérdida de alguien querido, abre un proceso de duelo. Y ahí es fundamental estar presentes, desde la vida, desde el afecto, desde el ayudarle a encontrar la forma de seguir adelante incluso por el amor que se sintió y se va a sentir siempre por aquel que hoy no está con nosotros.

Un abrazo enorme!

Daniela

A veces es con un portazo, y resuena fuerte… Claro que ese portazo no siempre es concreto, ni algo literal. A veces los portazos del final son simbólicos…

A veces descubrir o encontrar que te fuiste (tal vez hace mucho, aunque siguieras durmiendo a mi lado), que ya no me querés, puede ser incluso hasta menos difícil que darme cuenta que ya no te quiero… (o que yo también me había ido, aun antes de ese portazo…)

La mirada suele ponerse en el otro. “Porque hiciste esto, estamos acá…”… “Porque siempre aquello, y entonces como consecuencia terminamos en esto”… Y es tal vez, menos doloroso y difícil que ver mi parte…

Se hacen listados imaginarios de los actos que nos mostraron tanto amor, como desamor: “Me traía el desayuno a la cama…”… “Hasta empezamos a buscar un bebe, ¿y ahora se da cuenta?”… Y sin dudas, es parte de ese proceso de ir adentrándonos en la aceptación de que, como sea que se haya escrito la historia, se terminó.

Incluso si agudizamos la mirada, seguramente en algún momento  del camino podamos encontrar algo que realmente nos sorprenda: ya había señales, nosotros tal vez las vimos, pero preferimos no ver…

Es que no es sencillo asumir que aquello que quisimos, lo que asumimos como empresa, se va cayendo… No es sencillo admitir que hay fisuras, que hay desmoronamientos que indican que tenemos que hacer algo. Paradojas de algunas historias: cuando es tiempo de hacer, preferimos esperar que la situación cambie sola… y cuando ya no hay nada por lo que pelear, o cuando ya no hay energía que poner al servicio de la reparación (o cuando ya nos herimos tanto que no hay manera de trascender el dolor) ahí queremos ver qué podemos hacer, cómo actuar para no perder… eso que ya se perdió.

En ocasiones también suele ser difícil salir de las culpas… y pasar de las auto incriminaciones “Es que yo le hice que sintiera” (como si tuviéramos ese poder!)… a la culpabilización del otro: “Pero él también tiene la culpa, porque nunca me dio…”. Y vuelvo al punto anterior: Si “nunca te dio”, ¿qué hacías ahí?... ¿Por qué tanto tiempo en una posición donde no estabas a gusto, donde no eras feliz?... Es esa mi parte, es eso de lo que podemos ocuparnos real y concretamente: de lo mío.

El otro ya no está en nuestro camino, nos quedan nuestros pensamientos sobre él, lo que sentimos (aún), sea dolor, sea enojo o sea un hilo de amor. Pero ese otro, ya no está para mí y nosotros ya no estamos, (ni seremos lo que fuimos) para el otro. Ahí está el verdadero dolor…

Y de ninguna manera la salida de la “cueva” estará en culpar o culparnos de estar en esa cueva...

En todo caso me enredará más, como cuando buscamos causas y más causas y más causas de algo, como si la clave para salir adelante fuera simplemente saber cuál fue el puntapié de todo. Y no pasa solo por saber: para salir, hay que pasar.

Pasar por el dolor, por la pena, por la angustia…

Pasar por lo que sea que aparezca como emoción, vivirla, llorarla, enojarme, volver a reír y a llorar otra vez…

No se trata de encontrar si fue “A o B” quienes produjeron el colapso. Sin dudas si la pareja era de A y B, estarán los dos implicados, así sea uno por hacer y el otro por habilitar (por su no intervención, o por no haber impedido) que se haga…

Lo cierto es que en los caminos del amor, son dos los individuos implicados, dos las personas que van cambiando con el tiempo  y que van construyendo nuevos horizontes individuales. El desafío es que esa relación de pareja acompañe esos cambios, guarde para sí una porción de horizonte desde una idea de “nosotros”.

Y si eso no pasa, si eso no sucede…animarse a ver. Animarse a enfrentar, animarse a cuestionar… Para que el miedo a perder no nos juegue una trampa, donde finalmente terminemos llorando lo que “fuimos”…


Que tengas un gran día!

Daniela

Miro hacia atrás y parecen lejanos ciertos rituales que tal vez se realizaban sin siquiera conciencia. Pasar y tomar un café, sentarse a tomar un mate con un amigo, dar un paseo…sin barbijo. ¡Un sueño! ¿No?...

Y en este contexto, donde tantas cosas han cambiado, es frecuente que aparezcan cuestionamientos sobre la sexualidad. Y esta sensación de rareza, que a veces se cuela, genera la típica pregunta de “¿es normal que nos pase tal cosa?”… “¿es normal que ME pase tal otra?”…

La pareja, entre tanta convivencia sin pausa, también va requiriendo cierta atención y cuidado, para no sufrir el mismo desgaste que, de alguna manera, vamos atravesando todos (que en mayor o menor medida podemos sentir algo más de ansiedad, algo más de tensión, algo más de irritabilidad, etc…depende el caso).

Para aquellos que disfrutaban la creatividad y la pasión en sus encuentros, puede que eso mismo sea un factor que les permita aumentar la intensidad, frecuencia o hasta incluso calidad. No faltan relatos de vidas sexuales muy activas y muy satisfactorias, en la cuarentena.

Para  otros, que venían ya con cierto amesetado ritmo, tal vez puede que este tiempo haya implicado más inacción y repliegue.

El aislamiento, en muchas parejas, ha implicado un terreno que facilitó la expresión de ciertas crisis…

¿Y en aquellos que están solos?...Muchas veces la vivencia de soledad, en época de pandemia, nos enfrenta a la disyuntiva entre desear ir al encuentro del otro, un  otro a veces sin rostro, un “alguien con quien tener un encuentro sexual”, y el miedo que aparece justamente por aquello que no se puede controlar, porque ese otro “No sé con quien estuvo, ni dónde”, cuestiones que antes carecían de importancia.

Por primera vez, qué haga o deje de hacer ese otro, parece relevante al momento de imaginar o no un momento de sexo.

Y como siempre hay que elegir. Y la sexualidad resulta un tema del cual sí se debe hablar, dado que en este contexto tomar una decisión que nos ponga en riesgo, puede tener consecuencias que vayan más allá de lo personal, de lo individual…es decir, que recaigan de algún modo en lo comunitario.

¡Qué loco resulta pensarlo!

Un acto íntimo, propio de cada uno, que puede tener implicancias en lo comunitario, en lo macro… Tanto, que incluso hemos oído recomendaciones que sugieren la preferencia del sexo virtual, por sobre el carnal, aquel que nos expone al “cuerpo a cuerpo” o incluso sexo con  barbijos.

Paradojas de esta cuarentena, que los modos de vivir la sexualidad, aparezcan en el discurso público de gobiernos y comunidad científica…

Paradojas del aislamiento, que muchas personas cada vez miren con más añoranza todo aquello de lo que tal vez se perdían tiempo atrás, por estar sumergidos en las pantallas táctiles y la TV… y que hoy pareciera que no alcanza, que no basta, que no “satisface” ciertas necesidades profundamente humanas.

Sin dudas esto un día terminará y tal vez, espero, nos encuentre más atentos y despiertos…más capaces de disfrutar lo simple y lo complejo de la existencia.

Un gran abrazo, y buena vida!

Daniela

 

… “Es difícil tener compasión por nosotros mismos y por los demás. Es difícil ser un ser humano”…

Steven Hayes

¿Cuántas veces te volvés tu peor enemigo?

¿Cuántas veces te llenás de autorechazo?

¿Cuántas veces te invadís de autoenojo, y desde ese enojo pretendés que funcione lo que crees que si no estás enojado, no funciona?...

Carl Rogers decía “Las personas son tan hermosas como las puestas de sol, si se les permite que lo sean....En realidad, puede que la razón por la que apreciamos verdaderamente una puesta de sol, es porque no podemos controlarla."

Entonces, me pregunto si todas esas veces que uno se planta desde la enemistad con uno mismo, todas esas veces que rechaza en algo o en parte quién uno es, en el fondo lo que busca no es otra cosa que controlar…Y ese control se escapa, una y otra vez.

Y no sólo se escapa ese control, sino que paradójicamente nos volvemos “más ciegos” para vernos, para registrarnos y registrar qué nos está sucediendo… estando tan ocupados marcándonos nuestro “error”.

Ahí es donde a veces escucho que intentan aplicar la “historia” de la voluntad: “si yo tuviera voluntad, haría la dieta”“si yo tuviera voluntad, me separaría”… Y la voluntad no es un cheque que me sirve para comprar cualquier cosa, ni tampoco todo se resuelve con la “mentada voluntad”.

Si caemos en ese lugar, corremos el riesgo de sobreexigirnos bajo el rótulo de que, en última instancia, si no sale como queremos, es porque no estamos poniendo “suficiente fuerza de voluntad”

Así aparecen emociones como culpa, hermana del auto reproche, de la antipatía volcada sobre uno mismo. Aparece la exigencia, la expectativa, y con todo ello, la frustración. Simplemente porque nunca vamos a ser “perfectamente a la talla” de lo que buscamos: siempre algo va a escaparse de esa “perfección”.

Y suponemos que por no “ser eso que consideramos que deberíamos”, entonces “no servimos”.

De esa manera nos juzgamos, etiquetamos, y caemos en una falsa sensación de que, por ponerle rótulo, lo tenemos más “manejado”. Y no… Ni manejado, ni controlado.

Somos simples mortales que hacemos lo mejor que podemos, con eso que somos. Y a veces terminamos incluso creyendo que el camino de la exigencia de “poner más voluntad”, es el que nos conducirá más lejos…

Sin dudas que hay cosas a las que se llega por la senda de la perseverancia, y es asi que necesitamos tener en claro que es nuestra firme decisión la que nos resultará brújula y guía para avanzar en cierta dirección. Pero nunca, NUNCA, es la exigencia el camino. Nunca es el auto desprecio por no haber llegado a donde queríamos, por no ser lo que pensamos que tenemos que ser, por no sentir como suponemos “deberíamos” sentir (“debería querer a mi madre/padre/pareja /tio/abuelo, etc”..)

Te propongo la desafiante tarea de tratarte con más respeto (tal vez con el mismo respeto que tratás a tus amigos, vecinos, conocidos?...).

La hermosa tarea de mirarte con ojos amorosos (esos ojos con que los que miras a esa mujer o ese hombre al que amas, o amaste alguna vez).

La compleja tarea de comenzar a reconocerte, sin pretender tachar, cortar o sobrescribir tu identidad. (El cambio, paradójicamente, aparece detrás de la aceptación más profunda).

Te propongo mirarte con ojos nuevos. Sin apelar a montañas de prejuicios que, como lupas terribles, te amplían o achican cualquier parte tuya…

Te propongo ni más ni menos que abraces ese que sos, sin juzgarte o compararte con ese o esa que te gustaría ser.

Ese/a que SOS, hoy, aquí y ahora, en este momento que -simple y profundamente- nos invita a habitarlo.

Hasta la próxima!

Daniela

 

 

 



Por estos días, de revuelo general y caos emocional para muchos, hay un término que empezó a utilizarse más frecuentemente: Infodemia. Para los que no lo conocen, es la información que circula a modo de exceso, una suerte de pandemia de información, donde no son los virus los que circulan, sino el exceso de noticias…falsas o verdaderas.

Creo que es importante aportar un granito de arena, en la lucha contra esta nueva pandemia, y en favor de la salud mental: ponernos un STOP, un límite o barrera para preservarnos, para CUIDARNOS de tanto exceso informativo.

Y saben por qué creo que esto es fundamental? Porque nos conduce, ese mismo exceso, a saltar por el trampolín de la impotencia, y quedar sumergidos ahí, en un mar lleno de sensaciones de vulnerabilidad y pensamientos catastróficos que están muy lejos de ser recursos que nos ayuden a sobrevivir (no sólo física, sino también emocionalmente) en estos momentos de tanta incertidumbre.

Y es que lo único cierto que tenemos, como siempre, como cada día de nuestra vida, es este presente en el que habitamos (aunque no nos demos cuenta). NO sabemos qué será de nosotros mañana, ni sabemos frente a qué desafío nos enfrentaremos…

Sólo sabemos que hoy estamos acá, frente a varias dudas, y una sola certeza: hoy estamos vivos, y necesitamos CUIDARNOS, entre otras cosas para poder CUIDAR A OTROS, estar disponibles desde lo psíquico y lo material, como lo espiritual y lo afectivo para los demás. La gran paradoja es que, este cuidado, supone sostener la distancia física, algo para lo cual no estábamos acostumbrados.

Y ahí volvemos a insertarnos en aquello de la INCERTIDUMBRE: nunca en nuestra historia, pasamos por algo similar. Ni nuestros abuelos, ni sus abuelos pasaron por algo así, tal como lo vivimos hoy.  No tenemos un registro mental ni emocional al cual apelar, para explicarnos lo que sucede, y pensar formas o caminos para tomar, “tal como pudieron tomarlos nuestros antepasados’’. Y el cerebro vive buscando lo que hay de común, para establecer relaciones y planificar (el cerebro detesta lo incierto…).

Por todo ello, creo que lo simple vuelve a ser lo fundamental: CUIDARNOS. Que es ni más ni menos que ser conscientes de que nuestras emociones más primitivas (miedo, ira, etc.), pueden aparecer en cualquier momento…y poder registrarlas, para trabajar sobre ellas, es muy importante. Ser pacientes con nosotros y con los demás (ni hablar, cuando vivimos con niños) CUIDARNOS, también es aceptar que sucumbir a la infodemia, puede ser peor que estar expuesto al virus mismo (o tanto, como ello). Así como sería muy peligroso salir ignorando o queriendo negar cualquier riesgo que exista, sin tomar las precauciones del caso, así es de peligroso saturarse de información, logrando colapsar nuestra capacidad de razonamiento, y sucumbiendo al pánico.

Ese pánico nos generará entre otras cosas, mayor sensación de vulnerabilidad y caos. En lo concreto puede implicar dormir mal, no descansar, estar aún más irritables, con menos capacidad de razonar y postergar estallidos emocionales, entrando en un círculo vicioso muy poco funcional para hacer frente a lo que estamos viviendo.

Cuidarnos es cuidar lo que leemos, lo que escuchamos, lo que dejamos entrar en nuestra casa. Cuidarnos es cuidar lo que hablamos frente a los hijos, así sea por chat con los amigos o en la mesa cuando comemos. Cuidarnos es cuidar a quienes tenemos a cargo, desde la mayor tranquilidad POSIBLE (léase posible, no desde lo IDEAL), asumiendo que esta es una realidad novedosa, incierta, pero a la que vamos atravesando TODOS, (porque parte de lo nuevo es que acá, nadie esta exento de enfermar) y a la que, en algún momento, habremos vencido.

Para llegar a buen puerto, es necesario cuidar la nave, los tripulantes, el clima que se respira. No basta con desinfectar los ambientes, también hay que purificar nuestro interior, en la medida que se pueda, con la clara idea de que en algún momento esto pasará, y en el deseo ferviente de que nos sirva de aprendizaje a la humanidad toda.

Un abrazo enorme!

Lic. Daniela Torres Ortiz


Y llegan estas épocas, donde muchos corren atrás de “algo”, que no siempre se sabe bien qué es…pero que requiere urgencia.

Llega esta época, donde abundan los balances y la nostalgia, que ocupa un lugar especial en las evaluaciones.



Los que están, los que no están…

Lo que hice, aquello que no llegué a hacer…

A veces el fastidio de “tener que celebrar”, es otro condimento más que se suma o sumará a las mesas de diciembre…

Y lo cierto es que no siempre se tienen ánimos. Y lo cierto es que a veces pesa más el mandato de “cómo se debería transitar tal o cual circunstancia”, que la conexión con aquello que sentimos y que nos brinda una brújula sobre dónde estamos parados y hacia dónde queremos ir…

En ocasiones, el pretender resolver ansiosamente “antes del año próximo”, ciertos pendientes que por diversas razones venimos trasladando en la lista, mes a mes, también se vuelve urgencia…y pareciera que todo va a “estallar” hacia el 31 de diciembre…

Para estos momentos: CALMA.

Las cosas más importantes de la vida, no debieran resolverse priorizando sólo el reloj. En todo caso, pensar en las razones de la postergación, nos puede brindar más información sobre las reales variables que están en juego en cada decisión. Ese “cómo llegamos a donde llegamos”, nos puede abrir un abanico de ideas para reflexionar…

CALMA, no todo podés hacer hoy…

CALMA, hay ausencias que inevitablemente van a doler, y estas fechas remueven escenas transcurridas, donde aquello que hoy se extraña no existía.

CALMA, siempre algo va a faltar…las expectativas, aun si no se está atravesando un duelo, nunca serán exactamente a la medida de lo que vaya a suceder en la realidad…

CALMA, a veces el mejor regalo que podemos hacernos (y hacer a los demás), es la compasión, ser más conscientes de nuestras limitaciones, y plantearnos (sin EXIGIRNOS), objetivos más realistas y ajustados a nuestras posibilidades de alcanzarlos.

CALMA, que siempre, siempre, siempre, algo va a faltar para que “el cuadro esté completo”…y en todo caso, el problema sería pretender que en la vida existan “los cuadros completos”. Somos finitos, somos limitados, y hay que jugar este juego de vivir, con lo que somos, con lo que tenemos, y con lo que nos falta…y tratar de atravesarlo, lo mejor POSIBLE… (sin quedar atrapados en lo IM – POSIBLE y sus mandatos).

Feliz vida! Feliz construcción cotidiana de vos mismo y tus vínculos!

Que tengas un hermoso nuevo año!

Daniela


Como tantas madrugadas encerrados en un coche,
en una calle sin luz, una calle sin nombre,
los dos frente a frente se miran despacio,
tras dedicarse al amor y su trabajo (…)

Él piensa "ya nada es lo de antes,
la vida debe estar en otra parte" (…)

“…Él le regala unas manos llenas de mentiras,
ya no le parece tan bello el cuerpo que acaricia.
Ayer eclipse de sol eran sus pupilas,
hoy son lagunas negras donde el mal se hacina (…)

Ella ya no ama sus vicios, le busca en los ojos,
pasa un ángel volando y se encuentra con otro.
Ayer sus dos brazos eran fuertes ramas
donde guarecerse, hoy son cuerdas que atan (…)

Él decide por fin vomitar las ideas,
ella lo sabe y tranquilamente lo espera.
Sin calma planea su fuga este preso,
ella no lo mira, no aguanta su aliento.
Ya llegó el final, y van a encontrar
en su corazón arena de desierto.

Perdida la calma, se pone muy serio,
cunde el pánico y le invade un horrible miedo.
Su boca cobarde pronuncia: "Te quiero.
No te vayas nunca, no te vayas lejos".
Y ella echa a temblar, ella echa a temblar,
ella echa a temblar: "Yo también te quiero".

Ismael Serrano

Desde el día que escuché por primera vez esta canción, quedé maravillada con la precisión de esas palabras, con el contenido de cada una de sus estrofas que aquí recorto (les recomiendo escuchar el tema completo!).

Cuántas veces habré sido testigo de hombres y mujeres reconociendo, tristemente, que ya no había nada de lo que los había unido a su pareja.

Cuántas veces habré escuchado “voy a ir, voy a decirle que esta vez se terminó”… Cuántas veces habrán desentrañado, no sin profundo dolor, que ni siquiera en el recuerdo podían rescatarse cualidades positivas del otro (el desgaste, a veces el resentimiento, o las deudas no saldadas se lo habían llevado todo…)

Duele…

Claro que duele ver qué el otro se va quedando atrás. Duele ver que lo que fuimos se fue perdiendo a lo lejos, en aquellos días en que sentíamos que “siempre íbamos a estar juntos”. Pero la verdad más triste, si es verdad, siempre es más saludable que la “mentira más piadosa”…

Y sucede que NO SIEMPRE, ni TODA PAREJA, puede resurgir de las cenizas del desgaste del vínculo, o de la infidelidad que se produjo, o de la pérdida de lo que sea que se atravesó. No toda pareja, más allá de acudir a terapia, puede llegar a “buen puerto”. O más aún, a veces puede que justamente ese  final que se buscar evitar, sea justamente la mejor de las opciones posibles (puede que sí sea un “buen puerto”, aunque implique una separación. Y también puede ser que se lo vea “bueno” recién cuando el duelo ya se atravesó).

Así, más de uno podrá preguntarse ¿entonces vale el intento?… La respuesta deberá encontrarse dentro de cada uno. No toda pareja tiene los mismos recursos ni las mismas potencialidades, ni llega en la misma situación a pensar un espacio de terapia.

Sí creo que vale el esfuerzo en la medida en que ambos compartan la sensación de que algo queda por salvar, en la medida en que aún se sienta que hay energía que se puede poner sobre la mesa, que hay esfuerzo que se está dispuesto a hacer por trabajar ese vínculo que atraviesa la tormenta…

¿Y los resultados?

Como todo en la vida, siempre tiene sus riesgos. A veces se puede (y el deseo acompaña) seguir, a veces no. Hay parejas que pueden reconstruirse, que las he visto reparar heridas, aprender nuevos modos de comunicarse, nuevas formas de pedir lo que realmente deseaba uno del otro, así como nuevas formas de lidiar con las frustraciones de que el otro sea como sea, justamente NUNCA “a la medida de mis expectativas”.

Y hay parejas que no. Hay parejas muy dañadas, personas muy heridas. Parejas cuyos miembros incluso ya han puesto su energía en otros vínculos en paralelo, que imposibilitan obviamente un encuentro real, un esfuerzo concreto, un poner más fuego a los leños que tal vez estaban resultando ya escasos.

Y a veces sienten así, que lo mejor es “irse donde no estés”..

Sin embargo, una de las situaciones más dolorosas que se ven, es cuando se sostiene la decisión de seguir “juntos” (encomillado, sí…porque es finalmente una mascarada), aunque estén emocionalmente muy distantes, desconectados, o atrapados en un vínculo de maltrato cotidiano -y naturalizado-. A veces ese “no me atrevo a cortar” se come el tiempo, atraviesa calendarios, y se vuelve la costumbre de mentir al otro y mentirse a uno mismo un amor inexistente.

A veces...los finales no son felices ni de cuento, a veces son parecidos a esta canción.

Pese a ello, vale tener algo muy presente: lo que hoy no me atreví a hacer, no quiere decir que mañana no lo haga. Lo que hoy no me animé a decir, puede que mañana, o pasado, o dentro de unos años, finalmente salga de mi boca.

Importante es recordar que no hay miedo que se resista, cuando es enfrentado con la acción. Y NO HACER, también acarrea consecuencias…

Les deseo una buena vida!

Daniela


“Cero ganas, pero bueno…Vamos a viajar, porque su familia es de allá”…

“Nos juntamos en casa de mi mamá, porque vienen todos…pero no tengo ganas de ir y no sé cómo plantearlo”…

Relatos, preguntas, dudas, cuestionamientos de la época. Diciembre parece un mes demasiado cargado, no sólo de festejos y “cierres de”… ¡Sino también de conflictos!

El tema de las fiestas, queda instalado en más de una sesión. Y creo que esto tiene mucho que ver con aquellos conflictos justamente, que han quedado pendientes de resolución el resto del año. Conflictos con uno mismo, que impactan inevitablemente en las relaciones que se sostienen con los demás…

¿Qué estoy haciendo por mí?, ¿Qué considero que hago por el otro?

¿Hasta dónde permito que la culpa, esa sensación incómoda que a veces nos inunda, domine e incline la balanza en favor de acciones que nada tengan que ver con mi deseo más genuino?

Tal vez allí este una de las claves: respeto por mi propio deseo. Autorespeto.

Es claro que no siempre podemos hacer sólo lo que deseamos. Pero también es cierto que en más de una ocasión donde sí podríamos hacerlo, respondemos más bien desde el miedo o el apego a responder de la misma forma, creyendo que eso es lo que se espera de nosotros (y sin siquiera, permitirnos cuestionarnos qué nos mueve a operar de esa forma).

“Porque el otro quiere”, “porque en casa me matan”, “porque se van a ofender”, y así sigue la lista de justificaciones.

Sería bueno pensar qué tipo de amor se “intercambia” en nuestras relaciones, porque tal vez, puede que no esté en juego en esa elección que estamos tomando. Me refiero a que no NECESARIAMENTE el otro nos va a querer menos, o nos va a dejar de querer porque tomemos una decisión diferente a lo que entendemos es su deseo. Tal vez eso esté simplemente instalado en mi cabeza como  un temor, una fantasía, que nada tenga que ver con la realidad de las consecuencias que tendría el hecho de que mi conducta obedezca en favor de lo que quiero para mí.

Y me atrevería a ir más allá y plantearles: Si esto fuera así, si realmente el otro me deja de querer porque no hago lo que quiere, o desea que haga… ¿Qué tipo de amor me está ofreciendo?, ¿Qué tipo de vínculo estamos sosteniendo?, ¿Qué precio estamos pagando por ese “amor”?... ¿Vale la pena, pagar con mi “sacrificio” por mantener la aceptación del otro?...

Todas estas preguntas no están vinculadas solo a una fecha en particular, el problema no es el 25 de diciembre o la cena del 31. Tal vez uno de los problemas sea mi percepción sobre mis relaciones, y la forma de sostenerlas que vengo instaurando.

A esto me refiero con viejos conflictos. A esto me refiero con postergar enfrentarlos durante todo el año, y encontrarlos todos juntos, ahí al acecho, sentados en la mesa de fin de año.

Brindo por la pregunta sobre el propio deseo, y el coraje para descubrir nuestras respuestas.

Brindo por más elecciones personales, auténticas y fieles a uno mismo!

Brindo por un año donde seamos más conscientes de lo que realmente estamos haciendo por nosotros, y donde podamos encontrar un lugar en nuestra lista de prioridades!

Un abrazo sincero!

Daniela

Hoy, 15 de octubre, es un día muy especial para todas aquellas personas que han perdido un bebito: es el día que se conmemora la concientización de la muerte gestacional y perinatal.

Me interesa hablar de esto, porque creo realmente que sigue siendo un tema tabú. En una sociedad que tiene poco tiempo para duelar, que tiene poca paciencia para acompañar, que pareciera que tiene demasiada ansiedad con la que pretende resolver mágicamente aún las situaciones más complicadas de la vida, considero muy importante hablar de algo tan tremendo como es la pérdida de un hijo.

Porque sea que no llegó a nacer vivo, sea que nació y al poquito tiempo dejó de vivir, el dolor es el mismo, el dolor es terrible y cruel, es por momentos insoportable y suele sumergir a quien lo atraviesa en la más profunda de las soledades.

Entre otras cosas, la gente en general no sabe qué decir, cómo hacer, cómo estar frente a tanta tristeza.

Y dicen lo que pueden: “ya vas a tener otro”; “se fuerte!”, “tenés que ponerte bien por tus otros chicos” (en caso que los hubiera).

Otros tantos escapan, prefieren evitar, prefieren no estar porque simplemente NO SABEN CÓMO.

Y no, no es fácil. Para quien lo pasa, es uno de los hechos más terriblemente trascendentales de su vida… y para quien está en el entorno de alguien que se encuentra en tal situación, esto se vuelve un gran interrogante donde muchas veces se oscila entre hacer silencio porque “si le hablo, va a volver a llorar”, o llenarse la boca de palabras que lejos de ser bálsamo, tal vez hasta irritan más a quien está en duelo.

Cierto es que sólo sabe de aquel dolor, en lo profundo, quien lo atravesó.

Pero también es cierto que hay maneras de estar, que sí pueden colaborar al menos para que aquella mamá o papá doliente, se sienta acompañada, contenida, registrada. Y no es poco.

Brindar un hombro para llorar, una mirada y una escucha atenta, un abrazo, una caricia, son regalos muy preciados en momentos así. Es cierto que a veces la persona prefiere optar por la soledad y hay que respetarlo. Pero también es cierto que, si cuando sale de ella, el entorno lo único que le devuelve es el imperativo de que “todo sigue igual, el mundo sigue girando, bienvenida a la vida”, de nuevo se la está invitando a recluirse, a sumergirse en las profundidades de su alma donde al menos puede sufrir sin sentirse exigida. Porque para la persona, el mundo no es igual, y tal vez tampoco lo vuelva a ser nunca...

Por eso es muy importante no hacer como que “nada pasó”…no pretender tampoco tener la palabra mágica, una suerte de “sana sana, colita de rana” que pretenda borrar de un plumazo esa lágrima que quiere salir. Dejar llorar, en todo caso, y estar para brindar un pañuelo, o para simplemente acompañar aquel momento, es mucho más sano y más fructífero que cualquier otra conducta.

Esos papás tienen mucho para reconstruir, tienen un largo camino que atravesar, y lo mejor que podemos hacer por ellos es no intentar marcarles el paso ni pretender que el olvido se lo coma todo (por otra parte, nadie quiere -ni puede- olvidar lo que amó…).

Tiempo a los duelos, tiempo y paciencia para con uno y para con los demás…

La flor nace cuando llega a su estación, ni antes ni después.

Un abrazo al alma!

Daniela


Mucho se habla del estrés laboral, casi como si fuera una condición inherente a cualquier trabajo. Todo trabajo estresa, cree la gente… y tal vez en esto haya un poco de razón.

¿Por qué?...porque el estrés, como creo haberlo mencionado en algún otro artículo, nos prepara para la acción. Por definición, el estrés se trata de una respuesta, donde todo nuestro sistema se “prepara” para algo…que puede vincularse a lo que es percibido como aquello que nos alista al  enfrentamiento o la huida.

En este contexto, podemos comprender que la vida laboral nos enfrenta permanentemente a situaciones que podemos percibir como instancias que indican obstáculos que hay que vencer (o contra los cuales luchar), así como otros que nos señalan que es mejor buscar la salida, el escape (como dice el refrán…una suerte de “soldado que huye, sirve para otra batalla”).

De esta manera podemos plantearnos ¿Cuáles son obstáculos en nuestra vida laboral?...Tal vez puede ser una tarea (¿o varias?) que no nos gusta realizar, o las condiciones en las que se realiza…o la confusión respecto a mi rol y el de los demás, o la figura de un jefe que no me resulta respetable pero sí al que le temo por su carácter. Cierto es que a veces los hay explosivos, a veces autoritarios o sumamente cambiantes…para los cuales podemos pasar de ser “los mejores”, a ser “una pérdida para la empresa” en cuestión de horas, días o semanas (capítulo aparte merece el impacto que genera en las personas este tipo de jefes -que están muy lejos de considerarse líderes-). La lista de “obstáculos”, o situaciones percibidas como tal podría seguir al infinito, multiplicarse y teñirse de los colores de cada cultura organizacional.

Pero aquí algo que considero fundamental, es plantearnos qué nos pasa a nosotros con esto: dónde quedamos atrapados, en qué lugar nos situamos.

Me gustaría que de todo esto quedara algo para pensar: Eso que me pasa, que percibo como obstáculo o dificultad, eso que en otros términos “me estresa”, ¿Se repite en otras situaciones? ¿Hay otras personas con las cuales tengo las mismas dificultades y no necesariamente pertenecen al ámbito laboral?...Son buenos puntos para empezar a reflexionar hasta dónde yo mismo puedo colaborar en el sostenimiento en el tiempo de esa dificultad o en la creación (continua y quizá repetida en diversos ámbitos) de la misma. Por ende, también podría pensar que puedo intentar generar una solución creativa (al menos una distinta a la que vengo implementando) que,  por sobre todas las cosas, me permita correrme de ese lugar de lucha o huida.

Por ejemplo, puede que me enrede en querer complacer en todo a mi jefe, quien no delega adecuadamente o quien me confunde con sus instrucciones (o con los objetivos que me plantea o con los procedimientos que quiere que utilice, etc.). Entonces, si pretendo que aun con cualquiera de esas dificultades mi tarea sea óptima, muy probablemente no sólo no lo logre, sino que permanezca bajo un estado de estrés sumamente perjudicial para mi salud física, psíquica y emocional.

Sería bueno replantearme hasta dónde vale la pena luchar (o con qué “luchar”), o hasta dónde tendría que usar diversos caminos para resolver lo que a mí me afecta puntualmente, y no focalizarme simplemente en cumplir con una meta, bajo cualquier circunstancia y con cualquier tipo de escenario.

Aquí también vale pensar cuántas veces no ponemos límites, y nos quedamos adheridos a lo que creemos que se espera de nosotros, buscando “cumplir”, agradar o simplemente conservar el preciado trabajo.

Tratar de poner distancia entre lo que nos asusta, preocupa o enoja y nuestra reacción ante eso, sin dudas es un buen ejercicio para tratar de pensar diversas respuestas ante un estímulo que probablemente siga repitiéndose (no puedo esperar a que el otro, o los otros, cambien…para yo recién cambiar), pero que puede  dar oportunidad a soluciones que no tengan tan alto costo para nuestro organismo todo.

Feliz vida, siempre!

Daniela




Dentro de los mares que se navegan en el barco de una terapia de pareja, muchas veces nos encontramos con algunas expresiones de desagrado frente a ciertas diferencias que se mencionan.

Y no es porque necesariamente los dos sean completamente distintos a los que fueron en principio. De hecho, muchas veces no han producido cambios radicales, y así pueden verlo y reconocerlo…

Sin embargo, podemos observar que aquello que en un principio pudo atraernos del otro, aquello que pudo ser una coincidencia (“Le gusta tal cosa, como a mí!”) o a lo mejor una diferencia (“Ella es capaz de hablar de lo que siente! ¡A mí me cuesta tanto!”), y que significaba algo más que nos encantaba, de pronto aparece como un hiato o una grieta que separa.

Así nos damos cuenta que aquello que ayer nos unió, hoy construye nuestra distancia. Entonces nos preguntamos, ¿Qué cambió en realidad? Posiblemente, lo que haya cambiado, sea nuestra VALORACIÓN de lo percibido.

Volviendo al primer ejemplo, podríamos pensarlo como ese “ella es capaz de hablar de lo que siente!”, que se transforma ahora en un “ella habla demasiado”…o “resulta que todo hay que hablarlo, es invasiva con tanta conversación, es cansadora!”


Es cierto que también hay cambios individuales que van marcando ciertos rasgos personales, formas de actuar frente a situaciones, etc., que pueden resultar más bien “adquiridas” en el transcurso del tiempo, y que no se ven como presentes desde antes. Por ejemplo, pensemos una pareja que al principio dividía tareas en la casa, con cierto criterio de tiempos o agrados por la tarea (“yo prefiero cocinar, vos preferís lavar los platos…”... ”yo trabajo menos horas que vos, puedo ocuparme de lavar la ropa así no se acumula en los canastos…”). Puede que con el tiempo, las condiciones de cada uno hayan cambiado, los gustos hayan cambiado, o simplemente, uno quiera re pactar el acuerdo y el otro no. Estas diferencias, también pueden volverse puntos de conflicto, instancias donde un punto de confluencia en común, resulte imposible.

Hay cambios que pueden ir desde lo físico, a la idea de cómo llevar adelante la vida sexual, desde proyectos laborales personales, hasta las expectativas respecto a cómo debería ser una pareja o una familia, que también pueden ir planteando nuevos problemas.

Dos autores muy reconocidos en el ámbito de la terapia de parejas, Jacobson y Christensen, opinan que el camino que va “del amor a la guerra”, tiene esencialmente que ver con cómo se manejan esas diferencias entre las partes.

Si en el transcurso del tiempo, planteamos las diferencias como algo que hay que eliminar para poder ser felices, seguramente nos iremos conduciendo de plano a la frustración y la distancia dado que siempre existirán diferencias, dificultades y conflictos (es algo inherente a toda relación humana).


Ahora bien, si en cambio apostamos a integrar esas diferencias, desde la aceptación, desde una postura que implique de ambas partes una profunda y real empatía, comprensión y respeto por el otro, entonces es mucho más probable que se pueda llegar a buen puerto.

Y cuando vemos que esto último no es posible, pero sentimos que aún hay algo que vale, por lo cual luchar, entonces allí es importante poder pedir ayuda.

Que tengan una buena vida!

Lic. Daniela M. Torres Ortiz


En los dibujos animados a veces la vida pareciera algo muy sencillo. El cuento comienza, sucede un conflicto y finalmente hay un “vivieron felices para siempre”.
 
Y yo me pregunto, ¿La felicidad acaso es un estado permanente?…
 
Desde chicos, al menos a los de mi generación -y hacia atrás- nos fueron educando con un modelo de príncipe y princesa versión Disney que, hoy creo, orientaba un rumbo “para ser feliz” (para siempre).
 
El príncipe superaba todas las dificultades, atravesaba inmensos bosques, trepaba hasta torres gigantes,  peleaba contra dragones, sabía manejar con templanza y destreza una espada, así como ser suave y caballero con las damas. Si tenia miedo ni lo mencionaba, o si estaba cansado o desenamorado, jamás actuaba con coherencia a lo que sentía. ¡Pobre príncipe! ¡Cuánto aprendía sobre acallar sus emociones!
 
Por otro lado, las princesas eran sumisas, obedientes a los mandatos paternos, bellas (o al menos para nuestra cultura) y delicadas. Jamás sus manos tomarían una espada, usarían un arado o montarían a pelo un caballo. Ni hablar que hubiese morenas (salvo contadas excepciones) o con algunos kilos extra de la talla “esperable” por los diseñadores de moda...
 
 
 
 
Crecimos con un modelo de elección de pareja y de amor idealizado, donde en manos del hombre está toda la rudeza hacia afuera y la dulzura hacia adentro… y en el lugar de la mujer, se esconde la sumisión, la pasividad y la capacidad de esperar cual bella durmiente, el tiempo -infinito tal vez- necesario para ser “liberada”…
 
Cuántas cosas implican estos supuestos, ya en el mundo real…
 
Para algunas mujeres, significa seguir esperando (así sea en algún rinconcito escondido de la mente) esa suerte de “Liberación” de los “males de un afuera peligroso”. Significa esperar  que haya un otro que sea quien cuide, quien proteja… (asumiendo cierta fragilidad, también, en ese mismo acto). Ni hablar que implica encajar en el estereotipo de belleza de la cintura de avispa, y el cabello largo y rubio.
 
Eso que de pequeñas se nos va metiendo por las pantallas, nos va indicando qué lugar ocupar para ser seres “socialmente aceptables”, o incluso, “deseables”, o elegidas por alguien que nos rescate de ¿las garras de la soledad, por ejemplo?
Así, vemos personas luchando contra el paso del tiempo en su cuerpo, contra una balanza o contra la angustia de sentir que no se “encaja”. Vemos también aquellas (o aquellos) a los que les alcanza con ser “elegidos” por otro, sin plantearse si en lo profundo eligen esa relación.
 
Y podríamos seguir por horas mencionando consecuencias de la adherencia a los modelos “princesita”… (ojo, no sólo ingresa esa información por un dibujo animado, simplemente es uno de los caminos que considero, nos “induce” a cierto lugar).
 
Ni que hablar del “hombre”, quien muchas veces se siente exigido a ser “el proveedor” (de recursos económicos, de respuestas a dilemas, de soluciones a los problemas, entre tantas otras cosas). Del príncipe pareciera que se espera una suerte de escisión de personalidad!...que sea rudo, áspero con algunos, y “papel tissue” con otros…
 
¡Qué difícil! ¡Cuántos riesgos pueden correrse por intentar ir tras el papel que nos comimos tomando chocolatadas y vainillas!

 
 
 
 
Y con todo esto no digo que una pareja no pueda brindar protección. Todo lo contrario, una buena pareja muchas veces es refugio, contención, lugar donde guarecerse de la lluvia…
 
Pero lo es en el vínculo, en la unión, en la dinámica. Lo es “alternando” los protagonistas que brindan esa contención, esa fortaleza.
 
No se trata de un rol a ejercer rígidamente por uno de los dos. Tampoco de un lugar que tenga que ocuparse en forma permanente.
Se trata de un ida y vuelta, de una retroalimentación positiva y enriquecedora…
 
La vida en pareja, como la vida en sí misma, nos ofrece diversos lugares para ocupar, diversas funciones y cualidades…y la riqueza y el disfrute tienen que ver con explorar y explotar las posibilidades que aparecen.
 
No esperar tanto...ni tan poco, de uno mismo…ni del otro. He aquí una de las claves… No exigir desde un ideal tirano, que las cosas “encajen” en el libreto que nos contaron.
 
 
Buena y real vida, siempre!
 
Lic. Daniela M. Torres Ortiz